Alex, la luz con el toro dentro.
Con presencia de la alcaldesa cacereña Carmén Heras, la concejala de Cultura Carmina Santos y de diversos concejales del equipo de gobierno, además de numeroso público se inauguró en la tarde de ayer la exposición que el pintor ayamontino Alex ha inaugurado en el bello marco del Palacio de Isla de la capital extremeña. Además, y todo enmarcado dentro de la feria de San Miguel de la bellísima ciudad monumental, se inauguraron conjuntamente una exposición de mantones de Manila y una muestra de diversos documentos relativos a la intervención de Cáceres en la Guerra de la Independencia.Es sin duda, parafraseando al Nobel moguereño, paisano por tanto del creador de la exposición que hoy presentamos en esta Palacio de la Isla, como mejor podemos definir la creatividad exultante y vigorosa de la tarea artística que hoy tenemos la oportunidad de admirar.
La eterna perpetuidad de la piedra renacentista de este palacio acogerá los hallazgos formales, la innovación en los recursos y el riesgo inherente de la aventura de crear. De la misma forma que la antigua judería se entrelaza con la realidad cristiana, como toro y torero, piedra y óleo formaran un todo artístico donde dejar deleitarse los sentidos.
El pintor ayamontino, ALEX, nos regala en esta exposición una serie de obras únicas y distintas, cual profundos naturales de mano baja, de óleo y lienzo, inspiradas en la fiesta brava, el toro y sus gentes, sus momentos, sus pasiones, sus efímeras obras de arte que devienen eternas cuando habitan la memoria colectiva del aficionado, el pincel de un artista, el recuerdo imborrable de un instante del que fue espectador único, como protagonistas de un mundo distinto, mágico y real, recio y onírico.
Sus técnicas, variadas e innovadoras, los materiales utilizados, su personal prisma, su pureza de conceptos, su inmediatez creativa sin subterfugios, animan a la admiración contemplativa.
Desde su Ayamonte natal, esa puerta de España de luminosidad incandescente, donde muere el Guadiana y nacen los pintores al relance de la luz que languidece sin querer irse, en los atardeceres prolongados de la más bella agonía solar entre olas y arenas, desde esas playas de profundidad infinita y desde la cultura de quien ha viajado con los ojos del alma abiertos en busca de sensaciones únicas que se suman a las candentes percepciones impúberes que conforman la patria de un hombre, desde el fondo de su alma torera, llega el autor a la feria de Cáceres con su arte en el esportón, maneras de novillero, bagaje de figura y ganas de mandón.
No tiene Alex que esforzarse mucho por entrar, captando su sentido, en un mundo que le es propio, que le caló el corazón en esa plaza de toros de los galeoneros de la Villa Ayamontina y que se le hizo propio en la dehesa. El movimiento denso se un burel, la quietud vital de un matador, la grácil verticalidad de un rehiletero, todo lo que conforma la realidad soñada de una faena, el miedo bravo de un hombre, la pasión tribal de unas gradas, la fuerza natural de un uro mágico y ancestral, encuentran en esta serie de trabajos el reflejo cierto de las emociones que sólo se pueden sentir, por que le son propias y esenciales, en una corrida de toros, en el perímetro amplio de ese animal mítico que es el toro de lidia.
Subrepticiamente, Alex introduce un espejo en el fondo de su alma torera para reflejar toda la profundidad de una tarde de fiesta, uniendo la cultura minotaúrica con la pasión aficionada de quien ama la fiesta brava.
Pasen, olvídense de juzgar a priori y déjense guiar por los sentidos. Al final de la visita, callen descreídos, abucheen indignados o saquen pañuelos blancos.
Y que el Dios de los toreros reparta suerte
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