ADRIÁN Gómez es el toreo. Adrián Gómez es el toreo más puro y absoluto. Terrible. Trágico. De verdad. Sin cuento, trampa ni cartón. Sin pintamonas en el tendido. Sin famosos en la barrera. Sin prensa del corazón. Sin reventa a reventar. Sin aperturas ni de puertas grandes ni de telediarios. Adrián Gómez es la verdad del toreo porque a la Fiesta la salvan muchos cientos de anónimos perdedores como Adrián Gómez.
Adrián Gómez era uno de los miles de muchachos que sueñan con ser toreros. Se apuntó de alumno en la Escuela de Tauromaquia «Marcial Lalanda». Adivino ahora las ilusiones por llegar y por ser figura de aquel muchacho de Casarrubios del Monte que vivía en Villaverde o en Carabanchel, por ahí por las islas adyacentes de Madrid. Me imagino que su familia tendría que pasar muchas fatiguitas para poner y que lo pusieran. Porque fue novillero. Colijo que se le acabó pasando la ilusión y la edad. Y que como estaba muy bien con el capote y no se le daban mal los palos, acabó encontrando acomodo laboral como banderillero. Como algo muy triste y oscuro que hay en los alamares de la profesión taurina, por lo que no protestan los sindicatos ni los que tanto se ocupan de los derechos de los trabajadores: ir de suelto con una cuadrilla. Sueltos van los temporeros de la gloria, los jornaleros de plata, los banderilleros que al no tener cuadrilla fija, por media pringá han de ir buscando los cupones de la Seguridad Social domingo a domingo, feria a feria, fracaso a fracaso, miedo a miedo, por esas portátiles de polvo y borrachera y por las abandonadas plazas de las ferias de los pueblos donde crecen en el ruedo no los triunfos, sino los jaramagos, parando y pareando zambombos y moruchos.
Adrián Gómez, que es el toreo, que es la triste realidad de la verdad sociológica y mayoritaria del toreo, encontró por fin acomodo en la cuadrilla de El Fundi. A sus 41 años iba de tercero con El Fundi. Yo lo vi torear esta Feria en Sevilla. Quizá fuera su soñado debú en la Maestranza. No estaba mal con el capote ni con los palos. Sabía andar delante del toro. El matador estaba muy contento con él. Pero, como suelto, seguía haciendo sus cositas por los pueblos, buscándose la vida como tercero con novilleros que tenían ahora sus sueños de entonces.
Fue el domingo pasado. En Torrejón de Ardoz. Adrián Gómez iba de tercero con Ismael López. En las catacumbas informativas de «Clarín» de Radio 5, el breve telegrama hubiera dicho del festejo: «Torrejón de Ardoz, Tercera de Feria. Tres cuartos de entrada. Novillos de Antonio San Román correctos de presentación y de poco juego, salvo el noble 3º. Ismael López, saludos tras aviso y silencio tras aviso. Miguel Luque, silencio tras aviso y vuelta tras aviso. Rubén Pinar, dos orejas y silencio». Pero no dijeron eso. Dijeron que al salir de un par de banderillas, el quinto novillo le pegó un volteretón impresionante a Adrián Gómez, que cayó de cabeza, sobre las cervicales, muy malamente. Como sobre el recuerdo de Antonio Bienvenida. Adrián Gómez, de azabache y verde oscuro, quedó inerte en la arena, a merced del novillo burraco de San Román. Enfermería de la plaza. No movía ni las piernas ni los brazos. Traslado al Hospital 12 de Octubre. Mal presagio en el recuerdo de Julio Robles. En la madrugada de la terrible verdad del toreo, en la soledad del cloroformo donde los chuflones no van a lucirse, la frialdad de un parte facultativo: «Triple fractura cervical y posible disección de la médula espinal». Luego, las lágrimas de la familia: «Los médicos nos han dicho que quedará inválido». Cuando escribo este dolor no sé si a Adrián Gómez se lo han llevado ya para operarlo a un hospital cuyo solo nombre da pavor: Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo. Enterarme de todo esto me ha costado mucho trabajo. No vienen páginas y páginas en los diarios. Los portales de peaje no han dicho ni palabra. Nada ha salido en el telediario. Ni de Adrián Gómez, ni de su mujer, ni de sus hijos, han dicho una palabra los programas del corazón. Porque nadie pagó miles de euros en la reventa por estar allí. Con Adrián Gómez no se puede presumir por ahí de aficionado, sino considerar la terrible verdad del toreo. Los Adrianes Gómez sí que son el toreo. El toreo puro y absoluto de la verdad de la vida y de la muerte, de la que no hablan los periódicos. Adrián Gómez, que no cobra millones ni está rico podrido, sí que ha salvado, con su propia vida, la verdad de la Fiesta. Aseguran que quedará tetrapléjico.
Adrián Gómez era uno de los miles de muchachos que sueñan con ser toreros. Se apuntó de alumno en la Escuela de Tauromaquia «Marcial Lalanda». Adivino ahora las ilusiones por llegar y por ser figura de aquel muchacho de Casarrubios del Monte que vivía en Villaverde o en Carabanchel, por ahí por las islas adyacentes de Madrid. Me imagino que su familia tendría que pasar muchas fatiguitas para poner y que lo pusieran. Porque fue novillero. Colijo que se le acabó pasando la ilusión y la edad. Y que como estaba muy bien con el capote y no se le daban mal los palos, acabó encontrando acomodo laboral como banderillero. Como algo muy triste y oscuro que hay en los alamares de la profesión taurina, por lo que no protestan los sindicatos ni los que tanto se ocupan de los derechos de los trabajadores: ir de suelto con una cuadrilla. Sueltos van los temporeros de la gloria, los jornaleros de plata, los banderilleros que al no tener cuadrilla fija, por media pringá han de ir buscando los cupones de la Seguridad Social domingo a domingo, feria a feria, fracaso a fracaso, miedo a miedo, por esas portátiles de polvo y borrachera y por las abandonadas plazas de las ferias de los pueblos donde crecen en el ruedo no los triunfos, sino los jaramagos, parando y pareando zambombos y moruchos.
Adrián Gómez, que es el toreo, que es la triste realidad de la verdad sociológica y mayoritaria del toreo, encontró por fin acomodo en la cuadrilla de El Fundi. A sus 41 años iba de tercero con El Fundi. Yo lo vi torear esta Feria en Sevilla. Quizá fuera su soñado debú en la Maestranza. No estaba mal con el capote ni con los palos. Sabía andar delante del toro. El matador estaba muy contento con él. Pero, como suelto, seguía haciendo sus cositas por los pueblos, buscándose la vida como tercero con novilleros que tenían ahora sus sueños de entonces.
Fue el domingo pasado. En Torrejón de Ardoz. Adrián Gómez iba de tercero con Ismael López. En las catacumbas informativas de «Clarín» de Radio 5, el breve telegrama hubiera dicho del festejo: «Torrejón de Ardoz, Tercera de Feria. Tres cuartos de entrada. Novillos de Antonio San Román correctos de presentación y de poco juego, salvo el noble 3º. Ismael López, saludos tras aviso y silencio tras aviso. Miguel Luque, silencio tras aviso y vuelta tras aviso. Rubén Pinar, dos orejas y silencio». Pero no dijeron eso. Dijeron que al salir de un par de banderillas, el quinto novillo le pegó un volteretón impresionante a Adrián Gómez, que cayó de cabeza, sobre las cervicales, muy malamente. Como sobre el recuerdo de Antonio Bienvenida. Adrián Gómez, de azabache y verde oscuro, quedó inerte en la arena, a merced del novillo burraco de San Román. Enfermería de la plaza. No movía ni las piernas ni los brazos. Traslado al Hospital 12 de Octubre. Mal presagio en el recuerdo de Julio Robles. En la madrugada de la terrible verdad del toreo, en la soledad del cloroformo donde los chuflones no van a lucirse, la frialdad de un parte facultativo: «Triple fractura cervical y posible disección de la médula espinal». Luego, las lágrimas de la familia: «Los médicos nos han dicho que quedará inválido». Cuando escribo este dolor no sé si a Adrián Gómez se lo han llevado ya para operarlo a un hospital cuyo solo nombre da pavor: Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo. Enterarme de todo esto me ha costado mucho trabajo. No vienen páginas y páginas en los diarios. Los portales de peaje no han dicho ni palabra. Nada ha salido en el telediario. Ni de Adrián Gómez, ni de su mujer, ni de sus hijos, han dicho una palabra los programas del corazón. Porque nadie pagó miles de euros en la reventa por estar allí. Con Adrián Gómez no se puede presumir por ahí de aficionado, sino considerar la terrible verdad del toreo. Los Adrianes Gómez sí que son el toreo. El toreo puro y absoluto de la verdad de la vida y de la muerte, de la que no hablan los periódicos. Adrián Gómez, que no cobra millones ni está rico podrido, sí que ha salvado, con su propia vida, la verdad de la Fiesta. Aseguran que quedará tetrapléjico.
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