jueves, 10 de octubre de 2013

Barquerito en apretados lances de recibo define a Berbenero, A El Cid y la faena

Más de acuerdo en como define Don Ignacio a Berbenero que a El Cid, pero lo más seguro es que tenga la razón el maestro.


UN MUY SINGULAR toro Verbenero de Victoriano del Río. Con la edad recién tomada y traza más que particular: castaño lombardo bragado y girón, alto de agujas, estrecho, fino de cabos, un punto zancudo, descarado y remangado pero no cornalón, muy astifino, lavado de cara, más toro por delante que de cuartos traseros. 541 kilos. Fue recibido con gran ovación.

Era toro con plaza. No por hondo, que no lo fue, sino por el aire y el aura. Ni trotar ni galopar, sino un correr al trantrán. Una carrera de ritmo acorde que se iba a sostener de principio a fin. El mismo ritmo al soltarse –lo hizo un par de veces en el primer tercio- que al venir a engaño y repetir sin la menor resistencia. Fue toro de gran fijeza. Con el don de la elasticidad pero sin revolverse ni enterarse. Todo eso tuvo de singular el toro. Y más: no estaba en el tipo clásico de la ganadería.


De breve empleo en el caballo, de donde salió, tras dos varas, vivo y sin apenas ser herido. El Cid había renunciado a quitar en su turno tras la primera vara, pero, al advertir que Fandiño iba a hacerlo tras la segunda, le ganó la baza por la mano y quitó antes que él: tres delantales, ajustados y bien volados, media y revolera, y de esta salió perseguido porque, aunque dócil, el toro tenía carbón.
Fandiño no renunció a su quite. La salida fue una sorpresa para muchos. Alcalareño, que lidiaba, trató de reclamar al toro desde la segunda raya y  mantuvo desplegado el capote cuando ya Fandiño estaba citando al toro. Quite más valeroso que virtuoso: cuatro gaoneras –dos por cada mano- y una brionesa. Hubo ruido. Y entonces salió a replicar El Cid: tres verónicas de asiento pero discreto dibujo y media al modo de Chenel, ampulosa. Más ruido entonces.
Prólogo caliente para una faena que, brindada al público porque era pieza segura, volcó el ambiente enseguida y tuvo en vilo a la plaza entera. Sin prueba previa, un cite de largo en el tercio y casi los medios, y vino al trantrán el toro, y repitió con el mismo son. Cinco de tanda, una trinchera y, algo forzado, el del desdén. Suave el trato del toro, que fue agradecido hasta en eso. Una pausa, y una segunda serie de casi idéntica razón: cinco ligados, algo abiertos, y el de pecho. Y un respiro. El Cid, vertical, estaba tan relajado y suelto de brazos que hasta el encaje parecía natural. Ni una docena de muletazos y ya estaba la gente hirviente. Primera variación: con la diestra, una tanda de cuatro, el cambiado y un recorte casi de molinete. En la segunda tanda en redondo, hubo dos muletazos de gran desmayo –los mejores de todas las series vistas y por ver- y el clima se calentó.
¿La faena ideal de veintipocos muletazos? El Cid se puso de frente con la izquierda, y ahora fue toreo de uno a uno, una trinchera, unos muletazos de recorte y al costado bastante heterodoxos y un medio desplante sin convicción. Todo, o casi todo, en un mismo terreno. Faena de colocación, de conducir y no de obligar, de caligrafía impecable más que de sentimiento o pasión. El toro tenía todavía mucho dentro –otros veinte muletazos- cuando El Cid, en alas de un runrún triunfal, se perfiló con la espada en corto y en la suerte contraria. Un pinchazo sin fe, y salió perseguido, otro pinchazo y media muy trasera. Se pidió con fuerza la vuelta para el toro. Se enrocó el palco. Ovación de gala en el arrastre. Y para El Cid antes del arrastre. Una vuelta al ruedo bastante clamorosa, pero no dos.

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Haciendo hilo

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