lunes, 17 de agosto de 2015

Qué no daría yo por que esto sólo fuera buena literatura... y no un mal sueño

Ana Pedrero cuenta la tragedia que ójala quede en aventura de Jimez Fortes así en El Mundo

Noche de vigilia en el nombre de Saúl

Las rodillas asentadas en la arena, el trazo airoso de la verónica en las muñecas. Así, con la figura encajada, ofreciéndose entero, recibía este domingo Jiménez Fortes al toro de Orive. Tarde de agosto, el mes taurino por excelencia, en Vitigudino, la cuna de Su Majestad El Viti, que asistía al festejo en barrera, acompañado por el presidente de Iberdrola.
También allí, en el tendido, asistía a la corrida su madre, Mari Fortes y su novia, Mabel, a quienes el corazón se les paralizó cuando el toro se venció e hizo presa en las carnes de Saúl, que pisaba la arena salmantina con la ilusión de quien regresa a su segunda casa, después de haber superado el grave percance de Madrid y con la alegría de una puerta grande en Guijuelo el día anterior. Un Saúl que quería disfrutar de una corrida que se preveía más armónica y dulce que los hierros que habitualmente enfrenta el malagueño.
Con la verdad del toreo por delante, asentado, de una sola pieza; las rodillas en la tierra como el que reza a un dios invisible, muy cerca de las tablas. Dicen quienes estaban en la plaza que la madera crujió como si se clavase en las sienes cuando el toro elevó a Fortes por los aires y lo estrelló en unos segundos que se hicieron eternos, como eterno se hizo el camino a la enfermería, trasladado por su cuadrilla, mientras el torero se llevaba las manos al cuello por donde la herida sangraba abundantemente y los tendidos enmudecían con la cruz del toreo.

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