Se confirma estos días la ruptura de Alejandro Talavante con
Taurodelta para pasar a ser apoderado por Curro Vázquez. Aparentemente una más
de las tantas relaciones profesionales que se deshacen en otoño. Tal vez no, y no sea "una más" quizá sea Talavante el argumento que desnivele el fiel de la balanza
Acaso este sencillo paso para un torero sea un gran paso
para la tauromaquia y el salto del extremeño a los terrenos de la independencia
provoque una modificación sustancial del pernicioso
equilibrio de fuerzas actual del toro. En las tres últimas décadas, el
oligopolio de tres grandes casas y media han mandado en esto. Se podían sentar
en el mes de enero y cerrar todas las ferias de España y América en la sentada.
Este año en esa mesa se debe sentar mucha más gente con cosas que decir.
La nueva relación de apoderamiento del extremeño lo hace
socio del grupo de toreros que ha optado por apoderados que no tienen más
relaciones con el mundo del toro que esa propia relación contractual. Ni
gestionan plazas, ni llevan más toreros, ni esconden toros detrás de cada
firma.
Junto a Talavante con Curro Vázquez y al misterio de Jose
Tomás (inspirador último de todas las batallas), los que deben mandar en esto
son Juli con Roberto Domínguez, Perera con Fernando Cepeda, Morante con esa figura de ”los mejicanos”,
que en España delegan en Barrera, Castella líder y único miembro del G-1 con
los Lozano. Ello, junto a Manzanares, que sigue al amparo de Matilla, son los
toreros que deben soportar el peso de las ferias.
Salvo en lugares concretos y en los festejos de rejones, son
prescindibles los toreros que quedan apoderados por hombres más o menos
independientes o los que aún quedan en
casas grandes. El Fandi, Padilla y Ventura con Matilla al que apenas le quedan
Jerez y Valladolid. El Cid con su especial vinculación con Pagés. Martínez Erice
sin toreros (se cuenta que mueve ficha ahora) y con Salamanca y Madrid como
feudos inmobiliarios, Simón Casas con Luque, Finito y Rafaelillo y su fuerza en
Nimes, Castellón y Valencia y los viejos señores del norte, los Chopera, con
Hermoso de Mendoza y Bilbao como bastiones.
Cuatro nombres pueden tener cierta importancia a futuro. Fandiño, cansado quizá de independencias,
podría buscar el calor de un grande. No lo creemos, pero el año ha sido duro
para el torero de Orduña. Jimenez Fortes, que tras una temporada de transición
y dejarlo con Guerra, debe decidir estos día su futuro. Se hablaba de Matilla y
el malagueño tiene por delante los dos caminos divergentes.
Los otros dos nombres que han de marcar el devenir del
equilibrio de fuerzas torean a caballo. El festejo más rentable en la mayoría
de las ferias de primera y segunda es el de rejones. Si los dos que mandan, Hermoso
de Mendoza y Diego Ventura, o al menos uno de ellos, decidiesen cambiar de
criterio e ir por libre, la tortilla del toreo habría dado definitivamente la
vuelta.
Con los empresarios y sus plazas por un lado, los toreros con fuerza por
otro, los subalternos muy firmes, sería el momento de que los ganaderos dieran
el paso al frente, se dejaran del rancio y clasista asociacionismo de casino y reclamaran
el lugar que merecen los que crían el toro en la fiesta. Su fuerza es evidente,
sin toro no hay fiesta.
Puede ser el momento. El poder en si mismo no es maligno, lo
pernicioso suele ser la animal tendencia del género humano a apoltronarse en la
complacencia de detentarlo a favor de si mismo y de sus cercanos.
En el nuevo ajuste de fuerzas, todas la
partes deben mostrar grandeza de intenciones y de miras para entenderse, para hacer una fiesta mejor, respetar y dejar a las
generaciones venideras una fiesta equilibrada, justa, que mire esperanzada al
futuro sin dejar de oler a su ancestral aroma de verdad.
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