«Maestro, cuando estás dormido, ¿sueñas que estás toreando?».
El Viti parpadea fugazmente, como si quisiera velar esas cámaras de su intimidad donde se refugian los anhelos más recónditos, pero enseguida responde con una conmovedora mezcla de rubor y legítimo orgullo:
«Todas las noches»
En la mesa se hace por un instante un silencio reverencial, casi religioso; y yo vuelvo a preguntarle:
«Y en esos sueños, ¿eres joven o viejo?».
Aquí el Viti se toma aún más tiempo para responder, porque de algún modo siente que en esa respuesta se compendia la naturaleza misteriosa de la vocación artística:
«No tengo edad –afirma al fin–. No soy ni joven ni viejo»
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