El silencio es ese amigo que todos tenemos, ese amigo fiel que te acompaña siempre que lo quieras buscar, ese que está ahí para ayudarte a entender las cosas grandes de la vida, al que debemos oír en la vorágine del triunfo y en la laboriosidad del esfuerzo.Es virtud de dioses, es arma de listos callar, es argumento infranqueable en la dialéctica de la verdad torera
Aparecía el cartel, "Silencio se Rueda" en los estudios de televisión, ahora es un display con una luz roja intermitente. Aparece en los escenarios de las películas de cine. "Silencio se rueda" y entonces el que trabaja se pone a lo suyo y los mirones, como siempre aunque hayan pagado su entrada, se callan y dan tabaco.
Han cambiado tanto las cosas que ya no se puede ni ofrecer tabaco. Ha cambiado Sevilla, esa Plaza de toros..., se va distinto, de ve de otra forma, se ven cosas.... "Todo es igual, nada es mejor" que decía Gardel Pero el silencio que Sevilla sabe callar sigue imponiendo como siempre.Ese silencio que se oye para oír el misterio y surge de la voluntad del "callando" y no de la apatía del "callado" Ese silencio que pesa al torero, ese silencio de expectación, del "vamos a verlo", ese silencio que es voluble y de repente es el silencio del "está visto", de "y este que quiere hacer" .O se puede tornar en el silencio admirativo del creyente. O puede derivar en la guasa de Sevilla, la que ayer no se vio por que no hubo sitio más que para ver torear
Ayer en Sevilla David de Miranda toreó. Toreó como se debe enseñar en las escuelas de toreo. Partiendo del valor, pasando por el temple y llegando al dominio. Luego está lo mágico, el gusto, el adorno y el arte, que de todo eso hubo en el Miranda que toreó con la capa, cuajó al toro en la muleta y lo mató por arriba. Es así de sencillo, o así de imposible. Ninguno de sus dos novillos puso más en la faena que su nobleza, ambos se frenaban al llegar en el primero, se lo pensaban en el segundo y desistían en el tercer muletazo, justos de raza y sin entrega. El de Trigueros no es hombre de mandar callar a nadie, pero ayer pidió silencio, pidió que el viejo silencio, de lo poco que queda en la Maestranza que conocí, fuera testigo de una forma vieja de torear. Que hablara la palabra recia del toreo, esa música templada de la cadencia del muletazo puro, de los pies hundidos en el alma inmóvil del toreo proponiendo siempre la verdad. Como la ligazón se tornaba imposible, el de Trigueros decidió torear por el cante roto del toreo sin compás, del quejio hondo del alma, del trazo inmaculado, del temple mandón y pesado del que lleva cosido largo el burel en la muñeca, de que cada muletazo fuese una fotografía y no se pudiese grabar en vídeo.
Y Sevilla supo esperarlo, supo verlo sin música, callando, sólo se rompió el silencio cuando después de un arrimón sin aspavientos, tras el broche de unas bernardinas de calado grande, el torero se sale de la suerte con un remate que despierta la mente por la belleza. Pero el clamor venía de antes, de ese capote de siempre, mecido, franco, recogido, del toreo al natural de todos los siglos, de ese esperar al toro que no quería pasar, de ese llevarlo hasta donde no quería llegar. El clamor venía, de la seda a la espalda , de no perdonar un quite, del brindis torero a Manolo Cortés, esos brindis de siempre, el clamor viene de no tener prisa ni para para torear despacio. El clamor silencioso venía del pasado año, del triunfo sin despojo que el aficionado no olvida. El clamor venía del silencio con que se paladea el torero bueno, hermano del silencio con que se disfruta el vino bueno, la amistad buena, el amor bueno y lo bueno bueno, hasta la música buena.
No sonó la banda de la plaza de Sevilla, nadie lo pidió, nadie la sintió, a nadie le hizo falta. En silencio, con esa media sonrisa que sabe diferenciar lo que parece y lo que es, David de Miranda salió de La Maestranza. Llevaba una oreja en su esportón. Y muchas más cosas, muchas más gentes, que sólo se recuerdan en silencio
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