Sirvan estas palabras para todos los abuelos, aquellos que vivieron guerras y hambres y penurias y tragedias, emigraciones e inmigraciones, y, a pesar de todo, no dejaron en el camino sentimientos ni capacidad de emocionarse, siempre fueron sensibles con nuestra infancia. Gracias a esa generación admirable que empujó el carro de las Españas hacia delante y que fue capaz de transmitirnos a tantos la afición a los toros, entre mil valores de vida y de tradición.
El hombre sin la memoria heredada no pasaría de ser el mamífero más habilidoso de un planeta que no tendría nombre, un hombre sis abuelos no sería más que un monstruo de la razón. No todos los abuelos han coincidido en nuestro periplo vital, pero siempre ha habido alguién que ha sido nuestro nexo con ellos. Los saltos mendelianos nos han legado gestos, formas, ojos y lunares, pero también el toro y su mundo.
A los abuelos de todos y en especial hoy al abuelo de José Tomás, gracias, gracias por la vida, por la cultura, por la labor callada, por el afecto expresado, por ser abuelos y ejercer de cicerones en este mundo dificil. Gracias por llevar a ese niño a los toros y renunciar a copas, tertulias y parafernalias, la deuda es inmensa, tan inmensa como a todos los abuelos con los que somos acreedores.
Que el final sea el principio de algo y que la memoria os haga vivir eternamente.
Dijimos hace un año:
¿Qué piensas cuando vives al filo del pitón?
¿Qué ríes en la testuz del enemigo fiero?
¿Que sueñas cuando vuelves al cielo de tu abuelo
La mirada eterna, a la eterna afición?
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