Uno anda en esto de querer escribir cosas con formas y estilo toda la vida. No aprenderá, ya es complicado, pero no será por que no haya tenido buenos maestros. Manuel Alcantara me ha acompañado toda la vida, lo he leído siempre, lo he admirado hasta la adoración. Por su forma de ser, por su forma de estar, por su forma de vivir y por su forma de escribir. Y además por que compartí una tarde dos horas con él. Yo soy así, la cercanía les otorga glamour a mis héroes.
Lo conocí una tarde en Málaga y descubrí que además de la literatura honda, nos unía el el Gintonic de Larios. Nada de marcas raras en la ginebra. Sin embargo en la tónica ambos eramos partidarios de la inescribible schweppes, que sin embargo nos encantaba pronunciar. Hasta tres veces lo hicimos.
No creo que sea muy taurino, pero como hombre culto y sensible además de curioso nos regaló esta delicia hace más de medio siglo.
Sigue deleitando, me lo encuentro en mañanas de cafés solitarios en en un par de diarios de provincias, última página al fondo, a la derecha del anuncio de la clínica de la solución a la eyaculación precoz. Allí deja sus perlas nuevas, su prosa eterna, su guasa punzante y salpicados goterones de la bonhomía necesaria para insuflar optimismo preclaro a pesar de la que este cayendo.
Me dicen que le han pegado una cornadita y lo releo y encuentro esta vieja perla taurina, una delicia..
Va por usted Don Manué y que sean dos de Larios
Va por usted Don Manué y que sean dos de Larios
Al toro que es una mona
Publicado el 2 de Agosto de 1959 en ARRIBA
No sé si “con cinturas de plata fina”, pero los torerillos habían llegado —los capotes remendados, prestadas las zapatillas— para torear lo que les echarán en la plaza cuadrada del pueblo.
Antonio Ruíz Villegas, de Granada; Antonio Rosales Vega y Bonifacio Plazas Pozo, de Antequera, los tres nuevos en esta plaza de madera improvisada y equilibrista expectación que se alza cada año en Roquetas, por tierras de Tarragona. Los tres muchachos, de quince años uno y los otros dos de dieciséis, formaban el cartel que no se fijó, ni fue nunca “yedra cuadrangular de las esquinas”. Los tres en busca de suerte o la muerte. Los tres.
Sucedió que antes del susto de doble y buida empuñadura y antes de bajar las manos y abrir el compás en la lenta verónica soñada tantas veces, una mona, una mona inocente y viajera, que acababa de llegar con su pareja de la Guinea española, traía de cabeza al pueblo entero, “acaparando la atención”, como diría un cronista de sucesos. La mona, sin que nadie supiera cómo ni por dónde, se había escapado. Los vecinos la vieron en lo más alto de un árbol oteando las fiestas, vigilando la trilla. Del árbol pasó la mona, sin querer, a las aguas de un canal “Mira cómo se la lleva el río”. En esto, los tres torerillos fueron tres hombres al agua que rescataron viva a la tal monita.
Hasta aquí la verídica historia. Cuentan los periódicos que los aspirantes a matadores de reses bravas fueron cumplidamente agasajados y hubo comilonas en su honor y dinero sobre el percal almidonado, de las capas toreadoras. Es curioso como la reacción sentimental de las gentes puede cambiar el signo previsto de las cosas. Los torerillos que andan por los pueblos son una extirpe a extinguir. Resulta mucho más conveniente agenciarse un mecenas aficionado o naturales que pague al empresario con tal de que actúe la llamada joven promesa. A los torerillos que van por los pueblos se les recibe con un ambiente hostil, propicio a la burrada y a la salvajada. No sé lo que pasará en Roquetas, pero en otros sitios sí lo sé varas alzadas desde los carros, mozos amenazantes, alcohol y algodones en la enfermería, machismo ibérico.
Esta vez todo ha sido distinto. Alegría y homenajes. Nada más abrirse de capa sonaban las ovaciones. Habían salvado la famosa mona, y el público estaba con ellos. No les hizo falta coger al toro por los cuernos. El pueblo es sentimental y estaba contento porque se había salvado la mona. “Pan y monas”. Pasodoble.
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