Con casi lleno, seis toros de Toros de Gerardo Ortega, deslucidos. El Fandi, oreja y silencio. Sebastián Castella, saludos y silencio. Alejandro Talavante, silencio y oreja.
Ya saben, el empresario del coso oscense es el triguereño Manuel Angel Millares junto al comandante Dorado
Crónica de Carmelo Moya para el periódico de Aragón
La corrida tuvo una extrensión exagerada e innecesaria. A alguien se le ha ocurrido que la cosa se pare un cuartito de hora después de arrastrar el tercero para que la peña se alimente a conciencia y así queden las manos libres para aplaudir a rabiar si hay ocasión. Por ello anunciaron en primer lugar a El Fandi, que ya se sabe que habla el mismo idioma que la solanera. Lo cierto es que ese cuarto de hora mal contado parte en dos el espectáculo convirtiéndolo en dos funciones unidas por un bocata de jamón. Se pierde el hilo y lo que es peor, ahora tenemos el toro de la jota y el toro de la siesta, séase, el de después del papeo.
Porque el público, merendador o no, en el cuarto se relajó desentendiéndose de lo que ocurría en el ruedo. Un toro con buen aire pero flojo, feble, derrotado. El animal fue vístima del tercio de banderilla de El Fandi, qué decir. Parece mentira pero el granadino arrastra una fórmula muy gastada aunque todavía milagrosamente válida, muy agradecida. En ese tercio se fue para el animal sujetando las banderillas como el obrero que lleva al tajo el bocadillo de anchoas goteando. Los empresarios le deben mucho a este hombre y Adidas una delegación.
Otra cosa fue el primero, un toro terciado, bueno, que fue siempre a más y no agotaba ese caudal, ese torrente de embestidas. El Fandi le dio fiesta a su modo. Ya se sabe que no lo pone en verso pero su toreo bullicioso y popular es el sostén de tardes como la de ayer. El presidente Antonio Riva tuvo el cuajo de negar la segunda oreja para la que la petición fue apreciable. Pero la estocada no fue suficiente y El Fandi hubo de descabellar. Bien por Riva. Y que siga esa autoridad también por las mañanas en los corrales.
Talavante, otra vez, dio dos versiones de sí mismo. No tuvo opciones en su primero, se fue con un puyacito en tarde de simulacro de suerte de varas. Es torero introvertido. Hay tardes en la que si le pones levita y chistera es un poeta romántico paseando entre la bruma de cualquier bosque de Irlanda. Ayer quiso bajar a la tierra y medio se entendió con el sexto, otro inválido que iba y venía. Con el capote le dudó en dos ocasiones y casi es arrollado. Después, muleta en mano se vino arriba poquito a poco para firmar una labor en la que no hubo aperturas pero su toreo vertical, casi siempre por la izquierda y a media altura, compuso una faena que tardó en armarse. Cuando lo vió claro se le cayó una sonrisa de la boca y se enroscó más y más al toro. El viaje de la espada puso en sus manos una oreja amable.
Malo malísimo y sin recorrido fue el primero de Castella. Cercanías y ningún espacio entre toro y torero. Misma receta para el quinto, éste con otra disposición, más alegre. Pero este Castella tan cómodo en lo alto del escalafón por méritos propios concluyó por aplicar la misma receta a dos pacientes diferentes. Así, a ese quinto, más colaborador, le robó el espacio hasta el punto de que los pitones del toro le rozaron el bordado del vestido constantemente. Era animal para dejarle venir a su aire, más cómodo. El toro acabó parándose. Como el cronómetro cuando casi anochecía. Y no, no había sido un mal sueño. Lástima
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