La temporada taurina ha llegado a su ecuador con un balance deprimente. En lo artístico, está dejando mucho que desear; en lo económico, se ha convertido en un agujero negro de grandes proporciones. Las consecuencias las están pagando los matadores de toros, que sin fuerza en la taquilla -el llenazo de José Tomás en Badajoz es una anécdota que sólo se repetirá dos veces este año en los ruedos europeos- están viendo cómo sus honorarios se reducen a la mínima expresión.
La feria de San Pedro y San Pablo de Burgos ha escenificado la dura realidad que sufre la torería andante. Un primera fila como ‘El Juli’, que se resintió de su lesión de clavícula y se cayó del cartel de la feria burgalesa, iba a cobrar36.000 euros. Fue sustituido por un torero tan mediático como Cayetano Rivera Ordóñez. Pero éste sólo cobró 12.000, mientras que otros 6.000 se quedaron en el bolsillo de ‘El Juli’, que hace valer su condición de figura. La plaza no se llenó.
Claro que lo de Cayetano es el mal menor. Los toreros que no pertenecen al llamado G-10 están empezando a sufrir una vieja práctica que prácticamente había sido erradicada en el escalafón superior. Consiste en cobrar en función de la taquilla. Dicho de otra forma, los empresarios están empezando a compartir los riesgos con los matadores de toros, que cada vez que pisan la arena miran con preocupación el aforo de las plazas.
El problema es que cada vez ven más cemento. Después del acontecimiento que supuso la vuelta de JT en Badajoz, Manzanares, Morante y Talavantecongregaron a poco más de media plaza un día después en el mismo escenario. La cuestión no es que el negocio taurino se ajuste a estos tiempos de crisis con una reducción drástica del número de festejos. Lo realmente grave es que los espectáculos de élite no funcionan como debieran.
La brutal retirada de las subvenciones públicas y la falta de presupuesto de los ayuntamientos rematan la faena que está situando en mínimos de muchos años la retribución de las figuras del toreo y no digamos ya del segundo nivel. De los ganaderos, ni hablamos. Con un brutal excedente de reses en sus fincas, llevan cobrando precios de saldo por su producto desde hace ya cinco largos años. Que al carro se subieran los matadores de todos era sólo cuestión de tiempo.
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