Antes de que saliera el segundo, Pablo Hermoso de Mendoza había cortado ya cuatro orejas y Diego Ventura, tres. La cuesta arriba, muy pronunciada y un único cartucho por explotar. Y Andrés lo encendió desde el primer segundo. Lo esperó a portagayola con Perseo y volcó todas sus armas de temple, madurez que crece, raza y sentido de la medida en banderillas con sus caballos estrellas: Guajiro, Cantú y Bambú. Ni una pasada en falso, todo clavado arriba con suma precisión. Y fibra, mucha fibra, toda la que se echó de menos en el primero. Llegado el momento de la verdad, hasta las peñas (¡Gracias, Huesca!) guardaron silencio... Y Andrés no falló: medio rejón en todo lo alto y el toro rodando como una pelota. Se lo pensó mucho el presidente, pero la marea verde albahaca de los pañuelos era imparable. Y cayeron las dos orejas. Y con ellas, la puerta grande. Sufrida, necesaria, brillante y, por encima de todo, muy justa.
Una puerta grande que confirma que Andrés Romero va en serio, que es torero preparado para empresas mayores y que, con su capacidad de trabajo y de superación, está en disposición de seguir optando a su sueño: estar entre los mejores. A día de hoy, cada vez que lo está, triunfa. Lo dicen los hechos: tres puertas grandes en los tres grandes compromisos de su temporada. Un pleno maravilloso. Un aldabonazo. Toca seguir...
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