Esto de quejarse es cosa que debe agradar a quien tiene el
alma negra y el rencor pronto, o a quien viene acostumbrado a que se lo den
todo hecho, al que busca en la queja una forma de medrar, o de dañar al otro a
través de la protesta interpuesta.
En nuestro caso nos quejamos amargamente desde la barrera de
quien lo ha intentado, desde la postura de quien no conoce el rencor para con
la fiesta brava, y de quien sólo busca
mejorar los mimbres de este canasto que hace aguas por muchos lados.
No hay en Huelva Escuela Taurina, ni la iniciativa privada,
ni empresas, ni profesionales, ni
ayuntamientos de poblaciones con capacidad para hacerlo, ni diputación. Nadie
ha dado el paso para que una provincia señera por sus ganaderías de bravo, su
afición, su historia…, pueda tener escuela taurina.
No es una escuela taurina una panacea, ni así la planteamos
ni así la queremos. Pero es un banderín de enganche de una juventud que nos lo
demanda, un faro donde guiarse en la noche de la tauromaquia, un lugar común,
una reserva espiritual donde acudir para pertrecharnos de argumentos frente a
una sociedad que se deja destaurinizar por esa cultura ñoña y waltdisneisiana
donde los patos hablan y los osos piensan.
No se trata tanto de fabricar figuras del toreo en serie,
sino de cultivar a nuestros jóvenes, a nuestros hombres del futuro, de estar
presentes de forma no excluyente, pero firme, en la sociedad civil y junto al
resto de actividades culturales, económicas y artísticas dentro de la
normalidad y ofreciendo los etenos valores de la fiesta brava a un mundo urbanita y descreído que los
necesita más que nunca.
Los valores de la educación, la jerarquía, el respeto, el
valor del esfuerzo, del sentido individual del éxito apoyado en el grupo
necesario y gremial, del contacto íntimo
con la naturaleza próxima, del escalafón, de la enorme diferencia entre la verdad y la
media mentira.
Pues todo esto no se prodiga en Huelva porque nadie ha
decidido dejar atrás su egoísmo en pro del beneficio colectivo.
Hace dos temporadas un grupo de profesionales, aficionados,
empresarios, ganaderos e informadores pusieron en marcha una iniciativa limpia
y noble “Huelva Busca un torero” donde se demostró que en esta tierra hay
chavales que quieren aprender, ganaderos que quiere apostar y ceden su ganado,
profesionales que pueden enseñar y público, La Merced llena con gente en la
calle, que quieren verlo por que interesa .
Todo culminó en Colombinas, a plaza llena, (gratis si, pero
llena) con tres chavales que demostraron que Huelva tenía sus toreros a la espera de ser buscados, el triunfo total
de la torería onubense y de una forma de se entender la vida a través del
blanco y azul de nuestra forma de ser.
¿Y luego? La
vergüenza de la nada. Ni la empresa de la Merced, que no fue capaz de dar una
novillada sin caballos el año siguiente, a pesar de tener abonada la mayor
parte de la plaza de Huelva. Ni los políticos de ningún signo, que no tomaron
el proyecto como suyo y siguen tonteando con dineros públicos en Territorio
Toro y otras historias. Ni la Huelva taurina
si es que existe, que se niega a reclamar, supongo que por un complejo
tonto de inferioridad, a la sociedad civil su sitio y su verdad.
Pues nuestra vergüenza es esta, Juan Ramón Jiménez emigrado
forzoso en Madrid acogido como en casa por CITAR, la fundación de El Juli que
apuesta por su torería. El resto de
chavales dispersos en escuelas ajenas donde no son considerados como locales.
Otros ejerciendo de maletilla antiguo en 2013.
Todo tiene solución, pero alguien debe dar el primer paso.
Vamos a ello
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