miércoles, 20 de febrero de 2013

Una Luz en Mi Camino


Enrique Romero en el adiós de Antonio Ignacio Vargas
Cuando llegamos a este mundo no sabemos lo que nos espera. En nuestro camino nos vamos encontrando con el dolor y la alegría, con el fracaso y el triunfo, con el desengaño y la esperanza….Pero sobre todo, igual que el torero en el ruedo, nos encontramos con la soledad. Este quizás sea el peor enemigo del hombre. A lo largo del camino de la vida nos encontramos también con verdaderos refugios que nos cobijan de la adversidad, estos son los amigos. A veces en la vida te encuentras con personas que tienen el pecho transparente, se les ve el corazón, son auténticos, de verdad, no tienen dobleces, como al toro se les ve su nobleza. Si conoces a alguien así, no lo dejes en el olvido, has encontrado un tesoro, quizá el más brillante que pueda aportar la humanidad.
En el libro de Toros para Todos, Almansito nos describe muy bien como se distinguen a los verdaderos amigos; son aquellos que se alegran de tus éxitos y se entristecen con tus fracasos.  Esta semana he perdido a un amigo. No es fácil ser amigo porque para ello tienes que ser noble, auténtico, tienes que tener el pecho transparente, que tu corazón marque tu paso por la vida.
El maestro Antonio Ignacio Vargas era un amigo. Era una gran persona, un gigante de corazón, ejemplo de superación y de autenticidad. Un gladiador que se enfrentó con su verdad y su coraje a toda la adversidad, hasta conseguir estar entre los mejores.
Maestro, no sé qué te ha podido pasar. Mis lágrimas no me dejan ver la luz de la razón que te impulso a la nada. Tú que habías sido todo. Quizá no estuvimos cerca de ti, quizá no pediste ayuda, quizá te pudo tu nobleza y tu orgullo de hombre cabal.
Ahora la impotencia, el dolor y el recuerdo. El recuerdo de tu ejemplo, de tu vitalidad, de tu mano siempre extendida para ayudarme, de tu alegría cuando sabías que nuestro trabajo estaba bien hecho. Tú te alegrabas conmigo, mi satisfacción era la tuya. Ahora las lágrimas no me dejan ver ni siquiera un resquicio para entender la razón o las razones que cincelaron los segundos de un adiós, el minuto que nos lleva. Que te llevó al vacío.
Mi dolor me podría hacer escribir infinitamente, pero las lágrimas resbalan por una herida encarnizada, abierta en canal por una amistad auténtica. 
Me quedo con tu alegría contagiosa, con tu vitalidad. Me quedo con tu ejemplo de lo que debe ser un hombre, de lo que debe ser el ser humano. Permíteme Maestro, que me quede con tu ejemplo de honradez, permíteme sentirme orgulloso de haber sido tu amigo y de haber sentido tu profunda amistad. Me quedo con tu abrazo enérgico y cerrado, corazón con corazón. 
Esta noche no encuentro respuestas para una pregunta que me corroe el alma, esa solo la tienes tú. ¿Por qué, Maestro?. Por qué nos dejas. Seguro que tu razón es tan poderosa como tu bondad, seguro que tu decisión desentrañada será un ejemplo más de verdad. Quizá a veces la verdad está tan oculta que debemos buscarla en la más absoluta oscuridad, porque tú para mi serás siempre la luz, pese a que ahora mis lágrimas no me dejen ver el camino.
Hoy nos has dejado cabalgar en la soledad, sin tus consejos ni tu sapiencia, esa que tanto nos hizo conocer sobre tu pasión y tu vida, sobre el rejoneo. Hoy cabalgamos a lomos de un caballo negro, huérfano de mando y abatido en la tristeza. Los cascos doloridos se clavan en las entrañas de los sentimientos y ahora, en mi soledad, solo quiero darte las gracias. Gracias Maestro.Gracias amigo.

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