Los Califas cierra sus puertas tras un ciclo de la Salud falto de interés, con escaso público y rodeado de polémica
Terminó la Feria taurina de mayo. Terminó como se gestó. Gris, enrevesada, oscura y con un futuro, se antoja, poco halagüeño. Una feria en declive y sin lugar por la forma cómo se gestó, cosa que se presuponía le iba a pasar factura. Una feria sin alma donde el público, hastiado de mediocridades y ninguneo, optó por quedarse en casa y desertar de acudir a los tendidos de Los Califas. Y es que el respetable, el consumidor final de lo que se cuece más mal que bien entre bastidores, ha dicho basta. Si el año pasado el trabajo duro y concienzudo de los hermanos Tejero hizo que se vislumbrara la esperanza de la recuperación, este año todo ha vuelto como estaba, o lo que es más triste, ha ido a peor.
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