domingo, 5 de junio de 2011

Magnífico artículo con Prieto de la Cal y Litri como actores

Vengan Toros por RUFO GAMAZO RICO 
A los taurófilos zamoranos no parece llenarles el cartel de las fiestas de San Pedro, que cuenta con el patrocinio del Ayuntamiento. Ya los antiguos aconsejaban no disputar sobre gustos, ni sobre toros, añadimos por nuestra cuenta. Cada aficionado, torista o torerista defiende con pasión un tipo de toro y un estilo de toreo. En la crónica taurina, a veces de creativa belleza, el asiduo espectador de la fiesta bravía se define como aficionado por antonomasia y el buen aficionado gusta de ser considerado entendido; así pues, aficionado y entendido son términos intercambiables. Conviene dejar que discutan entre ellos, que siempre se aprende algo. Sin embargo, quiero advertir que no es novedosa la polémica sobre el cartel taurino. Si no recuerdo mal, fue en el año 1949: la gente esperaba el programa de las fiestas, que se resistía a salir porque no había acuerdo en la confección del cartel de toros. Al fin, parieron los montes: Toros de Prieto de la Cal, para los diestros Luis Miguel Dominguín, Pepe Dominguín y Diamante Negro. Después de tarde... comentó nuestro redactor jefe Tim, al enviar a talleres el cartel. Y es que año tras año se repetían invariablemente terna y ganadería. En los mentideros se achacaba la cosa a un presunto tráfico de influencias, porque a la sazón era concejal del Ayuntamiento un pariente de los Dominguines. El Ayuntamiento, la Diputación y Sindicatos cargaban a partes iguales con la ayuda económica a la empresa. Se justificaba el gasto en los beneficios que la fiesta de toros reportaba a la ciudad, especialmente al gremio de la hostelería; años más tarde, le oí decir a Gerardo Pastor, entre bromas y veras, que el aficionado taurino era rumboso de condición.
Sigue el relato: era yo entonces un joven periodista, osado y peleón. En mi sección Crónica de la Ciudad que había heredado de Herminio Pérez Fernández, maestro y amigo, firmé una dura requisitoria contra el protestado cartel y sus valedores; tal vez escribí que aquellos diestros eran tan previsibles en las fiestas de San Pedro como las gigantillas. Estoy seguro de que el buen éxito de la denuncia se debió fundamentalmente a que había recogido la airada reacción de la opinión pública. La cosa fue que me llamó el gobernador civil Alfin Delgado para decirme que se había anulado el malhadado cartel y que encomendaba a la Asociación de la Prensa la realización de uno nuevo. La asociación acertó al recurrir a los buenos oficios de don Vicente Mayoral, «industrial de esta plaza» y excelente conocedor del mundo de la tauromaquia; él nos aconsejó una novillada de lujo con figuras señeras del momento: El Litri, Julio Aparicio y Jumillano; por fortuna (y porque eran los mejores) los tres respondieron a las ambiciosas expectativas de la exigente afición. No siempre ocurre igual: contaba don Ramón Murcia, cura ejemplar y culto aficionado taurino, que una empresa de la Plaza de Toros se empeñaba en traer año tras año a Lagartijo y Frascuelo. Frascuelo, entonces flor y gracia de la torería; a un sonado fracaso le sucedía el del año siguiente, una tarde cuando Frascuelo se disponía a entrar a matar por quinta al último toro, un vozarrón penetró el espeso silencio de la plaza; con razón nos dicen cermeños. Sea cierta o no, la graciosa anécdota prueba la larga tradición taurina de la ciudad de doña Elvira.
Vengan toros, cantaba una murga de Villabuena del Puente en los dramáticos Carnavales de 1936; el ingenioso rapsoda pronosticaba «una muy buena» para el mismo año; como es sabido y dolorosamente notorio acertó. En el mundo rural no se conciben las fiestas patronales del verano sin corridas de toros; va en ello el buen nombre del pueblo que con el festejo demuestra categoría y capacidad de atracción de forasteros. En mi pueblo, Villalonso como todo el mundo sabe, se constituyó a mediados del pasado siglo una empresa taurina con la participación entusiasta de numerosos vecinos, unos con dinero y otros con jornadas de trabajó; en un corralón se levantó una plaza con adobes y tablones; los burladeros estaban protegidos por trillos. La empresa, como algún día contaré, logró su objetivo, aunque no repitió.

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