LA SACA DE LAS YEGUAS.Durmiendo en la marisma.
Durmiendo en la marisma.
Hoy han entrado los yegüerizos de Almonte en La Marisma, a los largo del día entre las dos y las siete se podía entrar en el parque nacional, nuestra cuadrilla, que pernoctará en Hato Villa se ha citado en el chozo del Negrete para entrar por el Malecorro.
El grupo es diverso lo comanda un jefe de tropa, elegido entre el azar, el sorteo y la disposición, métodos infalibles por tradicionales. El mayor de nuestra tropa tendrá sesenta años, curtido, deje innegable almonteño, sentencioso y senequista, con retranca marismeña y un espíritu joven, caballero en alazano colino, riendas reliadas en el pecho del alazano y ganas de beberse el mundo. Aunque en nuestro grupo hay dos o tres yegüerizos también talluditos la edad media no debe sobrepasar los treinta y cinco. Dos chavales acompañan a sus padres y son junto a este corresponsal los más nerviosos e inquietos cuando el guarda del parque, uniforme caqui, ceño fruncido y pachorra de funcionario pasa lista, todos deben ser ganaderos, todos deben ser almonteños, sólo se permite un pequeño grupo de invitados, el trámite es corto, todos saben las normas y todos las cumplen. Por fin en la marisma.
La impedimenta es sencilla, caballo, pañuelo de hierbas, ropa cómoda, una manta o un saco para dormir, una chivata para apartar el ganado, sombrero de ala y el costo en el carro. Los más puristas, los auténticos yegüerizos de las marismas, los guardianes de la pureza, mulos con serón donde llevan el costo, espatarrados en lo alto navegan con autosuficiencia insultante. Algún viejo roquero prefiere el carro y allí sienta sus cuarteles atendiendo a quien se acerca por algo.
Una media hora después de dejar atrás el control de entrada el carro se echa a un lado y paramos junto a otra partida que dormirá en la Casa del Lobo, todos los caballistas nos acercamos sedientos, el calor de este 25 de Junio aprieta, el sentimiento de hermandad es fuerte. Citas clandestinas para la noche, invitaciones mutuas hasta el hartazgo, camaradería honrada y franca competencia por ver quien reúne antes su ganado, recados para que busquen la yegua ruana que trae rastra y está endeble,,,,. El hombre se siente hombre cuando ve la inmensidad de la naturaleza en su apogeo, cuando sabe que va a hacer cosas que otros hombres no hacen y que se hunden en las glándulas productoras de hormonas masculinas. Pocas mujeres en la saca pero las que hay valientes, caballistas, largas, discretas, en otras palabras: mujeres almonteñas.
Buscando las ruinas de Hato Villa, antiguas casas de colonos, sigue la marcha. La noche se viene, y hay que llegar pronto para montar la infraestructura, sencilla pero imprescindible, para que veinte hombres y veinte caballos pernocten en el corazón de la marisma. La luna en cuarto creciente facilita las cosas, el sistema es de cooperativa, uno cocina, otros montan una lona en el suelo, otros instalan los caballos y todos colaboramos en lo que buenamente se puede.
La noche viene húmeda y fría, no se permiten candelas, los mosquitos acechan, la conversación apasiona y nace el cante, voces secas y roncas sin guitarras, sevillanas de letras inverosímiles, copas de amistad y compañerismo, fandangos hondos, más copas, aventuras pasadas que uno hace suyas al oírlas relatadas por sus héroes.
Para un urbanita sin raíces ni patrias, dormir al raso mirando las estrellas, oyendo el tumultuoso silencio de las marisma, cabeza en la montura que me ha llevado y al lado de estos hombres que están haciendo lo mismo que hicieron los abuelos de sus abuelos y en el mismo sitio y con las mismas normas, dormir dos horas si cabe, al lado de “mi” cuadrilla, si esto no es el paraíso está muy cerca de serlo
Hoy han entrado los yegüerizos de Almonte en La Marisma, a los largo del día entre las dos y las siete se podía entrar en el parque nacional, nuestra cuadrilla, que pernoctará en Hato Villa se ha citado en el chozo del Negrete para entrar por el Malecorro.
El grupo es diverso lo comanda un jefe de tropa, elegido entre el azar, el sorteo y la disposición, métodos infalibles por tradicionales. El mayor de nuestra tropa tendrá sesenta años, curtido, deje innegable almonteño, sentencioso y senequista, con retranca marismeña y un espíritu joven, caballero en alazano colino, riendas reliadas en el pecho del alazano y ganas de beberse el mundo. Aunque en nuestro grupo hay dos o tres yegüerizos también talluditos la edad media no debe sobrepasar los treinta y cinco. Dos chavales acompañan a sus padres y son junto a este corresponsal los más nerviosos e inquietos cuando el guarda del parque, uniforme caqui, ceño fruncido y pachorra de funcionario pasa lista, todos deben ser ganaderos, todos deben ser almonteños, sólo se permite un pequeño grupo de invitados, el trámite es corto, todos saben las normas y todos las cumplen. Por fin en la marisma.
La impedimenta es sencilla, caballo, pañuelo de hierbas, ropa cómoda, una manta o un saco para dormir, una chivata para apartar el ganado, sombrero de ala y el costo en el carro. Los más puristas, los auténticos yegüerizos de las marismas, los guardianes de la pureza, mulos con serón donde llevan el costo, espatarrados en lo alto navegan con autosuficiencia insultante. Algún viejo roquero prefiere el carro y allí sienta sus cuarteles atendiendo a quien se acerca por algo.
Una media hora después de dejar atrás el control de entrada el carro se echa a un lado y paramos junto a otra partida que dormirá en la Casa del Lobo, todos los caballistas nos acercamos sedientos, el calor de este 25 de Junio aprieta, el sentimiento de hermandad es fuerte. Citas clandestinas para la noche, invitaciones mutuas hasta el hartazgo, camaradería honrada y franca competencia por ver quien reúne antes su ganado, recados para que busquen la yegua ruana que trae rastra y está endeble,,,,. El hombre se siente hombre cuando ve la inmensidad de la naturaleza en su apogeo, cuando sabe que va a hacer cosas que otros hombres no hacen y que se hunden en las glándulas productoras de hormonas masculinas. Pocas mujeres en la saca pero las que hay valientes, caballistas, largas, discretas, en otras palabras: mujeres almonteñas.
Buscando las ruinas de Hato Villa, antiguas casas de colonos, sigue la marcha. La noche se viene, y hay que llegar pronto para montar la infraestructura, sencilla pero imprescindible, para que veinte hombres y veinte caballos pernocten en el corazón de la marisma. La luna en cuarto creciente facilita las cosas, el sistema es de cooperativa, uno cocina, otros montan una lona en el suelo, otros instalan los caballos y todos colaboramos en lo que buenamente se puede.
La noche viene húmeda y fría, no se permiten candelas, los mosquitos acechan, la conversación apasiona y nace el cante, voces secas y roncas sin guitarras, sevillanas de letras inverosímiles, copas de amistad y compañerismo, fandangos hondos, más copas, aventuras pasadas que uno hace suyas al oírlas relatadas por sus héroes.
Para un urbanita sin raíces ni patrias, dormir al raso mirando las estrellas, oyendo el tumultuoso silencio de las marisma, cabeza en la montura que me ha llevado y al lado de estos hombres que están haciendo lo mismo que hicieron los abuelos de sus abuelos y en el mismo sitio y con las mismas normas, dormir dos horas si cabe, al lado de “mi” cuadrilla, si esto no es el paraíso está muy cerca de serlo
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