El adagio es viejo y cierto. El toreo es grandeza, la
grandeza de dos toreros que vienen a final de temporada a Sevilla a dejar
sentadas las bases de su verdad torera.
Manzanares, un torero de arte con cuchillo de seda en la
boca, las pinturas de guerra en el alma y la muñeca rota en cabestrillo. Contra
la crisis de las farmacias dos portagayolas de arte, de larga y de verónicas la
una, de larga y de Chicuelinas la otra, de riesgo en los lances con el toro
repitiendo codicioso. La cogida de Blazquez que cae inerme mientras su
cuadrilla lo pelea en formas de forcado, interminable espacio de pavor. Y luego
el toreo despacioso, ligado, templado, lento, a un enclasado en bravo Cuvillo,
faena de impacto visual tremendo, de cadencia, templando el viento de Sevilla,
acariciando el toreo. Pero me baila en las muñecas de escribir el son del que
se inventó al quinto, un toro que nadie vio, un bravo juanpedro, faena de
ensoñaciones, de lances que mueren donde nace el otoño, de tiempos lentos como
para amar, como para torear, como para decir las cosas mar urgentes del alma
del torero, el toro a más a el torero al infinito. Lo vi llorar en la vuelta al
ruedo, lo vi torear como como un junco enhiesto en este erial de verdades
eternas. Conta la crisis la grandeza de un torero grande que se siente inmenso.
Al tercero nada pudo, el toro enfermo claudicó después de un recibo capotero
inédito por bravo y de una serie única de buenos presagios.
Contra la crisis de valores el valor de Talavante, que no se
arruga ante el arte, ni ante el valor, ni ante los lotes nefastos de este año
en La Maestranza, la sombra torera de aquel joven imberbe es ahora un torero de
memoria incunable, de trazo limpio, de natural fácil, de remate hondo, de valor
seco. Al primer Cuvillo, lo torea de capote como sólo está permitido a los
dioses de esto, verdad honda en los lances a píes juntos, valor y miradas que
soporta, entre un vendaval bíblico, con estoicismo de dios antiguo. Al sexto lo
supo esperar donde se esperan las cornadas y los triunfos, donde se ganan las batallas
a uno mismo y donde Sevilla supo valorar
el esfuerzo, el toro sabía en cada instante donde estaba el corazón que mecía
la muleta, buscaba los píes en un lance y la cabeza en otro. Talavante, sólo buscaba la verdad de un arte que nace del
oficio y muere en la grandeza. Entre los dos regalos, un Juanpedro que supo
hacer el de la Puebla de Sancho Pérez, ahormando su embestida, sacando su bravura de donde la tuviera, el toro
repone con codicia a partir del segundo muletazo y Talavante sabe esperar
muleta adelante y pies clavados. Manoletinas amondeñadas de remate. Una oreja,
una plaza que sabe esperar al torero de los largos naturales.
Y Manzanares que sueña con volver mientras viaja a su hotel
en hombros de Sevilla, para seguir allí el idilio.
Y usted, señor Rajoy, que mañana debe decidir, recuerde,
contra todas las crisis, grandeza, lo demás con cuentos.
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