Espartaco recibe en su casa al futuro
de la torería onubense.
Los novilleros David de Miranda y
Emilio Silvera pasan una jornada en la finca del diestro.
Para corroborar que Juan Antonio Ruiz Román,
Espartaco, es un figurón del toreo sólo hay que tirar de hemerotecas, analizar
escalafones y usar de la memoria colectiva de medio alcance, esa que abarca
losveinticinco-.treinta años, en todas las plazas del norte o del sur de las
Españas.
Que atesora el de Espartinas una personalidad
generosa y sublime es algo que descubrimos hace ya mucho tiempo y que corrobora
cualquiera que haya intercambiado un rato de conversación y amistad con el que
mandó en el torero al final de los ochenta del pasado siglo.
Se nota que Huelva es más que otra tierra para
su corazón aljarafeño, el que ponía en los ojos cuando veía pasar los
cochecuadrillasde los más grandes toreros por las calles de su pueblo camino de
Colombinas, detrás de los cuales se le iba la afición, los sueños, la ilusión y
la voluntad de comprar una casa a su madre y de sacar a su padre de los
albañiles y las aceitunas. Huelva y su vieja plaza, antes de Pereda, es donde
murieron los sueños de Antonio Ruiz, Espartaco padre, de ser gente en el toro,
en alternativa con Emilio Oliva y Efraín Girón en el cartel. En Huelva., misma
ciudad, otro coso donde nacieron los
sueños de nuestro personaje en aquella Monumental de triste singladura, donde
El Cordobés le do permiso para soñar en el 79.Y en la Nueva Merced, donde se
prolongarlos en su hermano, aquel Espartaco Chico al que alternativó Juan en
presencia de Litri en una tarde de verano del 89.
Que una figura del toreo, con una ganadería de
dulce, pensada para solaz de los que mandan en esto, con una camada corta, se
acuerde de dos chavales que andan sin caballos, a los que apenas conoce, de los que le han hablado, marca la categoría
de este torero.
A Emilio Silvera con cuyo padre ha compartido
tantas tardes carteles, lo vio casualmente en casa de Acosta el verano pasado,
una temprana mañana de Colombinas. Como profesional de esto que es, lo que
nolleva implícito el título de buen aficionado que en esta caso acredita, se
quedó Espartaco con su educación taurina, sus buenas formas, el saber olvidarse
de su cuerpo delante del bravo y su capacidad de escuchar. El apellido Silvera
aporta por si mismo la dignidad de querer ser torero, la impronta de la
torería en el alma, la dinastía grande
del que no se aburre en la adversidad dura del que no te pongan, del que no te
llamen, del que no te valgan los triunfos.
Dacid de Miranda es la ilusión blanca del que
se acerca al toro con pureza de intenciones, con valor del que vale, con verdad
de la que cuesta y la ilusión de todo un pueblo, como es Trigueros, a sus
espaldas, El Trigueros de “El Terrón”, el de los autobuses de ida y vuelta, el
pueblo sabio que se parte por los suyos cuando lo suyo es bueno , cuando es lo
mejor. Y este David en está en ese camino de la evolución lenta basada en los
viejos conceptos y el valor sin estridencias. Lo acompañan los taurinos Manolo
Contrerás y Jorge Buendía.
Y salen las vacas, esa amalgama de
encasteGuateles, con algo de Algarra y
mucho de otras alquimias. Las formas, los turnos como antes. Se probaran tres, una por barba y
la última a medias, por sorteo, uno la para y otro la torea primero. Modos del
campo viejo, cosas de gente brava sin más maldad que la de los ojos que lo
miran. Que un hombre que quiere ser gente en el toro se encuentre delante de
una vaca y sea Espartaco quien le marque la pauta es como si este artículo
fuese corregido por Vargas Llosa, pero un varguitas entregado, pendiente desde
el burladero al quite, cariñoso en su expresiones, suspicaz con la vaca (“nunca
podré ser buen ganadero, siempre pienso en mi compañero que se tendrá que poner
delante”), no hay prisas, cada vaca se exprime hasta el último muletazo, dos
aficionados las exprimen en sus postreras embestidas. Antonio Alpresa es un
picador de los de antes, tiene a la vaca picada antes de que tope, Francisco
José “Espartaco Chico” en un burladero apunta y habla.

Párala,
dásela. Ahí está bueno. Sácala, bieeen, la tengo vista, coge la muleta. La literarura taurina es siempre muy cercana al punto final.
En respuesta al murmullo de la tórtola, al
escándalo de la urraca y el placer de la mirada perdida sobre la sierra
poderosa. El campo se llena de los sonidos limpios de un tratado de tauromaquia
para iniciados.
Pónsela,
toca toca,llévala hasta el final,pulsea, cambia los terrenos, por el izquierdo,
dejásela puesta, baja la mano, crúzate un poquito, un toque fuerteOleee.grita el ganadero al que le puede el corazón y en una vaca salta al
albero de su casa, con la excusa de que la vaca es un poco bronca, pero que no
se engañe nadie, que salta porque las ganas de ponerse delante le salen a
borbotones por cada poro de su piel.

La tarde languidece, cada vaca se traga
tropecientos muletazos, el ganadero está exultante, una de las tres candidatas
va a madrear en Majavieja, Los pocos invitados han disfrutado de una tarde de
sencillez grande en las labores del campo bravo, Los novilleros, ya decíamos,
aleccionados por el nobel de los toreros, recordaran la tarde como un hito en
su evolución.
Un refrigerio frugal y sabroso, y al coche que mañana otra vez será de día,
pero es complicado que sea otro día tan torero como hoy
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