lunes, 9 de febrero de 2015

La dignidad en los festejos taurinos (escrito el 8 de febrero de 2008)


Ha dicho Juan Goytisolo "La dificultad es la cortesía del autor con el lector, y darle una obra zafia, de consumo inmediato, es tratarlo con desprecio", El autor catalán, en el toro diríamos escritor de dinastía, me da que no muy taurino, ha mostrado una de las claves aplicables a toda manifestación artística y por tanto a la fiesta brava. No se puede dar a los espectadores y aficionados un producto poco elaborado, triste, desangelado o inoportuno. Es misión del empresario, la prensa, los poderes públicos y ante todo los profesionales no permitir que la vulgaridad y la zafiedad se apoderen de luna manifestación artística que, en palabras de Lorca, es la más culta del mundo, definiendo cultura como manifestación humana evolucionada desde los más profundos ancestros y con capacidad de producir emoción en un porcentaje determinado de población. Tenemos el ejemplo claro de la televisión donde si se pone el tomate después de comer se ve el tomate, pero si se pone Casablanca se vería Casablanca.


No defendemos una cultura o una tauromaquia elitista u oligárquica, ni tenemos intenciones de atentar contra la libertad individual imponinedo nuestro criterio sobre como debe ser el espectáculo más popular y democrático que conocemos, pero entendemos que todo tiene una medida. Sirva de ejemplo que cualquier aficionado a los musicales que quiera disfrutar de un espectáculo de esta índole debe sin remedio esperar una gira de alguna compañía de provincias, trasladarse a Madrid donde esporádicamente, estos últimos años de forma mucho más profusa en el subgénero, se estrenan musicales de segunda, la tercera opción, la que marca la diferencia y supone acceder a lo mejor de la especialidad, supondría un viaje al barrio de Manhattan y visitar cualquiera de los teatros de culto que pueblan Broadway, con capacidad apenas para unos centenares de elegidos que deben sacar la entrada con una antelación suficiente que dependerá de la expectación que haya provocado la obra.
La zafiedad viene dada por exceso o por defecto, nadie pretende que en un pueblo por el hecho de serlo se de un espectáculo anodino con ganado impresentable ante profesionales que no lo son.

La pretensión legitima que tiene cada pueblo de España de contar con los mejores festejos taurinos posibles choca frontalmente con la dignidad mínima que hay que mantener en nuestra fiesta, más en estos momentos de ataques indiscriminados en los que lo último que debemos hacer los taurinos es regalar argumentos a los enemigos del toro. Si la experiencia dicta que cuando un pobre come jamón o el pobre esta enfermo o el jamón no está bueno, si en un plaza de tercera se da un cartel con figuras del toreo, o la figuras no lo son tanto al menos en ese momento, o los ingresos atípicos (subvención pública) han permitido el milagro del encuentro del pobre sano con el jamón potable. Sólo excepcionalmente, vinculaciones familiares o empresariales, gestas concretas, acontecimientos ligados a conmemoraciones, sería legitimo ver una figura en una plaza de esa índole.

Unos pocos, Julián López El Juli, José Tomás, Cesar Rincón… siguen los dictados de José y Juan y pretenden torear sólo en poblaciones donde haya tranvía., hoy se puede actualizar el concepto y poner por doloroso ejemplo para nuestra tierra, donde haya aeropuerto o donde pare el AVE. Eso es darse importancia, marketing dirá un moderno, crear expectación, poder elegir ganado de garantías, (el sintagma da para un para un tomo del Cossio) respetar las leyes no escritas del toreo , permitir el afloramiento de forma natural de nuevas figuras, y en última instancia, es una forma de dar dignidad a la profesión más bella del mundo. En frente se situarían algunos taurinos, el enemigo interior, amigos del dinero pronto que participando en festejos de consumo fáci hacen daño y desprestigian con su sola presencia cualquier idea por noble que esta sea.

En esta época de la comunicación de masas, alguien que vea por televisión una corrida de toros de San Isidro con ganaderías de primer nivel ante las figuras del escalafón ve legitimo pretender que en la plaza portátil que se instala en el ferial de su pueblo se reproduzca ese festejo punto por punto. Se considera ninguneado si se le ofrece una dignísima novillada con picadores, donde puede ver torear a una presumible futura figura, un chaval de la zona o un alumno aventajado de la escuela taurina, ante novillos de un ganadero digno que mandaría “los mejores y escogios” para esa plaza según su mejor criterio.

Es misión de todos volver a la lógica, hacer ver al aficionado que este es un espectáculo caro, en vivo, donde lo importante es el grado de verdad de todas las suertes y todos los participantes y que sólo manteniendo estos criterios se puede salvar la pureza de la fiesta, cuyo epicentro es el toro bravo, sin caer en la zafiedad de la que hablábamos al iniciar este artículo. La verdad y la dignidad de una becerrada bien montada, de un corrida de aspirantes a figura, sin nombre pero con proyección, multiplican por mil las del bochornoso espectáculo que a veces se ve en las plazas de nuestra geografia. Si la dificultad es la cortesía del autor para con el lector iniciado, en el toro esta dificultad se llama integridad y se ha buscado siempre en nuestra fiesta por ser la piedra angular en que sustenta

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