Cuentan los taurinos que la tauromaquia está en quiebra definitiva. Hablan de altos costes, de honorarios, de reglamentos, de cánones, de convenios, de comunicación. Y de respeto y prepotencia que piden unos y ejercen otros. A todos estos factores atribuyen la crisis galopante e imparable en la que navega el toreo hace ya años.
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El toreo está sumido en la vulgaridad de lo laico. La tauromaquía camina hacia la nada.
Hoy, con el toreo sumido en la vulgaridad de lo laico, el pueblo se pregunta -y con toda la razón- dónde diablos se encuentra el llamado 'misterio taurino' que le contaba el abuelo, aval moral y sustento material del invento.
Lleva años la estética taurina instalada en la impostura. Una generación. En los ruedos de hoy la casta taurina pregona flamencamente un discurso de oro en paño, siendo en realidad´simple y vulgar latón y latazo.
Una ruina. Hemos llegado al toreo frívolo, amanerado y de puntillas.
Retorcimientos generales, flamencuras impostadas, el toreo de puntillas, el ventajismo, la vulgaridad y la banalización del rito son el pan de cada tarde. Una ruina.
Y el pueblo, que no es tonto, sabedor del fraude y el sacrilegio cometidos, ni se acerca a tal despropósito que ni es cultura, ni es ritual ni es nada. Esa es la ruina.
El pueblo y la afición quieren ver a quien fielmente reproduce lo que su traje le revela.
Conjúrese el toreo para devolverle al pueblo el misterio que le han arrebatado. Y si les falta coraje para acometer tan noble empresa, dejen paso, que toreros todavía quedan esperando a que ustedes se vayan.
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