jueves, 3 de marzo de 2011

Mi amigo Torero (por Andrea López)

Juan Antonio Ruiz “Espartaco” estuvo en Medellín reconciliándose con la vida
Pese al paso de los años, el “Espartaco” que muchos aficionados a la tauromaquia conocieron aún se desenvuelve con maestría frente a una res de lidia.
Recordado por los amantes de la tauromaquia como el número uno del mundo en la década de los 80, la admiración que despierta sigue latente y así quedó demostrado durante la pasada temporada taurina de la capital antioqueña, en donde pudo compartir con viejos amigos y seguidores.

ANDREA LÓPEZ

Especial para EL MUNDO
Hace más de treinta años, siendo una niña, tuve la oportunidad de acompañar a Chinavita, Boyacá, a un torero español que empezaba su carrera y por circunstancias de la vida aterrizó en Colombia. Más que recuerdos tengo imágenes. La sensación al tocar su traje arreglado sobre la cama fue lo primero que recordé hace unos cuatro años. Luego, el momento que me alegra el alma: El torero cortó las dos orejas, venía dando la vuelta al ruedo con un traje blanco, de repente para frente a mí y se sube en el estribo para entregármelas.
Puedo sentir las manos de mi papá cargándome para subirme en la barrera y la felicidad de ese instante. También recuerdo la sonrisa y los ojos verde azules que me miraban emocionados, pero a la vez con una ternura indescriptible. Pude cargar solo una oreja porque pesaban mucho. La última imagen que tengo de aquel día es sentada en el borde de una cama con la oreja en mis piernas. La veía inmensa y me preocupaba no tener la suficiente fuerza para cargarla.
Esas orejas me las regaló Juan Antonio Ruiz, “Espartaco”, quien tiempo después empezó a cosechar triunfos en España y cada vez que salía en la prensa mi papá me llevaba el periódico y me decía, “mira, tu amigo torero está triunfando”. Me sentía la más orgullosa del universo.
Más de treinta años después, la vida me ha permitido reencontrarme con esos ojos en los que sigo encontrando la misma ternura y con esa sonrisa que ilumina su rostro. Espartaco volvió a Colombia en un momento muy particular de su vida, para alejarse de su cotidianidad y permitirse curar algunas heridas. Lo que nunca imaginó al planear este viaje es que venía a Medellín a alegrarnos el alma y a ayudarnos a sanar las heridas propias.
Pudimos compartir diferentes momentos, verlo torear con la ilusión de un principiante disfrutando cada muletazo. Cada una de las faenas que nos regaló estuvieron cargadas de ese aroma a toreo puro que se añora en las plazas. Cuando se torea con emoción y con sentimiento, no importa cuantos kilos están pasando frente a la muleta. Cada tarde vimos la faena de la feria y bromeó algún día cuando llegó la lluvia empezando un tentadero, “por eso dejé a Víctor (Puerto) por delante, para no tener que torear pero cobrar”.
En el último tentadero, la lluvia arreciaba mientras Santiago Naranjo toreaba. Caía la noche y Espartaco, que a esa hora ya había toreado tres vacas, se quedó ahí, mojándose en uno de los burladeros y dándole voces a Santiago. En algún momento se le calló el ayudado y quien primero salió del burladero a recogerlo fue el Maestro. Después de cambiarse seguía preocupado por prestarle su chaqueta a Santiago, pues hacía frío y no podía enfermarse para su compromiso en Bogotá. Era su última noche en Medellín y no se cansaba de darnos lecciones de vida.
Hay que sentirlo
Juan Antonio Ruiz es cálido, conversador y dueño de una ternura que invade por completo el espacio en que se encuentra. Las conversaciones sin grabadora quedan en el corazón. Esta es la que acordamos compartir y en la que sin duda, habló desde su corazón.
Recuerda sus inicios como algo duro y difícil pero al tiempo muy bonito. Luego fueron ocho años liderando el escalafón y aunque dice que de sus records no le gusta hablar siente una gran satisfacción de haber podido estar entre los primeros. Asegura que todos los que fueron figuras del toreo antes, igual lo serían ahora y los de ahora lo habrían sido antes. “Tú tienes que sentirte a ti mismo. A lo mejor ese sentir no es lo que al aficionado le gusta porque depende de la situación, del toro, pero todo aquello que haga el torero con sentimiento es torear. Lo que no se puede es estar en esta profesión sin sentir lo que haces porque si tu no sientes, nunca podrás lograr hacer sentir a la gente lo que intentas realizar”.
Los aficionados a los toros hemos querido creer que si el toro no tiene determinado tamaño, no nos podemos emocionar y revisar ciertas características físicas nos ha llevado a dejar de disfrutar. “El toro tiene que tener su tipo y su trapío que no tiene nada que ver con que sea grande o chico sino con la agresividad y la acometividad a la hora de embestir. Una vez ahí el torero tiene que componer esa faena con sentimiento. Esa es la belleza del toreo que es una profesión muy bonita, muy intensa, muy difícil. Cuando se logra encender esa llama en el corazón de los espectadores pues es algo único e irrepetible porque lo que se realiza es con un ser vivo. Puede repetirse una obra de teatro entre seres humanos porque todos pueden saber el guión pero el toro no. Esa es la grandeza de ser aficionado a los toros. Quien pueda llegar a entender eso es un privilegiado”.
Ser figura del toreo puede ser alcanzado por quien logre adquirir ciertos conocimientos frente al toro. La grandeza de un ser humano que queda grabado en el alma de una niña de tres o cuatro años la tienen muy pocos. “Uno lucha en la vida no solamente por triunfar. El triunfo es importante pero en la vida todo pasa, hasta ser figura del toreo, pero queda la persona y es muy bonito que la gente te recuerde no solo por lo que hayas hecho en la plaza sino por tu comportamiento fuera. Es cierto que se torea como se es…”
¿Quien es? - Trayectoria
Juan Antonio Ruiz Román nació en Espartinas, municipio de la provincia de Sevilla (España) el 3 de octubre de 1962.
Hijo del novillero Antonio Ruiz Rodríguez «Espartaco», heredó de su padre, además de la afición a los toros, el apodo que había sido tomado por la película “Espartaco”, de Stanley Kubrick.
Debutó en público el 19 de marzo de 1975 en Camas y el 1 de agosto de 1979 se hizo torero de la mano de Manuel Benítez “El Cordobés” en la plaza de toros de Huelva.
Fue número uno del escalafón taurino entre 1985 y 1991, y se le atribuye haber servido de puente entre las figuras de los años 70, como El Niño de la Capea, con la nueva generación que surgió en los 90, como Enrique Ponce y “Joselito”.
Se retiró por una lesión de rodilla en 1995 y reapareció en 1999. Fundó además su propia ganadería de toros de lidia.
En una ganadería del oriente antioqueño, junto al torero español Víctor Puerto (tercero de izquierda a derecha) y varios subalternos y novilleros.

- Conozco quienes han mandado esa frase lejos…

- “Bueno, lo que yo intento es torear siempre de acuerdo a lo que siento en ese momento. Con el respeto hacia el toro, hacia los aficionados, a mis compañeros. Con respeto a todo lo que genera el mundo del toro incluso a los antitaurinos. Nosotros nos tenemos que diferenciar en la nobleza y en la manera de entregar la vida por el toro. Cuando se habla de entregar la vida no quiere decir que es que tú te juegues la vida. Si es cierto que te la juegas pero eso lo hace mucha gente en muchas profesiones para sacar a sus hijos adelante. Hay muchas profesiones muy dignas, muy duras y muy difíciles en las que se juega la vida igual o más, pero en el mundo del toro hay algo especial y es que tú ofreces tu vida. Ofreces tu infancia, tu juventud, tu futuro y todo eso lo haces por el mundo del toro porque todo eso se pierde. El toro se apodera de todo pero es muy bonito poder entregar eso porque ya que el toro te entrega su vida lo único que tu puedes hacer, por respeto a esta profesión, es entregar parte de la tuya”.
Cuesta seguir hablando luego de escuchar semejante reflexión pero después de tantos años, poder mirar hacia atrás y hacer un balance trae algo no menos profundo. “Siempre hay cosas que no quisieras que pasaran pero lo bonito es quedarte con lo bueno y lo otro intentar olvidarlo. Es difícil olvidar incluso las cosas que no te gustan pero hay que tener la capacidad de amar y de entender incluso los malos momentos no solo del toro sino de los toreros. Somos seres humanos, nos equivocamos en la vida, en nuestra profesión también pero la belleza de este mundo está en que es donde se conjugan realmente la vida y la muerte. En una corrida aunque salga mala, siempre ocurren quinientos, seiscientos, setecientos milagros. En unas banderillas, en un quite, en la forma de salir… siempre hay algo que pudo ocurrir y que no ocurre pero hay que darle la importancia como si hubiese ocurrido y ahí es cuando hay que entender el mundo del toro. Incluso en lo que no te llena hay que buscar algo porque cuando uno está enamorado de algo hay que buscarle los momentos bonitos y nunca lo que no te puede gustar”.
Ahora entiendo por qué pude recordarlo a pesar de haber tenido ese momento borrado por tantos años…
- “Espero que no me olvides ahora…”

- Imposible olvidarlo Maestro, imposible… Cómo lo voy a olvidar si usted es mi amigo torero.

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