domingo, 23 de enero de 2011
Íntimo homenaje al Niño de la Isla de familiares y amigos.
Manolo Roig “el Niño de la isla” cumple 90 años.
Es Manuel Roig un hombre del toro, sencillo, amable y fundamentalmente bueno. Su hijo Manolo Roig, su nieto Manolo Roig Franzia y toda su descendencia hasta el grado de bisnietos viven en la distancia física de esas Américas que descubrieron un puñado de marineros de esta tierra hace quinientos años, la cercanía la da el cariño, los recuerdos, el olor al salitre de Punta Umbría, el sabor torero de la vieja Onuba, la llamada de la sangre y no perder el norte de los ancestros donde el ancla del alma deja surco.
Un grupo de íntimos almorzó en torno al viejo torero el pasado viernes en el restaurante Rocataliata de nuestra localidad, con la sencillez de los actos grandes, y con ocasión del nonagésimo aniversario del novillero de la Isla Chica, su familia, trasladada desde los Estados Unidos de Norte America, y un grupo de cabales amigos, de los de siempre y de los de todos los días, de los de cafelito en el Museo, compañía en su casa de la Calle Rico, de aquellos amigos de historias que recordar y vivencias que revivir. Manolín Muñoz, Pedro Delgado, Pedro Rodríguez, los Litri padre e hijo, Pedro Bosch, Luis Narváez, Nacho González, Alín Pedro Macias…
Hubo obsequios para Manolo Roig por parte de ese hombre bueno que es Manolín Muñoz, cariño a espuertas por parte de todos, unas bien trenzadas palabras de Pedro Bosch que emocionaron, un recuerdo por parte de pedro Rodríguez, que no ejercía de alcalde, para el nieto homónimo, periodista del Washington Post.
No haría bien la Huelva, que supo cambiar de marinera y huertaña a industriosa y moderna, en olvidar a sus gentes de las artes, de la vida, del toro, de la cultura. Algún joven lector de nuestro Odiel, se preguntará que quien es este Manolo Roig. Pues un hombre nacido en una Huelva distinta en el 20 del pasado siglo, criado en la muy onubense venta de la Isla Chica, fue un torero que anduvo luchando con el sueño grande de ser gente en el toro por los pueblos y capeas ya antes de la contienda civil que tantas cosas destrozó, llevándose también por delante las ilusiones de un hombre de ser torero. Pasada la triste guerra entre hermanos, el todavía joven aspirante retomó añejado y pasado de toro el camino de ser figura, como tantos quedó en el camino y en esa singladura aprendió de la vida y de los toros, se labró una reputación de conocedor, de hombre serio, de buen torero de campo, al que oían Calestino Cuadri o Gerardo Ortega o Diego Garrido. Hombre muy vinculado ala casa Litri de quien supo ser eslabón entre generaciones, entre tauromaquias, entre conceptos, muchos pudimos descubrir sus formas sabias de manejar los trastos cuando en Peñalosa, entre cabales y sin bullas, echaba a rodar una erala de la casa.
Entrañable jornada, necesaria, por que no es malo de vez en cuando bajarnos del carrusel de batallas diarias, de la urgencia innecesaria de los inmediatos absurdos, para decir a quien admiramos y a quien nos unen vínculos profundos de amistad y sangre, cosas que deberíamos saber todos, pero que es necesario verbalizar de vez en cuando.
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