domingo, 26 de junio de 2011

Manolito y Marismeño, la esperanza blanca de los yegüerizos de Almonte




De la nobleza honda del animal más bello del mundo

Es Manolito un hijo de los machos que un  día inventaron la esquiva marisma como forma de vida. Caballero en Marismeño, un viejo caballo picazo, que siempre ha sido el tordo pelo respetado en esta tierra,  Por la mañana es su tío Pepín, jefe de reunión, quien le apareja al noble caballo y quien lo sube a la montura, Manolito ya sólo bajará de su compañero por necesidades fisiológicas inaplazables. Luego, arriba de su Marismeño, forma un sólo ser de pensamiento palabra y obra. La unión es total y sólo posible en un nieto de la marisma. No le pesan a la collera las horas de solano, los galopes forzados, los insectos percutientes, ni el levante que castiga este año; niño y caballo se entienden, se respetan palpitan al unísono y ... claro, se quieren con el amor ancestral de la necesidad mutua.
Cuando baja del caballo, el hijo de la raza le da un pienso en casero morral al caballo, lo lleva a beber y luego lo deja suelto, el buen jaco no irá a ningún lado percibiendo de cerca las ferhormonas de Manolito.
Por la noche el niño se ha levantado en un par de ocasiones buscando con la mirada la luna reflejada en el la blanca capa del rocín, este lo mira en la distancia y asiente tranquilo, el contacto visual tranquiliza a ambos.
En la mañana madrugadora y cargada de húmeda neblina, el chaval se acerca a por el garañón, se lo hace aparejar y pronto vemos el grupo centaúrico presto y enhiesto sobre la silla. 
Salimos pronto a recoger yeguas, carreras que el viejo Marismeño, del hierro de la X, resiste por el orgullo de la casta y lo liviano de la carga que supone su alter ego a la grupa.
En un lance de la labor, nos encontramos enfrentados ante un caño hondo y ancho que se hace necesario vadear, el viejo conocedor de la marisma busca el paso menos profundo recordando antiguos vados y soñadas memorias de la tribu. Los caballos rehúsan en la duda, un poderoso yegüerizo sobre un nervioso y corajudo alazano comienza a cruzar el agua, se envalentonan entonces jinetes y monturas y seguimos en fila india al líder, Marismeño y su caballero son de la partida, avanzan penosamente entre el resto de jinetes, los caballos hunden sus patas hasta el corvejón, el lodo del fondo atrapa los cascos y los caballos deben redoblar el esfuerzo, lentamente va el grupo alcanzando la otra orilla. De repente Marismeño claudica, sus cascos han quedado atrapados y, al intentar arrancarse, le fallan las fuerzas y cae al agua de lado, Manolito cae entre las patas del noble bruto, es un segundo lo que tarde su tío Pepín en tirarse a por él, pero antes, cualquier caballo habría braceado y pataleado para retomar el equilibrio, Marismeño se dejó vencer por el agua de la marisma que le llegaba a los belfos, sabía que si pataleaba golpearía al niño. 
Cuando el cuadrúpedo observó que Pepín llegaba a borbotones, abrazaba a su jinete y lo sacaba a nado y sólo entonces el caballo dejo funcionar su instinto e hizo los pertinenetes movimientos para librarse de morir ahogado. 
Nadie dijo nada, el silencio del mediodía en la marisma fue notario de las lágrimas de estos curtidos almonteños,  la perfecta simbiosos entre hombre y bestia nos dejo asombrados a todos.
La fe del hombre en el animal más noble de la creación renace, mientras existan seres capaces de expresar así sus sentimientos la esperanza en el hombre y en la naturaleza no claudicará.
Sólo Manolito lo vio normal, acarició en el cuello a su Marismeño, que también lo vio lógico. Cosas de niños y caballos. Gente pura, gente noble

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