martes, 1 de octubre de 2013

Miguel Ángel Perera, el dueño de su propia suerte

Un aficionado atento es capaz de descifrar tras una tarde, no necesariamente de triunfo, el epítome de toda la vida profesional de un torero. La honestidad y el alto techo del toreo de Miguel Ángel Perera se me revelaron en aquel San Isidro del 2007. Aquella tarde, Abellán y Castella en el cartel, era la primera de las dos que tenía firmadas en Madrid. Casi las únicas por delante de una temporada muy cuesta arriba. Acababa de salir del calor de una casa grande en busca del aire limpio que otorga la independencia.

En el segundo, salió el de la Puebla del Prior en su turno de quites al toro del francés, se echó el capote a la espalda, dándole el pecho, despacio, citó al toro, que nadie había dicho que fuera fácil, y quiso dejar claras sus intenciones para el resto de su vida en unos lances apretados. Al rematar, el toro, que ya había avisado, se le venció y le enganchó de mala manera por la pantorilla. La sangre brotó con fuerza, lo llevaron a las tablas, se zafó y escapó a los medios para rematar con una revolera. Luego al hule. Perdió su tarde, la siguiente de Madrid en el alero. Venía de que no pasará nada en dos tarde maestrantes. “...Mala suerte, Y en el quite de un compañero, y con dos toros en chiqueros y otra tarde en los carteles. ¡Hay que ser lila!” me dijo alguien aquellos días. Al toro que cerraba plaza, el que hubiera sido segundo de Perera, le cortó dos orejas Castella en una faena histórica.

Empezaba Fernando Cepeda su singladura acompañando al que ya había sido triunfador en esa plaza de novillero, cortando tres orejas en su presentación dos años atrás. Cualquiera diría que el apoderado debutante se vendría abajo. Perdía las balas que tenía en su esportón, el torero herido, sin el apoyo de los que mandan en el negocio, con uno de los jóvenes rivales lanzado gracias a un toro que debía haber lidiado Perera… Un drama para cualquiera, no para Cepeda. Cuando le preguntaron, más allá de la lógica preocupación por el estado de salud de su torero, era el de Gines un hombre feliz  “Ha estado cumbre, este es el camino del que quiera ser figura del toreo”

Ese era el camino, ese día dejó marcado sus intenciones, su concepto y lo que estaba dispuesto a ofrecer para conseguirlo. Tras tomar el timón de su propia suerte, vino beber el cáliz sin aspavientos, cumplir las duras etapas, huir de las veredas. Después vinieron los momentos de soledad, los cinco toros heroicos de la feria de Otoño, el “no” a Sevilla si no era con Resurrección, el G-10 hasta las trancas, la evolución dentro del mismo concepto de un toreo cada vez más exigente consigo mismo. Todo esto sin suerte en los sorteos, sin amigos en los despachos, sin hacer ruido, viviendo en terrenos en que los toros pegan, sin apenas moverse, sin dudar ni la milésima de segundo que hasta los dioses tienen para dudar, sin venderse a los mercaderes del templo. En una línea recta de muy duras aristas y pedregosos abismos laterales. El camino hacia la cima de Perera no ha sido jamás endulzado con golpes de fortuna, más al contrario.

El pasado sábado Miguel Ángel Perera se consagró en La Maestranza como figurón de esto, por si a alguno le quedaban dudas. Si antes resumíamos las intenciones vitales de Perera en un quite, el pasado sábado fue una serie con la muleta la que puede resumir una trayectoria profesional. Fue a su primer toro, tercero de la tarde, se había mostrado incierto, lo había dejado sin picar, le había aguantado miradas y coladas, más de un varetazo en las rodillas y algún pisotón. 
Fotos Matito

De repente y en el tercio, el torero le plantó la muleta al cinqueño, y fue engarzando muletazos por ambos pitones. El toro dudaba entre el muslo y la gloria, el torero mandaba con verdad. El burel dudaba entre el hombre y la tela. El toro dudaba entre lo bravo y lo noble, Perera soportaba las acometidas.El morlaco miraba, probaba, se venía a la taleguilla y entonces aparecía la pesada muleta de quien no se va a mover. El torero no dudó nunca, aguantó tarascadas, miradas, arreones... con la naturalidad de quien se sabe triunfador ante si mismo. 

Hay quien dice que fueron veinte, hay quien dejó de contar a los catorce, hay quien habla de ayudados, de naturales, de cambiados, de pases del desprecio.... No se fíen, la plaza enloqueció y así no hay quien afore, quien mida, ni quien defina. Sólo es posible en semejante trance la emoción del toreo puro, la emoción que da el riesgo amparado de arte. Esa eterna serie no fue lo único, la actitud y las maneras del torero en los dos toros fue la misma de siempre. Como la fortuna no siempre se alía con los mejores, la espada impidió el sueño de la Puerta del Príncipe. 


En año de gestos y de gestas, el único gesto de Perera ha sido seguir la línea recta. Como aficionados nos tranquiliza saber que está aquí, que está para quedarse, que no sabe de atajos, que no entiende de miedos, que sigue creciendo y que es dueño de su propia suerte.

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