Este Rafael Cerro, en su día novillero de buenas maneras que amenazaba con quedarse en promesa, ha dejado de perder el tiempo y ahora hay que despegarlo a tirones de los toros. En Madrid creo que estuvo hecho un jabato y hoy, en la Maestranza, ha mantenido ese estado febril propio del que se quiere llevar la pasta de las taquillas.
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