El torero local Alejandro Pavón, novillero sin caballos, el escacenero Andrés Romero, rejoneador, y el manchego Emilio Huertas, novillero con caballos, si nadie lo deshace, torearan en Zufre el próximo sábado día 1 un encierro con ganado de Manuel Ángel Millares
Así al menos nos los comenta el presidente de la peña local, en un festejo organizado por Martinez Enamorado.
Esperemos que las decisiones de Julio Aparicio, nuevo apoderado del ciudarealeño en sustitución de Tomás Campuzano, sobre la carrera de su nuevo poderdante no le hagan caerse del cartel como sucedió en Madrid, donde estaba anunciado el novillero y donde se ha caído por decisión apariciana.
No hay manera de descalificar la pasión por los toros de Alexander Fiske-Harrison como algo embrutecedor o primitivo. Cuidado con aquel que intente salirle por ahí porque se la lleva puesta, sea en España, sea en la Gran Bretaña: «¿Quiénes son los ingleses para juzgar a los españoles? A las cinco de la tarde, la familia británica media tiene la barriga llena de carne de ternera criada en una granja industrial y se sienta a ver en la tele un documental de la BBC donde un león despedaza a un búfalo». Eso sin contar con que hasta bien entrado el siglo XIX se practicó en el Reino Unido el atroz bull-baiting, «tan sanguinario como una corrida, pero sin ni una gota de su coraje, ni de su belleza redentora». Ustedes verán: se encadenaba un toro a una estaca y se le arrojaba una jauría de perros a acabar con él. La famosa raza canina bulldog se diseñó especialmente para eso.
Fiske-Harrison está convencido de que tanto Gran Bretaña como Estados Unidos pagaron la potencia de sus respectivas revoluciones industriales con «una desconexión de los ciclos de la vida y de la muerte que eran y siguen siendo más naturales en el campo». En su opinión la Revolución Industrial no fue tan perturbadora en España, «excepto en Cataluña, y miren lo que está pasando ahí», insiste en lamentarse. «En la misma época en que los referentes de los españoles eran toreros como Lagartijo o Guerrita, los referentes de británicos y norteamericanos eran “El Libro de la Selva” de Rudyard Kipling o “La llamada de la selva” de Jack London”», constata.
Todo este discurso no quita para que el torero inglés y filósofo no admita que una corrida puede ser algo «muy serio, cuando no duro» de ver. Pero insiste una y otra vez en que él no se ha pasado al lado oscuro de la fuerza ni de la crueldad con los animales, sino que simplemente les ha visto otra lógica a ciertas cosas. «Lo que más me cambió de España fue la calidez con que fui aceptado, el coraje de los toreros, la generosidad de los ganaderos, la pasión de los aficionados…», evoca extasiado.
Recuerda cómo se hizo amigo de Adolfo Suárez hijo, «torero aficionado, igual que lo fue su padre», que fue quien le presentó a Juan José Padilla. Alexander estaba con él en su casa el día anterior a su reaparición después de la terrible cornada en la cara. A día de hoy también mantiene una estrecha amistad con Cayetano Rivera Ordóñez.
Fiske-Harrison dejó de ser un mero historiador del toreo para meterse en faena y vestirse él mismo de luces en Sevilla, ciudad que le tiene prendado y enamorado. «Me encantaba parar en el hotel Las Casas de la Judería, solía asistir allí a una tertulia con el duque de Segorbe y su esposa, la princesa María de la Gloria de Orleáns-Braganza, y con el ganadero de Saltillo Enrique Moreno de la Cova y su mujer, Cristina Ybarra, y discutíamos mis progresos como torero amateur con el hermano de Cristina, Tristán, casado con María O’Neill, cuyo padre era el teniente de hermano mayor de mi plaza favorita, La Maestranza»… También se reunía a menudo con aquel al que llama su maestro, Eduardo Dávila Miura, en Casa Matías, en la calle Arfe.
Esto por el lado español. Por el lado anglosajón Alexander Fiske-Harrison también tiene su cuadrilla, su círculo de aficionados que peregrinan con pasión a nuestro país para no perder el pulso taurino. Cita entre otros al gran fotógrafo de guerra Jim Hollander, autor de magníficas imágenes de los encierros de Pamplona, en los que solía participar. Alexander y su amigo el escritor John Hemingway, nieto del gran Ernest Hemingway, preparan junto con un tercer taurino extranjero, Joe Distler, el lanzamiento de un libro electrónico sobre Pamplona con fotografías de Hollander para que los peregrinos que de todo el mundo vienen a la fiesta conozcan su historia y aprendan de paso algunos trucos seguros (o bastante seguros) para correr ante los toros. Y por supuesto cita también a su novia, Antalya Nall-Cain, «cuya afición creció en la Feria de Abril de este año al ver salir a Manzanares por la Puerta del Príncipe en Sevilla, y que espero que me vea torear en septiembre en Andalucía».
En tan feliz compañía Alexander Fiske-Harrison se abre elegantemente de capa ante lasamenazas de muerte que recibe del Frente de Liberación Animal y otras gentes que reaccionaron con furia ante la noticia de que «Into the Arena» era candidato a ser premiado como uno de los mejores libros de deportes (¡) escritos en inglés en 2011. Hubo que tomar medidas extraordinarias de seguridad para que la histeria antitaurina no amenazara el evento previsto en la mayor librería de Europa. «Pero estas cosas no me afectan, es mucho más probable que me mate un toro», concluye con ironía. Y con orgullo.