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Las viejas madres transmiten la bravura de primer tercio, las hijas de las hijas de las que vinieron de Los Alburejos por cañadas y veredas, crían en estas tierras onubenses chotos de capas inverosímiles más allá de incunables libros de pelos y accidentes, El berrrendo en jabonero es una joya, el albahío chorreao un milagro, el negro casi un accidente, un tercio de accidente en las quinientas cabezas de Veragua.
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Los toros y novillos de saca aprovechan la primavera regalada del agua extraña de este mayo que marzea. San Clemente, Madrid, Trillo, Calasparra, Tudela, son carteles donde pueden anunciarse los bravos más diversos en la gama del ganado de lidia.
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A orillas del Tinto, a veces sobre el ácido río, se empeña Tomás Prieto de la Cal en criar un toro distinto, en mantener un testigo que viene de los ancestros, soñar bravo hacia detrás, vivir encastado hacia adelante y sentirse ganadero en cada sístole de un corazón que late en el XXI con sangre del IXX..jpg)
La dehesa revienta de vida, el abejaruco nos deslumbra, pero nos emociona el toro bravo de Veragua, el guardián último de una forma vetusta y noble de entender la crianza a la antigua forma. El toro rematado, redondo, cuajado, pleno de eso que no se puede llamar trapío por imposición de ley. Un toro fuerte, imponente, que no anima a ser torero a quien no tiene alma de semidios … , un toro bravo... simplemente..jpg)
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Una mañana en la Ruiza es una asignatura necesaria para cualquiera que quiera saber de que va la crianza de toros bravos. Un par de horas con Tomás Prieto de la Cal e la cercanía de un coche es una lección en blanco sobre verde de memoria de la raza, de historia del toreo y de conceptos básicos. Además de un placer para esa necesidad vital diagnosticada como conversación.
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Un joven valor, de casta torera, de nombre torero, Emilio Silvera, aprende de la listeza exigente de una utrera que requiere temple, que manda siempre sitio, que impone si no le imponen, que busca si no le buscan y se complica si no siente el olor de una muleta siempre en sus hocicos.
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Emociona la imagen de una madre, ganadera consorte, rodeada de niños con libretas de campo y afición a flor de gen, entre el juego y el rito, midiendo los matices, sopesando con gravedad si recargan en el peto las que fueron vacas del rey.
Al caer la tarde, atravesamos el túnel del tiempo y la bravura, saltamos la vieja vía del paso a nivel sin barreras, (hasta esto suena a antiguo, coño) y nos vamos calmosos, perezosos, algo de
nuestro más romántico corazón de aficionado se queda engarzado en las viejas
alambradas de La Ruiza, reforzadas con palos disformes.
Se puede ahora soñar otra fiesta, desmontar la unicidad, se
puede hablar horas con este ganadero sin oír una tontería, sin esperar una
coba, sin renunciar a una discrepancia, sin temer una voltereta. Salimos
pertrechados de La Ruiza con un bagaje policromado y precioso de seriedad, bravura y de ese don propio de los
dioses grandes que es la personalidad.
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