Que un país imperialista, cuyo rey es, además de líder religioso, sobrino afectuoso de nuestro Borbón, un país donde la libertad y el bienestar son privilegio de una elite pesebrera y bárbara, que ese país, humilde con el yanquee, socarrón con el español y bestial con el Sahara y resto del África, asole un pacífico campamento reivindicativo, mientras la cínica comunidad internacional mira para otro lado, es además de un síntoma de nuestra insensibilidad, un pecado cuya penitencia lleva pagando un pueblo orgulloso y pacífico, como las dunas de su tierra, como el calor de su desierto, como el frio de sus noches, como el siroco de sus males, el pueblo saharaui.
Me siento cerca de mi tribu nómada que se acerca al Aaiún para despreciar la civilización y me siento lejos de un gobierno que dice representarme mientras olvida la vergüenza de los acuerdos de Madrid y omite la palabra responsabilidad, en tanto doña Trini visita al futbolero violento y cocalero viciado Morales en el lecho del dolor, le debe doler la cabecita.
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