Camino de la mísera gloria.
Soñaba desde muy chico una alternativa de tronío, Jerez, El Puerto,¿Por que no ese monumento a la belleza torera que es La Maestranza?, dos nombres que fueran leyenda en el cartel, una locura de paisanos en las gradas y una repercusión mediática de gran acontecimiento.Lo soñaba desde muy chico en su Chiclana de infancia dulce, mientras descalzo toreaba por la playa las olas dulces y bravas del océano de su niñez. Corría tras una ola y cuando venía la nueva mar espumosa y reiterada, se echaba la muleta a la izquierda y soñaba, los pies hundidos, el gesto serio, la serie larga, cadenciosa como las olas de ida y vuelta. Allí, solo con su quimera, bajaba la mano hasta lo infinito, metía los riñones, clavaba la barbilla en el pecho y citaba a la obediente mar, a la mar recia. Su faena era siempre la de su alternativa, los olés de las gaviotas al último Juan Salvador solitario y terco eran rotundos, los correlimos se paraban, y el sueño del torero era tangible, cierto, magnífico y veraz.
Los años de escuela taurina Paquiro con Emilio Oliva fueron un darle forma a ese sueño, aquilatarlo, saberse poseedor de las armas y el corazón, de la técnica y el valor, del arte y las muñecas imprescindibles. Cada tarde entrenando era un acercarse despacio, certero. Soñar despierto es privilegio de orates, dioses, niños y toreros. Acercarse a los sueños a través del esfuerzo es asunto para tercos y constantes. Cada tarde de hacerse toros en la escuela el chaval se sentía más torero y menos niño. La noche del primer eral no podía dormir, no era miedo, ni responsabilidad, ni nervios, eran ansias, pero no ansias por una novillada sin caballos, eran ansias por la alternativa que ya estaba más cerca y, sin embargo, tan lejos.
La noche que debuta en Sevilla ya sabía el camino, veía la meta, los sueños siempre han tenido el inconveniente de que si se persiguen con ahínco y se muestra afán en el empeño se terminan por hacer realidad. El sueño tomaba forma.
Hubo, que nadie lo dude, momentos de desánimo, tardes en que no apetecía ponerse el chándal para correr por la playa, noches en las los amigos de siempre llamaban para salir un rato a tomar unas copas, y en las que tenía en los labios el “si” propio de la edad aunque se imponía el “no” fruto de recapacitar e invertir en el sueño. Hubo días de aburrimiento cuando tras cortar orejas no llamaban las empresas y cuando era él el que llamaba todo quedaba en unas falsas palabras de cumplido y unas, más falsas aún, promesas de contratos. Hubo dudas en optar por una vida “normal”, un trabajo con nómina cada final de mes. Hubo noches de llantos silenciosos y rabias contenidas en la soledad profunda del incomprendido hubo dudas y resquemores y odios al toro, y valentías de poder con todo y decir al amanecer que sí.
Decir que si al toro, al sueño, al sentirse torero, al poderle a las circunstancias, a su empeño, a sus ilusiones, a sus madrugones, a su pasión. Apostar la vida a una posibilidad sabiendo que siempre se va a ganar aunque se pierda.
Valverde del Camino era para el torero un pueblo de Huelva, que en la EGB le contó el profesor de conocimiento que era industrioso, zapatero, maderero, minero. Sabía de su feria de Agosto, de su preferencia por el toro bravo, en pureza, en verdad, supo de su plaza sin callejón, de sus peñas, de su afición, de su singularidad.
Un día surgió la posibilidad de una novillada en ese pueblo que estudiaba en la vieja escuela, allá que se marcha hacia el Andévalo onubense y con armas y bagaje se entrega ante un encierro de los legendarios toros del rey felón, los Veraguas de Prieto de la Cal, su pundonor le valen dos orejas. Las últimas de su vida novilleril por que el destino le tenía guardada una sorpresa. Después de ese 14 de agosto no vuelve a vestirse de luces como novillero, otra vez el silencio insultante del teléfono, ni novilladas duras, ni orejas, ni buenas críticas, nada hace que suene el maldito e insensible aparato.
Cuando vuelve a sonar el teléfono del torero es para hablar de una alternativa, de la plaza de Valverde del Camino, de una corrida con Cuadris y Adolfos, de un ya veremos en los dineros y de un sueño que por caminos abruptos se le presenta tangible tantos años después.
Los sueños son sueños y no tienen fechas, ni sitios, ni aceptan un “no” por respuesta. Los sueños surgen, nos envuelven, nos conducen y nosotros, si somos valientes para querer vivirlos además de soñarlos, sólo podemos ponerle fecha, hora, sitio y ser puntuales.
La tarde del catorce de Agosto del 2009, el coso de la Calleja de los Carpinteros fue testigo de como tomaban forma los sueños que un joven chiclanero soñara miranda a la mar océana. Sin su cuadrilla, con dos autobuses de locura en la puerta, sin el fuste de una plaza grande, sin el toro bonito, sin dineros. Pero un sueño es una cosa grande y no se para en detalles.
Salió el primero, el de la ceremonia, un toro de Adolfo Martín, en tipo, cárdeno, cinqueño, sin un pase por el izquierdo, peligroso por el incierto derecho. Javier Valverde, su padrino de alternativa, le cedió los trastos, le avisa de lo que el torero ya sabía de las condiciones de su enemigo, pero no dudó, brindó a su padre, luego le puso la muleta y pisó donde los toros cogen. Malagueño, de 490 kilos, tenía que haberse quedado en el campo, Los Alijares lo vieron partir por lo excelente de su reata, cuando el que estaba reseñado dio la lata para embarcarse. En la mañana, durante el sorteo, Javier Valverde y Joselillo, a la antigua usanza, dejaron que el toricantano eligiese al toro que debía acreditar su tránsito y condición de matador. Es mucha la fuerza de las cosas que tienen que pasar
La cornada sonó como un tiro, la rotura del hueso chasqueó en la plaza, un hombre a merced del toro quedó en los medios, la cuadrilla de pega le echó al toro encima otra vez. Una alternativa que se tiñe de sangre, y una historia que se tiñe de grandeza. Cogido por el toro que debía certificar su condición de matador de toros y al que no puede matar. ¿Fracaso? Fracasar es otra cosa, dejar un peroné en el intento de cumplir un torero sueño grande, es el triunfo más grande de un hombre.
Se le opera en la plaza y tras una hora José Caraballo sale en camilla, nos mira a los ojos y pregunta “Como he estado con el toro”, sólo supimos decirle
“ Has estado, eres, te sientes… TORERO”
Este año no pudimos verlo torear en Valverde, la gloria de los pobres es tambien miserable
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