viernes, 2 de abril de 2010

Año de 86. Plaza de la Merced. irrumpe Litri

Nos sigue contando Vicente Parra de la Plaza de toros de la Merced, seguimos con la temporada de 1986, novillada de Colombinas con Manolo Salas, Litri, Camino. Y luego Espartaco con los Cuadri en Huelva,Ortega Cano, el otro, y Tomás Campuzano en el cartel ¡Que tiempos!

IRRUMPE CON FUERZA MIGUEL BÁEZ LITRI (31 de julio)
Los éxitos alcanzados por el joven Litri a lo largo de la temporada habían levantado expectación en Huelva, que esperaba con expectación su presentación como profesional tras su debut en un festival dos años antes. Desde hacía tiempo se esperaba este hecho y eran muchos los aficionados que, con la llegada de este nuevo eslabón de la dinastía más longeva de la historia de la tauromaquia, se sentían rejuvenecidos y con deseos de contemplar la carrera del joven Miguel. Pero como tantas veces sucede en Huelva, a la hora del paseíllo, los tendidos registraron una buena entrada, con casi tres cuartos del aforo cubierto y muchos deseos de verle triunfar.

Para la ocasión se escogieron novillos de los Herederos de José Luís Osborne, que tuvieron la presentación adecuada y las fuerzas muy justas, resultando, además, algo sosos pero muy nobles.

Abrió plaza otro novillero onubense, Manolo Salas, que no pudo triunfar por la falta de colaboración de sus oponentes, a los que toreó con gusto y calidad. A su primero, pese a no darle la distancia necesaria, le sacó buenas series con ambas manos, superándose en el otro, pero en ambos estuvo mal con los aceros y cambió los trofeos por sendos recados presidenciales en cada toro. Una actuación que, en su conjunto, hizo olvidar la falta de festejos del novillero que mereció haber obtenido algún que otro trofeo, pero la espada se lo negó.

Miguel Báez Litri sorprendió a muchos espectadores que esperaban que su actuación estuviese plagada de valor, como había acontecido en su primera actuación ante el público onubense, pero, afortunadamente, se encontraron que también el joven novillero puso durante toda la tarde mucha calidad, llevando a sus oponentes muy toreados y templados en unas brillantes series de redondos y naturales antes de dejarse llevar por los genes familiares y entusiasmar a los tendidos con el tan esperado litrazo, con estatuarios, cites ora desde ora de rodillas, molinetes, desplantes y demás entre el delirio de los espectadores. Huelva vibró con la actuación en el ruedo de este novillero que ratificó todo lo que venía realizando por los ruedos españoles. En suma, el Litri que sus paisanos querían ver y disfrutar con su toreo. Cortó las dos orejas de cada uno de sus oponentes, con fuerte petición del rabo en el quinto, además del delirio entre los espectadores que, desde que se abrió de capa, se entregó al nuevo torero choquero y éste supo en todo momento corresponder a las muestras de cariño de sus paisanos, que se entregaron con pasión mientras se hacían cábalas sobre el futuro del nuevo Litri.

Gustaron las maneras de Rafi Camino en su primero, al que supo sacarle todo el partido pese a sus escasas fuerzas con un toreo exquisito, de calidad y preñado de belleza que llegó a los tendidos. Sin embargo, no pudo repetir su buena actuación en el que cerró plaza por la manifiesta carencia de fortaleza, pero dejó un buen regusto entre los espectadores.

Al término del festejo, los tres novilleros fueron paseados a hombros, saliendo por la puerta grande Miguel Báez Litri que, como su antecesor, fue así llevado hasta el domicilio familiar mientras muchos aficionados parecían haber rejuvenecido casi medio siglo.





ESPARTACO LLENÓ LA PLAZA (1 de agosto)



El excelente momento que atravesaba Juan Antonio Ruiz Espartaco hizo que, por vez primera vez en su corta historia, la plaza de La Merced pudiese colocar el cartel de No hay billetes y que muchas personas tuvieran que quedarse en la calle por falta de localidades. Y, afortunadamente, esa expectación se tradujo en una tarde triunfal en la que colaboraron tanto los matadores actuantes como los siempre deseados por la afición onubense toros de Cuadri conformando un cartel que, curiosamente, se repetía un año después y, en esta ocasión, con mejores resultados.

Las reses enviadas por los Hijos de Celestino Cuadri Vides tuvieron casi todo bueno – presentación, bravura, casta, raza, nobleza, pitones astifinos y, sobre todo, buen juego – aunque les faltó algo de fuerzas por lo que llegaron al último tercio adoleciendo de ese defecto. A pesar de ello, un gran encierro en su conjunto como reconocieron los aficionados al aplaudir con fuerza a la mayoría en su arrastre.

José Ortega Cano construyó, tras lucirse en el tercio de banderillas, una faena de más a menos, sabiendo superar algunas dificultades que le presentó su primero, destacando una buena serie de derechazos acogidos con una fortísima ovación. En el cuarto, aunque tardó en hacerse con él, Ortega Cano logró hilvanar una faena de mucho interés después de ir haciéndose poco a poco con la embestida de su oponente, al que le cortó una meritoria oreja entre la satisfacción de todos.

Muy inteligente estuvo Tomás Campuzano con el primero de su lote, al que enjaretó excelentes series con ambas manos aunque sin forzar debido a la carencia de fortaleza del toro, por lo que obtuvo la primera oreja, trofeo que repetiría en el quinto en el que supo conjugar la ortodoxia con el efectivismo de cara a la galería, como puso de manifiesto después de sufrir un revolcón y volver con mucho ímpetu a la cara del toro. Una buena tarde, en conjunto, del diestro de Gerena que logró sacar partido a las reses que le cupieron en suerte y llegar con mucha facilidad a los tendidos para ganarse el afecto de los espectadores que le premiaron en sus dos toros.

Espartaco supo responder en todo momento a las expectativas creadas en torno a su actuación y, desde que se abrió de capote, buscó el triunfo para satisfacer a sus numerosos seguidores que acogieron con grandes ovaciones toda la actuación del diestro de Espartinas. Toreo encimista y efectista, prácticamente metido entre los pitones, con muchos y variados adornos entre el delirio de los espectadores que contemplaban la valentísima faena, premiada con un trofeo al necesitar la estocada el refrendo de un descabello. En el que cerró plaza, y ante los deseos de sus seguidores, repitió actuación en un quehacer encimista y falto de profundidad. Y, aunque en esta ocasión no estuvo afortunado con la espada, recibió otra oreja, que le permitió salir por la puerta grande junto a Tomás Campuzano entre las ovaciones del público.

En suma, un festejo que respondió a las expectativas creadas y el abundante público salió satisfecho de la plaza al término del espectáculo por cuanto, además de diversión, había podido contemplar como su admirado Espartaco lograba un triunfo más en su carrera.

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