Colpisa Entrevista a Davila Miura ante su compromiso de esta tarde en Sevilla. Preciosa y sincera
En las películas siempre hay un tipo que, pudiendo escapar, vuelve al peligro porque se ha dejado alguna cosa por hacer, algo por salvar, alguien a quien rescatar. Algunos hombres tienen ese gusto curioso de regresar a las pesadillas y dejar al espectador en una respiración suspensa. Eduardo Dávila Miura (Sevilla, 1974) es de esos: tiene la vida hecha al margen de los toros, lejos del reino de la angustia aplastante y de la responsabilidad, fuera casi de la órbita inquietante del peligro; y en cambio vuelve voluntariamente a los terrenos del señor del miedo. Nueve años y un día después de retirarse, el domingo lidiará en La Maestranza la corrida de Miura, que es como volver al ejército y alistarte en los hombres de Leónidas para las Termópilas.
En realidad, todo le es familiar, pues lidiará la ganadería en la que se crió, los toros que llevan casi su sangre y quizás una cuenta pendiente. En una mano tiene una familia y una vida acomodada en la que se dedica a enseñar el toreo a escolares, ejecutivos y aficionados de todo pelaje. En la otra, el sueño de la Puerta del Príncipe, de la gloria, que siempre es una esperanza resbaladiza. Dice que vuelve por los 75 años que los Miura llevan lidiando en La Maestranza, pero esa pendencia le viene de mucho más adentro, aunque nadie sabe muy bien de dónde. Probablemente, de alguna parte cerca del corazón. “En la vida hay que entregarse a muerte”.
¿Cuándo decide que va a volver?
Hace un par de años vi una placa a mi abuelo en la Maestranza, hice cuentas y me di cuenta de que iban a ser 75 años ininterrumpidos lidiando. Me dije: “Sería bonito”, y quise dar el paso. Igual hubiera pasado desapercibido.
¿Qué dice su mujer?
Lo mismo que cuando lo dejé. Me dice que es importante, que me lo piense bien y que me apoyará.
Su madre, Reyes Miura, en una ocasión le tiró los trajes por la ventana. ¿Qué le dice ahora?
Mi madre es dura. Tela. Se lo dije la víspera de comunicarlo a la prensa. Como madre, le he dado un disgusto, pero espero que también se sienta orgullosa. Para mis tíos, Eduardo y Antonio Miura, los ganaderos titulares de Miura también es un trago. Creo que no les gusta mucho la idea. En realidad siempre me costó convencer a la gente de que quería ser un torero de verdad. Había muchas dudas. Venía de una familia acomodada, de ganaderos. De mí dudaba hasta la familia.
EL NIÑO TORERO Y LA TOALLA
Probablemente, ese impulso que lo traerá el domingo vestido de luces hasta el Arenal de Sevilla naciera allí mismo hace mucho. En la finca Zahariche de Lora del Río, que es la capital del miedo, donde pastan los sueños malos, hay una carretera y un trigal de verde hondísimo, un cerrado de toros delimitado con traviesas de tren clavadas en el suelo como las costillas de un naufragio. Un perrillo chico y alegre sigue a los extraños hasta una placita de tientas en la que flotan los fantasmas de los héroes, de sus sueños y de sus decepciones.
“Fue aquí -señala desde el palco de la plaza levantando la barbilla hacia el ruedo vacío-. Yo tenía unos seis años y quería ser torero, pero nadie lo sabía. Aquí veía yo a mi abuelo, al que me unían muchas cosas. Me he acordado mucho de él y espero que esté orgulloso. A veces en la siesta, yo cogía una toalla y cuando no me veía nadie me venía aquí a torear. Aquí empezó todo”.
¿Hay momentos de duda?
Hay momentos en los que dices ‘Dios mío de mi vida, qué estoy haciendo’. El toreo es duda, soledad, es pensar que todo va a salir mal. Es eso. Pero si fuera fácil no sería tan rico, tan grande y tan bonito.
Espartaco volvió a torear el Domingo de Resurrección y le fue bien.
Espartaco me ha dicho que no va a celebrar hasta que salga yo.
¿Imagina la Puerta del Príncipe?
Mi hija me dice que puedo cortar cuatro orejas y dos rabos (ríe).
¿Y usted qué le responde?
Que eso es muy difícil, pero no imposible. Hay que ser ambicioso. Yo he trabajado y llego con la conciencia muy tranquila. Los toreros nos conocemos mucho. Yo me he mirado muy dentro y estoy contento con lo que veo.
¿Qué papel tienen sus cuatro hijos en esto?
Cuando me fui solo había nacido Carmen y no se acuerda de la despedida. Me hace ilusión que me vean, que sepan lo que hace su padre, que se sientan orgullosos.
¿Cómo son las noches?
Las noches son largas, pero luego llega el día y dices ‘Aquí estoy yo’.
¿Cuál es la lección de Miura?
La entrega a muerte. Yo creo que la lección que nos enseñan es que lo importante es la generosidad: puedes ser mejor o peor, pero que lo importante es el sacrificio. Esas vacas son lo más importante para todos nosotros. Yo creo que para mis tíos, la ganadería es más importante que la familia. Eso te marca. Lo mío es una vuelta a ese compromiso. Miura lo es casi todo en la vida.
En realidad, ¿por qué vuelve?
Me dedico a contar cosas sobre el toreo, a hablar a gente sobre lo que somos los toreros y creo que hay que ser importante por lo que hacemos más que por lo que somos.
Podría haberse callado.
El camino más fácil era quedarme callado, pero tengo la oportunidad de hacer algo grande en la vida.
Colpisa
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