Están inmersas en un mundo machista que tradicionalmente les ha exigido mantenerse en un segundo plano y soportar, además de infidelidades, la presión que implica ser la esposa del “maestro”. Coincidiendo con el comienzo de la temporada taurina, María Ángeles Grajal, casada con el diestro Jaime Ostos y autora del libro “¡Va por ellas!”, reflexiona sobre su experiencia y la de otras mujeres en su misma situación.
Los cascos de caballo resuenan en el patio de cuadrillas. Se oyen los clarines y se abren las puertas del callejón de las plazas de toros en las ferias más madrugadoras de España –Castellón, Valencia, Sevilla...– donde los toreros se adelantan ceñidos en sus capotes de paseo, se miran y se desean fortuna al iniciar el paseíllo: ¡Suerte para todos!
Atrás han quedado los cuarteles de invierno: dehesas, cortijos, campos... Escenarios del entrenamiento y de la preparación física del torero, hogar al que llegan prolongados, desde el ruedo, los cambios emocionales que determinan la irregular personalidad del torero: la euforia o el decaimiento, la intranquilidad y la inseguridad en vísperas de las corridas de toros. Y nadie controla esta situación mejor que la esposa del torero aportándole el equilibrio necesario para que ni se le suban a la cabeza la adulación y los halagos del público, ni se venga abajo con las desilusiones del fracaso.
Desde la señá Gabriela hasta Eugenia Martínez de Irujo, un elenco extraordinario de mujeres forma un archivo histórico de generosidad y sacrificio, necesario para bregar con el carácter especial del diestro dispuesto a jugarse la vida delante del toro. Y, también, para lidiar la aventura de la convivencia conyugal con el héroe que el público espera en la plaza y al que la sociedad exige alardes de virilidad y de tenorio.
Tarea difícil conciliar amor, pasión, responsabilidad y equilibrio para una mujer casi siempre muy joven e inmadura que se casa deslumbrada por la arrogancia del torero y por el halo de gloria que rodea al triunfador. Asunto complicado para la joven que pronto se da cuenta de que el lote lleva implícita una enorme dosis de madurez para superar los obstáculos que se interponen entre ella y su torero.
Mujeres como Lola, Carmen, Gracia o Consuelo, pacientes esposas, dulces y comprensivas esposas, devotas de María Santísima, que se quedaban en casa rezando los días de corrida. Tardes de angustiosa espera, hincadas de rodillas en el oratorio de la casa ante el Gran Poder, el Cristo de los Gitanos, la Macarena, la Pilarica, la Virgen de los Reyes, la Esperanza... rezando, hasta que llegaba el telegrama o recibían la llamada telefónica anunciando que todo había ido bien. Porque si angustiosa es la cornada peor es el abucheo del público en una mala tarde, y si doloroso es hacer de terapeuta, mayor sufrimiento es hacer de paño de lágrimas y de apoyo en los baches del marido desilusionado. Y es tarea de la esposa rezar, comprender y sostener el ánimo del torero frustrado porque, cuando el diestro triunfa, el éxito sólo lo festeja con la cuadrilla y con sus partidarios...
“Cuando me casé, con i8 años, era muy difícil asimilar la responsabilidad de ser la mujer del torero que pasa de la euforia al decaimiento y al que, hundido, hay que transmitirle esperanzas, darle ánimos y ternura. Si la tarde fue triunfal, él llama por teléfono a casa para contarlo. De fondo se oyen las voces de alegría de los que llenan la habitación del hotel y que van a celebrar con él el éxito. Pero cuando las cosas se han torcido y no va nadie a verle, ahí estamos siempre las esposas para animarles”, asegura una de estas mujeres. “Te tiene que gustar mucho la vida en el campo o sacrificarte a ella porque es lo que más le conviene. Gastas tu juventud, ves a todas tus amigas que se divierten en la ciudad saliendo a cenar o de baile a las discotecas mientras que nosotras pasamos mucho tiempo en el campo”, afirma por su parte Feli Tarruella, señora de Dámaso González.
“A Carmen no le gustaba que viviéramos en el campo, pero para mantener nuestro nivel de vida, es decir, las fincas, las casas, los coches, los viajes... yo tenía que seguir toreando y cosechando éxitos. Y para triunfar delante de un toro hay que estar muy bien preparado físicamente, entrenar mucho y estar lo más alejado de las fiestas que se pueda”, me decía Paquirri en i982, recordando cómo empezaron las diferencias conyugales con Carmina Ordóñez.
En los años 50, 60 y 70, a las novias lorquianas, hijas de ganaderos, toreros y artistas, las siguieron señoritas de distinguidas familias adineradas, con apellidos de rancio abolengo, con herencia taurina, mujeres cultas y bellas que formaban el cartel femenino en torno al torero y suspiraban por los Vázquez, Ordóñez, Chamaco, Dominguín, Valencia, Ostos, Litri, Romero, El Viti, Camino, Puerta... Toreros que se enamoran de señoritas de buena familia, que estudian en caros colegios como requisito para una buena boda –y casarse con un torero lo era–, pese a la desconfianza y los impedimentos del padre de la novia hacia el futuro yerno.
“Hija, los toreros van a divertirse, hoy les gusta una y mañana otra, van a lo suyo”, dijeron los padres de Carmen Borrero cuando ella les confió su noviazgo con Chamaco. “Ea, niña, tú no puedes fiarte de un torero, bien sé yo que todos van a lo mismo y que se quieren entretener con todas”, le leyó la cartilla Pedro Luis García Carranza a su hija María, enamorada de Diego Puerta. “Mira Enrique, tú sabes como yo que los toreros para pasarlo bien tenemos muy cerca a muchas mujeres. Y comprenderás que yo no he educado a mi hija para que se la lleve cualquiera. Por ahí hay muchas para divertirte. A esta casa no vengas a hacer daño”, le dijo Victoriano Valencia a su futuro yerno, Enrique Ponce.
“Lo vuestro no puede salir bien, sois muy distintos, os separan muchas cosas, los toreros son gente de mal vivir”, le aconsejó el padre a la doctora Encarnación Rizo enamorada de Ángel Peralta. Ahí estaban Mercedes, Remedín, Carmen, Conchita, Ángeles, María... señoritas de buena familia fascinadas por el torero arrogante, bizarro, rico y famoso que las seduce desde el pedestal de la gloria. Y ellas, enamoradas, más sentimentales que lógicas, desde la balaustrada del palco de la plaza ponen un toque de modernidad en su abanico, ternura en su mirada para limar la aspereza de la lidia y se arman de coraje para superar los obstáculos familiares que se interpongan entre ellas y su torero, quien aportando una buena cuenta bancaria y otros enseres de corte material vence y convence a todo tipo de suegro.
Algunas esposas de toreros heredaron apellidos taurinos y el prestigio de la dinastía familiar. Ahí Carmen González Lucas –Carmen Dominguín–, sus hijas Carmen y Belén Ordóñez, sus sobrinas Lidia y Paty... Todas ellas tenían las papeletas suficientes para hacer feliz al torero por herencia y por la experiencia de haber vivido los entresijos taurinos fuera y dentro de la plaza. La primera, con el señorío de su origen, supo derramar más lisura que nadie sobre los capotes familiares de las dinastías Dominguín, por parte de padre, y Ordóñez, por parte del marido, asumiendo con elegancia los apellidos más ilustres de la historia taurina, estando siempre a la altura de herencia tan obligada y deseada.
Sin embargo, Carmen Ordóñez, su hija mayor, sin más oficio ni beneficio que el cheque-noviazgo-exclusiva desde su separación de Paquirri, no supo o no quiso estar a la altura de su madre, espléndida de corazón, coraje y belleza que nunca precisó aliviarse con la fama del padre, ni de los hermanos, ni del marido... Desde siempre, el torero triunfador y con fortuna ha buscado dar brillo a su dinero y a su popularidad casándose con la mujer que mejor encaje en sus sueños. Casi siempre, la que no hubiera deslumbrado sin los éxitos y no hubiese seducido sin la fascinación ni el halo de gloria que rodea al figura del toreo. A veces con más fortuna que él y con mayor abolengo, la más bella entre las bellas, misses y modelos, aristócratas, ganaderas, artistas...
AMORES EFÍMEROS, AMORES PASIONALES
El romance entre el torero y la artista tiene una larga historia. Algunos fueron tormentosos y efímeros, La Goya y Bombita, Celia Gámez y Juanito Belmonte, Carmen Ruiz Moragas y Rodolfo Gaona. Unos terminaron en boda pero mal y pronto, como Pastora Imperio y Rafael Gómez, El Gallo. Otros fueron felices como Concha Piquer y Antonio Márquez, Isabel Pantoja y Paquirri, Rocío Jurado y José Ortega Cano... El mundo del toro y el del cante ha unido a los hombres de coleta y a las mujeres artistas, ellos ateridos por la luz del escenario y las bambalinas, ellas fascinadas por el brillo de los caireles y de la seda, ambos inmersos en la magia del duende que protagoniza historias de amor prendidas en el ambiente popular y atrae el interés del público por una relación ajena.
La historia de amor entre Antonio Márquez y Concha Piquer, por ejemplo, tenía todos los ingredientes de arquetipo de leyenda. Los obstáculos del torero separado, la inexistencia del divorcio en una sociedad católica y puritana, acrecentaron la pasión amorosa prohibida con la artista (de voz extraordinaria y magnética personalidad) que se puso al mundo por montera e inició junto al torero una vida en común que duraría el resto de sus vidas. Contrajeron matrimonio civil en Montevideo, aunque no pudieron formalizarlo definitivamente en España hasta que se legalizó el divorcio.
Uno de los tópicos hechos realidad fue la sonada unión de Isabel Pantoja y Paquirri: la guapa tonadillera y el bizarro diestro andaluz. Noviazgo de doncella y torero despechado de anteriores amores, la boda de boato y película, el hijo varón, la fugacidad conyugal truncada por la muerte en el ruedo, viudez desgarrada por los escenarios...
Mujeres desconocedoras del mundo taurino, que de forma casual coinciden y se enamoran del famoso torero, adquieren afición por la Fiesta y conocimientos del toro para entender mejor la conducta del hombre y su entorno, en el que siempre va a vivir. La mujer del torero llega a formar parte del sector social taurino, conociendo a los demás diestros y a sus esposas, con las que no tiene mucho trato. Cuanto más figuras del toreo son, más competitivos se muestran al ejercer una profesión totalmente jerarquizada e individualizada. Porque, aunque van en cuadrilla, cada uno tiene bien delimitado su grado y sus funciones, marcando las distancias con el respeto, incluso, cuando existe la confianza y la amistad.
La esposa del torero aprende a desenvolverse con el apoderado, con el administrador, con el mozo de espadas, el ayuda y con la cuadrilla, gente con la que desarrolla su vida en el cortijo. Al tiempo, le está permitido extender su mundo, al salir de la dehesa, con las esposas de amigos muy allegados al torero, muy partidarios del matador al que siempre encumbran, adulan y obsequian porque casi siempre se trata de hombres adinerados a los que les gusta presumir de tener amigos relevantes y consideran al matador como el más de lo más.
Es frecuente que el torero conserve a través del tiempo, incluso retirado, los lazos de amistad profunda que le tienden entendidos del toro y grandes aficionados que se convierten en sus más fieles seguidores, dando muestras siempre de una lealtad que el figura valora hasta la muerte y que transmite a la esposa, casi siempre complaciente de nadar en aguas tan dulces. No faltan, sin embargo, personajes típicos y tópicos que se pegan a él como lapas para asegurarse diversión femenina, oficio que si es descubierto por la esposa del matador no parará hasta deshacerse de él, utilizando las mañas necesarias. A la mujer del torero se le despiertan aptitudes extraordinarias de intuición, de olfato y de ingenio, tal vez por estar rodeada de tanto pícaro como el que puebla el ambiente taurino. Y, a poco que lo intente, llega a mandar mucho aunque parezca que permanece en su segundo plano.
La mujer que adquiere extraordinario papel en la vida de un matador mientras permanece soltero es la madre. Se trata de mujeres nido, madres del rol que representa un hijo torero, madres de la primera mitad de siglo que adquirieron una relevancia inexorable en el ambiente del toro por el vínculo que les tiende el vástago con todo lo que él ha conseguido
toreando. Madres protectoras: “Hijo, esa mujer es una arpía, no te conviene para nada, te tiene descentrado”. Madres respetables: “Madre, desde ahora no te va a faltar de nada”. Madres afectadas por el dolor del niño que se juega la vida y madres que sobreviven por ello sin demasiadas presiones por parte de la sociedad machista e intolerante con la mujer, que sin embargo respeta a la progenitora y le permite disfrutar de las prebendas de su afamada e intachable maternidad.
La madre de Manolete, por ejemplo, veraneaba en San Sebastián en una confortable villa, gozaba de amistades muy ilustres y disponía de lujos mientras la mayoría de las madres españolas de su época malvivían atropelladas por el hambre de la posguerra, trabajando en el campo o de criadas, sin cultura y desconociendo la respetabilidad de su condición femenina.
En los años 80, llegan a la vida del torero mujeres modernas que toman mayor conciencia de personas que sus predecesoras y reivindican en sus derechos el pasaje trasatlántico que impone Carmen, la del Niño de la Capea. “¡El matador se lleva la parienta a América!”, exclamaban sorprendidos los hombres de la cuadrilla. Son esposas que acompañan al torero a América evitándole que permanezca tanto tiempo solo o en compañía de las atractivas
sudamericanas que desde siempre han aplacado las nostalgias del torero con ternura y amabilidad. Son esposas sumisas pero que dejaron su condición de Penélopes griegas y con paciencia y talento no se conformaron con pasar la vida calladas y a la sombra.
Son Feli, Mimi, Carmen, Lupe, Lidia, Marina, Yeyes, Mercedes, Patricia... las que rompen con el encierro en el hogar y trasladan su sumisión hasta la habitación del hotel donde ellos se visten de luces y en donde ellas aguardan rezando, haciendo ganchillo o leyendo a que regresen ilesos para compartir el triunfo o alentar en el fracaso, impidiendo que el torero se frustre en la humillante soledad de una poco lucida tarde.
Hasta bien entrados los años 80, las mujeres de los toreros –sacrificadas, devotas, sumisas y dignas ellas– reciben al casarse la lacerante consigna de la resignación en una sociedad donde el imperioso machismo de la gente de coleta y de su entorno hace alardes de la virilidad y del ego con escarceos amorosos que el público les aplaude, engordando el exceso de testosterona de los toreros ágiles en infidelidades con la esposa.
Hay muchas herederas de las Lolas, Cármenes, Conchas, Lucías... tratando de guardar las apariencias de estabilidad conyugal mientras Sánchez Mejías vivía un romance que nunca ocultó con La Argentinita, o como el Papa Negro en idilio apasionado con la cantante de ópera Tina di Lorenzo: “Divorciate Manolo y quédate conmigo, tengo suficiente dinero como para poner una renta a tu familia y que nos dejen tranquilos”. O como Lucía Bosé, que harta de vivir de finca en finca tras muchas polémicas, logró que Luis Miguel adquiriera la casa de Somosaguas donde ella procuraría formar un auténtico hogar del que su marido se distanciaba continuamente por los toros o por sus frecuentes escaramuzas amorosas.
MARIDOS INFIELES, ESPOSAS CELOSAS
A veces ha sido necesario desenfundar las armas de la autoestima para aliviarse del victimismo frente a las infidelidades del torero. ¿Qué mujer celosa –y yo lo soy– no ha rebuscado en el bolsillo del presunto marido infiel?... Yo me encontré, entre otros hallazgos de interés, con más de media docena de cartas firmadas por Lía Milán, viuda de Trujillo, que usando sus legítimas armas femeninas le recordaba a mi marido, Jaime Ostos, sus no lejanos días de amor y pasión, reprochándole haberla sustituido y pidiéndole que volviera cuanto antes a sus brazos... Esas cartas y otras curiosidades me pusieron en bandeja las razones contundentes para deshacer mi matrimonio por infidelidad. Ni perdoné a Jaime Ostos, ni me resigné a sus escarceos amorosos, ni acepté el pretendido dolor de sus pecados.
Apoyada en mis obligaciones profesionales como neumóloga y en la independencia económica desprendida de mi trabajo, me separé con impaciencia en marzo de i989 en contra de su voluntad, naturalmente. Dos años más tarde me concedieron el divorcio. El torero, sin resignarse a perderme, anduvo tres años luchando por reconquistarme, dando un importante cambio de tercio a su vida, mostrándome por naturales que podía ser otro. Así, rompiendo con todo lo que yo rechazaba y aceptando mis condiciones, derechos, libertades y propuestas no le fue difícil volver a enamorarme, quedando como quedaba el amor y la presencia de nuestro hijo Jacobo.
Después de tres años separados, en i992 analizamos y reflexionamos mucho la dura pero acertada decisión de volver a unir nuestras vidas... Me siento orgullosa de haber ofrecido a mi marido una segunda oportunidad tres años después de divorciarme y a la vista de su nueva actitud en la vida, enterrados sus alardes de machismo y su estandarte de mujeriego. Le transmito con todo el cariño mi experiencia a Eugenia Martínez de Irujo por si le sirve de algo en un futuro inmediato.
Separarse de un torero petulante, arrogante y mujeriego es un alarde de valentía de la esposa humillada, pero si el torero pega una larga cambiada y persiste el amor, reconciliarse con él es un alarde de coraje al alcance, únicamente, del talento de la mujer con la desenvoltura iconoclasta de su inteligencia.
Hasta hace poco tiempo, las esposas de los toreros de pelo en pecho no tenían más remedio que adquirir enormes dosis de resignación para hacer frente a las infidelidades del marido con dignidad por no atreverse a desafiarle y desmoronar la estabilidad conyugal aparente. La llegada de mujeres independientes y seductoras, que alternan el gimnasio con Internet, que siguen deslumbrándose con el torero que las enamora y alejadas de la mujer leyenda, sin dar al traste con la fascinación que continúa produciendo en la sociedad la relación sentimental con el torero, entierran la sumisión y el victimismo enarbolando sus derechos y sus libertades por encima de todos los tópicos aceptados.
Esa llegada de mujeres nuevas a la vida de toreros maduros con las que rehacen sus vidas –la doctora Rizo, Carmen Tello y yo misma, con Ángel Peralta, Curro Romero y Jaime Ostos, respectivamente– liberadas de ataduras históricas siniestras y opresivas, nos obliga a revisar las conductas masculinas del torero y mandar a hacer gárgaras a tanto modelo de macho bravío. Les dijimos que nos gustan valientes y arrogantes en el ruedo, pero sin lanzas, ni exhibiciones de atributos, héroes en los cosos taurinos pero que al quitarse el traje de luces colgaran su denominación de origen porque la mucha hombría acumulada en los viejos tíos machistas anda devaluada.
A estas alturas que nadie cuestione las trampas ni los mitos de la masculinidad de los toreros. Pero a sus esposas nos ocurre lo que a los maridos de Marilyn Monroe, que se enamoraban de su frivolidad y sin embargo luego querían cambiarla a toda costa. Las mujeres de los toreros nos enamoramos del héroe, narciso, arrogante, dominador, autodidacta, quijote, donjuan y luego queremos que cambie... Ese es nuestro tremendo dilema. ¡Qué gran contradicción en nuestras vidas!
Las “nuevas”
Las mujeres han ocupado a lo largo de toda la historia un papel muy importante en la vida del torero. Pero con el paso del tiempo esa relación ha ido evolucionando y los logros que la mujer iba obteniendo en cualquier otra actividad también se han visto reflejados en sus vidas.
Paloma Cuevas, de 29 años, esposa de Enrique Ponce, es un ejemplo de mujer de hoy, pero criada en las arcaicas tradiciones del mundo del toro, herencia de su padre, el empresario Vcitoriano Valencia. Tras estudiar Empresariales y especializarse en Estados Unidos, su matrimonio le cambió la vida, pasando a depender en gran medida de la carrera de su marido. Suele acompañar a Ponce por toda España para evitar así la soledad permanente a la que se ven abocadas las mujeres de los diestros. Pero jamás va a la plaza. Ni siquiera le gusta ir a los tentaderos. Le espera en el hotel para cenar juntos.
Arantxa del Sol, sin embargo, no ha abandonado ninguna de sus ocupaciones tras su boda con Finito de Córdoba; y sólo el nacimiento del primer hijo de la pareja va a lograr apartarla un poco del trabajo. Modelo, actriz, presentadora y empresaria, la vida de Arantxa ha estado siempre acompañada de las cámaras de televisión y los flashes. Muy aficionada a los toros, hasta su boda iba a ver a Finito muy a menudo, pero desde entonces únicamente presencia los festivales y festejos menores. Las separaciones son habituales en la pareja. Su trabajo no le permite viajar nada más que en casos excepcionales junto a su marido.
Julián López, El Juli, no ha sentido aún la llamada del amor. A sus 19 años, su madre es la figura femenina más importante en su vida. Y sobre ella ha dicho: “Es la que mejor me entiende y me cuida. Una mujer como ella sería la ideal aunque, claro, madre no hay más que una”. Y admiración y pasión es también lo que siente Manoli Escobar por su hijo, al que sigue por los ruedos de España y América. Especialmente cuando llega el buen tiempo, son pocas las tardes en las que esta madre no disfruta de cada lance o cada par de banderillas de su vástago. Pero no es únicamente esta afición taurina lo que la hace seguir los pasos de Julián. Tras la corrida, nada de grandes restaurantes. A El Juli le vuelven loco los platos que su madre le prepara, especialmente la pasta, y pocas cosas le reconfortan más después del esfuerzo realizado en la plaza. Seguro que no hay torero más mimado.
A Rocío Jurado, de 57 años, el matrimonio con un torero de la talla de Ortega Cano volvió a catapultarla a las portadas de toda la prensa rosa. Pero este mundo no era algo desconocido para la chipionera. Su profesión, su primer matrimonio con el boxeador Pedro Carrasco y la vida sentimental de su hija la han mantenido siempre en una relación de amistad-odio con los periodistas. Muy aficionada también a los toros, puede vérsela en la barrera de cualquier plaza donde se presente su marido, e incluso es habitual que él le brinde la muerte de alguno de sus morlacos. El hecho de que la carrera de Ortega esté ya en su última etapa, hace que puedan pasar más tiempo juntos, siempre en su finca de La Yerbabuena
1 comentario:
no me gusta nada la prensa rosa.
pero reconozco que la entrada es extraordinaria.
es una fabulosa exposicion de esa OTRA MULETA: LA SENTIMENTAL DE SUS MEDIAS NARANJAS, de nuestros maestros toreros.
gracias por la entrada.
es muy buena. hay que reconocer que hay cosas muy curiosas y muy interesantes.
me gustaria meter baza, pero no.
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