Un grupo de Soldados de esta Plaza acabamos de despedirnos con un beso emocionado de la bandera de España. Es nuestro último acto como militares en activo. Tras muchos años de servicio pasamos a la situación de Reserva y afrontamos este momento con sentimientos encontrados, como siempre que se vive un gran acontecimiento en la vida.
En primer lugar, satisfacción y alegría. El punto de partida de cada uno de nosotros fue distinto, pero algo, sin conocernos, nos unió desde el principio hasta el final. La vocación militar, que, como el sacerdocio, que les voy a decir yo, imprime carácter para toda la vida.
Ser militar no es sólo una profesión apasionante, que lo es. Ser militar es tener el uniforme cosido al corazón; es un estilo, un porte, un sentimiento y un orgullo que se pega en algún momento a tu vida y se entreteje en el alma para siempre.
Por eso fuimos felices allí donde estuvimos, de norte a sur, de este a oeste. Por eso, lo primero, el servicio, sin horas ni fechas señaladas en calendarios. Y nunca fue una carga porque bien pagado esta todo cuando se hace con gusto.
Hemos vivido cambios importantes que han transformado la vida militar: pasar de Soldados de remplazo a tropa profesional; planes continuos de organización y adaptación a los momentos y circunstancias; algunos hemos sido pioneros en las misiones de pacificación allí donde había que ser los mejores embajadores; y no solo no hemos cambiado de tallas de uniforme, siempre yendo a más, sino que, también, cambiamos de modelos y de pixelados, pero nuestro corazón nunca cambió sino para amar más este oficio, que tiene en sus hombres y mujeres sustancia de héroe y alma de niño. Y, éste, es el momento en el que recordamos a nuestros héroes de los años duros del terrorismo y amenazas, que también sufrimos.
De la mejor manera que supimos o pudimos, con el hacer de cada día, ilusionado siempre, -y si alguna vez no lo fue, porque de todo tiene que haber, de tal no guardamos memoria,- llegamos hasta aquí y agradecemos, antes que baje el telón, la confianza de nuestros mandos, el compañerismo y la amistad a todos, y la devoción a nuestras familias, que han vivido de otra manera más sacrificada, más silenciosa y menos reconocida públicamente, el compromiso de darnos, constantemente, ánimo y apoyo para ser lo que nada nos hace tan felices profesionalmente: militares.
A las generaciones que nos seguís, os pasamos el testigo que otros, en otro momento nos dieron a nosotros y que lo resumo en una palabra: FIDELIDAD. Aquella de la que escribía Plutarco, y que los generales romanos, especialmente Sertorio, en tierras “ibéricas”, denominaban con el bello nombre de “devotio” (devoción), es decir, el juramento de fidelidad absoluta que mantenía el guerrero para con su jefe, llegando incluso a morir con él:
“Era costumbre entre los hispanos que los que hacían formación aparte con el general perecieran con él si venía a morir, a lo que aquellos bárbaros llamaban consagración. Así se refiere que, en ocasión de retirarse de una ciudad, teniendo ya a los enemigos cerca, los hispanos, olvidados de sí mismos, salvaron a Sertorio, tomándolo sobre los hombros y pasándolo así de uno a otro, hasta ponerlo encima de los muros y, luego que tuvieron en seguridad a su general, cada uno de ellos se entregó a la fuga” (Plutarco – Sertorio 14).
Fidelidad a España, a nuestro Rey y al Ejército. A la única bandera roja y gualda, que representa a un pueblo, a una historia y un proyecto común de futuro.
Las despedidas son siempre amargas. De ahí los sentimientos encontrados. No hay tristeza, pero hay duelo. Hay mucha nostalgia, que se alivia con los recuerdos, y hay gratitud. Esta es la palabra final, que desde lo más hondo de nuestro corazón os decimos, con los mejores deseos para vosotros y los vuestros y, cómo no, también para esta España, que tanto amamos. GRACIAS, siempre Gracias y, de cosecha propia, que Dios os bendiga siempre.
Coronel Capellán Castrense Francisco Nistal Martínez (R)
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