lunes, 11 de enero de 2010

Se buscan padres de bravo en la plaza de tientas.

Millares tienta los machos en Pelegrín

Se buscan emperadores de la dehesa.

Hoy es día grande en Pelegrín. Se buscan padres se bravo, magnates de la dehesa. En el amanecer sonaron por los cercados las hondas voces de los mayorales, los hombres de campo andaban serios, entresacando, cortando a los elegidos: ese capirote, el albardao que se arranca a las moscas, el indolente burraquillo del cercado del pozo, el salinero, el 18 también, el caballo alazano se encara con el castaño que se revuelve, es el hijo de la Gorriona que siempre da bueno. A media mañana ya andan en capilla, los corrales arden de bravuconería, la potencia de la bravura busca motivos para perpetuarse en la realidad consistente y eterna de un semental de toro de lidia.


El campo bravo nerviosea en silencio otoñal, las vacas madres mandan a sus hijos al tentadero más importante del año con las mejores galas y los viejos sementales ignoran con sarcasmo de veterano la ya superada plaza de tientas. El examen a que se someten los más escogidos hijos de la aristocracia bovina es lo más parecido a una olimpiada de la antigüedad helenística. Hoy el ganadero Manuel Ángel Millares elige, a través de un rito viejo y aperiódico, al albur de los dioses, padres para las próximas generaciones de toros de lidia que se jugaran con el hierro de la B tumbada en las plazas de la piel de toro.

El teatro de los sueños es sencillo y solemne como corresponde al caso. En la plaza grande y moderna de la ejemplar explotación, Víctor Puerto y Luis Vilches, dos matadores de toros de la máxima categoría, oficiaran de sacerdotes del solemne culto de transición, donde entraran diez aspirantes a la gloria y saldrá algún señor de la dehesa con mando en plaza, harén de elegidas y patente de corso para padrear. Con unas breves ramas de olivo para evitar recuerdos y querencias futuras. En segunda línea, prestos con el capote, el maestro Sánchez Puerto y el banderillero Santi Acevedo, a caballo un hombre de dentro, Juan Antonio Carbonell, midiendo la fuerza de la embestida. En el palco de los dioses, los que dictaran el veredicto, el ganadero triguereño, Manuel Ángel Millares, el mayoral de la ganadería, Fernando Ramos, el factótum Benjamín Pulido y el hombre de confianza de la casa, Paco Guerrero. El resto, familia, mucha prensa, curiosos, de mirones, la regla antigua e insoslayable, ya saben: callados y a dar tabaco.
El proceso se puede calificar de artesanal, lento, laborioso, pero el único término indispensable en esta definición es el de exigente. De un error, de una consideración torticera, de una característica bastarda no percibida, de un despiste absurdo, de una pajita de amago de intento de conato de mirar a tablas que se consienta en la calurosa tarde otoñal, nacerían cinco años después, en la lidia sobre el albero de cualquier plaza, podridas vigas de mansedumbre en las próximas generaciones.
 

Los examinandos, de variada edad y que lucen desde erales hasta cuatreños, salen con bríos, como si barruntaran de la importancia del momento, previamente han pasado varias pruebas sin ser conscientes de ello, su reata, su pureza de sangre, su fenotipo, su pelo, sus astas, su fuerza, su escalafón en la jerarquía de peleas de patio de colegio que son los cerrados de los añojos y los erales y, ¿a que negarlo?, su belleza, todo ha hecho que esos peritos del detalle que son los hombres de campo, que rigen con la mano de Fernando, el ojo de Fernando, las sapiencias antiguas, la afición de ese mayoral de pocas palabras y muchas luces, de pocas sentencias y menos perdones, han traído al día de la oposición a semental estos diez elegidos.



La labor es sencilla, el aspirante sale al ruedo, el caballo empetado lo espera con traquerencia en el tercio opuesto a los corrales, el comité de expertos calla y observa, nadie lo pone, el albedrío de los aspirantes es total, cada renuncio es una espada de Damocles, cada carrera sin celo juega en su contra. Cuando topa y no humilla hasta el límite, cuando sale suelto del encuentro con el dolor de la puya, aunque aguante más de lo exigible se va acercando a la condición de toro de lidia, que no es poco, y se va alejando del grado supremo de emperador del encinar, que es el sumun. Se descartan pronto los evidentes, no se pueden quemar cartuchos de excelentes toros de lidia en la busca del mirlo blanco que es un semental.


Los machos son sacados del caballo por los toreros con las ramitas, a la carrera, ni un capote, ni un pase, ni un atisbo de vicio. Las virtudes de un tienta de hembras se convierten en defectos en la tienta de machos, se busca la excelencia, la supe bravura, el plus ultra de la casta y la raza. Pronto se descartan los tres primeros, una duda, un dolerse, un ser demasiado dulce, un pasarse de fiero, un perder las manos, un aspaviento y se acabó.


- Puerta. Es el grito de la vergüenza.

La decepción no es la palabra exacta pero la sensación es esa, a nadie le gusta quedar eliminado, aunque sea en la última votación del Nobel. El cuarto y el quinto andan tan verdes que pronto canta la gallina y se les acaba dando capote y muleta, lo que nos permite disfrutar de la torería de cante grande del utrerano Luis Vilches y del amor propio y la afición de Víctor Puerto


El sexto animal que sale por la puerta de los corrales, un eral con aspecto de cuatreño colorao y ojinegro, albardao, meleno, carifosco, bociblanco, meano y poderoso que llena plaza, lo tiene todo este príncipe de sangre azul, andares de monarca, pecho abierto, cara de cartel de toros, chispa en el caballo, repite en el peto, se solaza en la puya. En la sexta llamada con la majagua, el silencio se puede cortar, el burel duda, tardea, pero aparenta fijeza en su mirada al doloroso peto hasta que se arranca. El ganadero se remueve inquieto, cuando embiste abajo y se queda surge la palabra mágica

 

- “Muleta, darle muleta”.

Fernando, queda dicho ya y ahora explicamos, con pocas sentencias y menos perdones, agacha la mirada para hablar con sus botas. El guapo, Bebedor de nombre, de la casta de Carabello, de los antiguos señores de la Laguna Janda por encaste.


Esa máquina de torear, alma mater del tentadero, majareta absoluto de la pasión enloquecedora que es el toro y sabio por diablo que no por viejo, que es Víctor Puerto, coge la pañosa y cuaja faena por ambos pitones, en las series largas y templadas que admite el bravo ejemplar, un toro de rabo en Las Ventas.

Pero él ya sabe, él y el ganadero Millares ya saben, una décima de segundo después de que Fernando Ramos lo adivinara, un siglo antes que el resto lo percibiera, que ese toro nunca va a padrear en esa finca. Ha bastado un momento de duda, un pensar en escarbar y no aguantar la mano, un rozar el planchado albero de la coqueta plaza donde el noble bruto firmó su sentencia. Ya se quemó su bravura, y todos pudimos disfrutar del amargo dulzor de una bonita derrota prevista, la del toro marcado con el 24 del guarismo 7, el toro del 9.90 tan irremisiblemente lejos del 10 necesario para el aprobado en esta escuela dura que es la facultad de sementales de la casa de Millares..

 

La tarde se viene encima con más aspirantes descartados, aquel por remiso, esotro por manso, el de más allá por doliente, y entonces, cuando el lubrican de las verdades aparece por poniente, sale un pavo, ciuatreño mimado de la manada, un principe grande que se sabe portador de los genes de castellano viejo, la raza de los toros de Don Atanasio, y el castaño, bragado y axiblanco se siente bravo y quiere romper a macho perenne y se siente ya el zar de todas las dehesas y en el cuarto encuentro con el caballo, se arranca de donde se arrancan las leyendas y acude presto en bello galope, llevando baja la testuz y alto el orgullo de una raza y se emplea a fondo y se deja clavar la puya y se mete en las cuerdas y entonces topa con el peto y el atlas cruje sobre el axis y la medula se parte y el toro cae, bravo ciprés partido por el rayo. Y la tarde que ya languidecía se hace noche. Y Farolero, de la reata del Yegüesero, número 5 del guarismo 6, muerto con honra pero sin gloria, queda en el terreno donde quería mandar y lloran los corazones encogidos de los mirones que empezamos a entender cual es la diferencia entre ser hombres del toro y simples mortales.


Aquellos, los del toro, empezando por el ganadero nuevo de maneras viejas, no lloran, no han perdido un segundo en lamentaciones, un toro es un cubo de sangre, se vuelca en un instante y ya no tiene remedio, rezan. Esta tarde no estaban los dioses por que hubiera más vencedores que la gente del toro, los camperos, que saben desde siempre que un tentadero de machos es una apuesta perdida contra el tiempo. A veces se sortea a los cinco años, otras como la presente, nos explota en las manos.

En penumbras abandonamos el cortijo, nosotros no tenemos el pecho curtido ni el lacrimal cerrado de los mayorales bravos y no estamos para ágapes ni milongas, se nos viene a la memoria ese cuadro que el genial Sorolla tituló “y luego dicen que el pescado es caro”. La próxima vez que alguien a nuestro lado grite "ganaduros" en una plaza, nos lo pensaremos dos veces antes de sonreír.

 

Sólo en la radio del coche, andando por caminos y veredas, Camarón parece comprendernos cuando canta con la rabia de la incomprensión que da la impotencia.

Y ya no me cantes cigarra,

ya para tu sonsonete

que llevo una pena en el alma

como un puñal se me mete

sabiendo que cuando canto

suspirando va mi suerte

la vida es un contratiempo ....


La vida brava es un contratiempo eterno que sólo el azar maravilloso de la nobleza encastada y brava fruto de la firmeza en la selección nos permite disfrutar.

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