Es el momento. Cientos de “cena de los idiotas” se celebran por toda la geografía patria. Apoderados y toreros conocen la fatal cita, aunque evitada en conversaciones y pensamientos durante la temporada. Esta es la semana, “cuando acabe el Pilar” y el Pilar acabó y entonces alguien llama a alguien y se eligen armas, padrinos y escenario.
Los apretones de manos, las buenas intenciones, las promesas de ida de los contratos, las promesas de vuelta de arreglarlo en la cara del toro, las efímeras y públicas generosidades, los guiños, los papeles mojados, las palabras de doble sentido, las cobas, los “no te preocupes y tú a torear”, la temporada al fin con sus miedos y sus cifras desembocan en esta cena, o desayuno o almuerzo o café, de los idiotas.
Una estupenda obra de teatro, que degeneró en película francesa y luego americana, nos hablaba de este rito de yuppies que se reunían periódicamente invitando siempre a un idiota diferente con la sana intención de burlarse moderadamente de él. Los postres, con el burlador burlado, los papeles cambiados, los sentimientos desnudos, dejaban la duda de quien era más idiota. Como en aquella cena, en estas reuiniones de fin de temporada siempre hay un idiota, es posible que nunca sepamos quien desempeña ese papel en nuestra farándula..
Los actores cambian, la trama es idéntica desde los tiempos del Pipo, primer apoderado moderno del toreo. Final de temporada, dineros a cuenta, menos contratos de los que esperaba el coleta, más de los que se merecía según el burócrata; cuartos por debajo de las expectativas y las necesidades del torero, para el representante, los justos, descontados, eso si, los pequeños gastos propios de la gestión, a saber, arreglos de muletas, toros en el campo, (¿Te acuerdas de las copas en el hotel con el de “Segundasuerte”?, son tres mil, acabamos en las luces coloradas?), hacienda que somos todos, montajes para sumar, montajes para ponerse, montajes para montar. Las cuentas del Gran Capitán son luengas, tanto por aquí, tanto menos por aculla, tu padre me pidió ocho, a tu novia le di diez, la rubia de valencia fueron quince, la tarde que toreamos en petit comité en aquel pueblo de la Mancha pedí la mitad, a Casilla le perdoné una, total que me debes tanto, y eso que por amistad dejo mi porciento en el 12, y falta lo de la tele, que ya te veré
El artista enrabia, ¿Pero que dices?, a mi padre le dije que tres, lo de la Mancha lo hiciste tu con tu amigo y que quede claro que a la rubia me la ligue yo por mis cojones que se ponen delante del toro.
Dirás del choto, que me ha costado sangre, sudor y lupas encontrar ganado para tus tardes de gloria, y en escofina me he gastado un Potosí, y luego no has tocado más pelo que él que me callo
Las caras de idiota se adueñan del espacio, todos los apoderados son ladrones en Octubre, todos lo toreros llenan las plazas en este mes, todos los achuchones y besos de los cochecuadrillas, las habitaciones y hales de los hoteles durante la temporada devienen en esta guerra de los desagradecidos.
Como en la pieza teatral el teléfono enreda lo que puede, el móvil de ambos suena con frecuencia, interrumpe, alivia, atempera, aporta datos a la trifulca y enrevesa el asunto hasta el límite de lo ridículo.
Los postres son gritos, acusaciones, amenazas, puños enfibrados, dientes apretados, recuerdos a los padres (que ese si que era un señor) menciones menos cariñosas a las respectivas madres, los “ya me lo avisaron, si todo el toreo sabe como eres”
En la mesa todos se hacen el longui, ¿ah, si?, todos quieren ser el idiota. Surge entonces la palabra prevista, no sabemos si aportada por el que hace de zoquete o por el partenaire, “mejor que lo dejemos, lo hablado aquí, aquí muere, decimos que de mutuo acuerdo y cada cual por su lado”
El año que viene en cualquier callejón se darán un beso, ante la prensa hablaran gloria, ante su gente hablaran pestes, el toreo sigue, la vida sigue y aún los idiotas siguen.
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