En Valencia, y ante Ponce, da una lección magistral de poderle a los toros, de ardor guerrero, de sentido de las cosas del toro y de querer mandar.
Andaba la tarde de reuniones y todo se me hacía darle vueltas a la cabeza, sabía que era el día, el rival, la plaza. Dudaba del ganado, que se salvó lo de Don Fernando por cierta bravura noble y el mínimo de picante exigible.
Sólo he visto el quinto, un marrajo que le quería levantar los pies de su tierra a un firme Ponce, y el sexto, al que ha reventado de cabo a rabo Julián, desde el recibo de capote hasta el estoconazo de cañón.
Ese quite, empezado por Lopecinas y acabado por cojones, con el toro entero, es el toreo que le pido al Juli, poderio, versatilidad, distancia, poderío, vistosidad y arte, arte de peso, de escultura de arquitectura de solidez cimentada en la técnica. Cuando mira a Ponce despues de la larga cambiada, vi al mejor Ordóñez, al más bravo Paquirri, al más puro Gallito y al mejor Juli de su repertorio.
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