El Napoleón de los toreros. Así bautizaron a Francisco de Paula José Joaquín Juan Montes Reinas, Paquiro a secas en los carteles. Nacido en 1805 en la localidad gaditana de Chiclana en el seno de una familia acomodada, esa posición económica se truncó y se vio obligado a trabajar de albañil y a abandonar la idea de su entorno de que fuesecirujano.
La vida le tuvo otro destino preparado: después de ver con su mirada de niño cómo los franceses invadían su pueblo y perder cierto estatus por un problema laboral de su progenitor, su familia se vio obligada a cambiar de domicilio. Hete ahí que la nueva casa estaría junto al matadero, donde comenzó su contacto con el ganado.
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Alumno de Pedro Romero
Auspiciado por Jerónimo José Cándido, ingresa en la Escuela de Pedro Romero, que se entusiasmó con el prometedor torero. Con estas palabras publicadas en el Correo Literario en 1932 se refirió a Paquiro: «Francisco Montes entró de alumno en la Real Escuela de Tauromaquia gozando la pensión de seis reales, concedida por Su Majestad a los de esta clase, y que como diestro primero puse en él todo mi conato por obligación, y por advertir en él que carecía de miedo y estaba dotado de mucho vigor en las piernas y en los brazos, lo que me hizo concebir sería singular en su ejercicio a pocas lecciones que le diese... Así, tras un breve paso por la Escuela de Tauromquia y con veinticinco años encima nos lo encontramos preparado para, en un par de años, conquistar como nadie, con su valentía sin límites y su vigor físico, la plaza».
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Paquiro imprimió, además, lujo al terno: «Introdujo el uso de las borlas o machos, alamares y lentejuelas para recargar un vestido de torear que cada vez se va haciendo más complicado en su composición y adorno, olvidándose ya definitivamente el uso de ropa corriente para intervenir en una función de toros», cuenta Paco Delgado en «Los colores del toreo». Además, acortó la chaquetilla, con oberturas en la axila para moverse mejor, y ensalzó las hombreras. Usó el raso como fondo de chaquetilla y se enriquecieron los bordados, además de incorporarse los alamares. Y el elemento imprescindible: la montera, «toque de distinción que tuvo como origen el deseo de lidiadores plebeyos de emular a nobles y caballeros que alanceaban toros y que se cubrían y protegían con cascos».
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