Juli y Manzanares, vulgar pantomima de dos becerristas
Que nadie se ofenda. Una pantomima es una farsa, y un becerrista es un señor que lidia becerros. No hay en la lengua castellana mejor definición para lo que Julián López El Juli y José María Manzanares protagonizaron ayer en la plaza de Huelva. Se anunciaba un mano a mano -una gran mentira- entre dos figuras refulgentes (¿?) de la torería andante con toros -otra mentira no menos grave- de la muy afamada camada de Núñez del Cuvillo.
Y lo que salió por chiqueros fueron seis gatitos, que entre todos constituyeron un monumento a uno de los escándalos más sangrantes que dos toreros de postín hayan infligido a la fiesta brava. Y como eso no está nada bien, hasta el gentil y feriado público onubense se lo recriminó a la famosa pareja, a la que tanto se le llena la boca para hablar de futuro y con tanta persistencia maltrata el presente.
A tenor de lo sucedido, El Juli y Manzanares acudieron a la feria de Huelva con ánimo de engañar a los espectadores, con la estrecha colaboración de la empresa -imperdonable error de los dos buenos empresarios de Huelva- y la autoridad, que, como es habitual, no pinta nada. Los dos toreros eligieron seis becerros infames en la creencia de que la fama y la prestancia de ambos dos les permitiría un paseo militar sin apostar un alamar. Y erraron, como yerran todos los que pecan de soberbia: el público de Huelva no sabe de toros, pero sí de engaños, y pronto caló en los tendidos la convicción de que lo que estaba sucediendo era una burla infamante.
El segundo de la tarde era una raspita que puso a la gente sobre aviso; y cuando se anunció en la pizarra que el tercero pesaba 450 kilos arreciaron las protestas. El augurio se confirmó al instante: salio un gatito, inválido por más señas, que provocó el alboroto, y el presidente se vio obligado a devolverlo a los corrales. Chico el cuarto, otro gatito el quinto y muy justo el sexto. En fin, que solo se salvó el sobrero, grandote, de 535 kilos, con casi seis años de edad, feo de hechuras y sin cara.
Y El Juli y Manzanares se pusieron manos a la obra para culminar su farsa. Miraban al infinito, como si el asunto no fuera con ellos, dieron miles de mantazos, se comportaron como dos insufribles pegapases y, encima, el público les concedió orejas. El primero dio pases horrorosos, despegados todos ellos, siempre mal colocado, al hilo del pitón, con el cuerpo ridículamente retorcido. Él, tan aficionado a hablar, debería explicar si lo que hizo en Huelva tiene algo que ver con el toreo.
Y Manzanares, otro que no carga la suerte ni por equivocación, y se alivia en cada envite escondido siempre en su natural elegancia, vibró con el sexto, que embistió repetidamente, aburrió con el noble cuarto en una faena pulcra e interminable y lo intentó sin éxito ante el rajado segundo
La corrida fue uno de los grandes petardos de la temporada, de esos que expulsa a la gente de una plaza de toros. Pues bien, después del fraude cometido, los dos toreros no tuvieron inconveniente en que los izaran a hombros y los pasearan por la puerta grande como dos triunfadores; y algo más, ambos mostraban en twiter momentos después su contento y felicidad por una tarde tan bonita.
¿Hablarían en serio? ¿Son tan soberbios que se consideran por encima del bien y del mal y se mueven en la mentira con peligrosa complacencia, o es que toda su inteligencia reside en el valor?
Lo de ayer produjo sonrojo y vergüenza. Y lo que es peor: con taurinos como El Juli y Manzanares, ¿para qué hacen falta antitaurinos?
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