Quisiera contar un traslado íntimo..
Quisiera poder contar, a ustedes que no han estado allí,
como se vive un día de traslado de la Virgen del Rocío desde la ermita al
pueblo de Almonte. A ver como yo les explico, a ustedes que a lo mejor la han vivido, como se siente una noche de
traslado íntimo, desde dentro del alma de un almonteño, como se llora sin pena,
como se ríe de gozo, como se hace Rocío,
un Rocío que se repite cada siete años, en la magia ancestral del número viejo
y mítico, el de los días en que Dios fabricó esto que llamamos mundo.
Una tradición sin fecha, que en 2012 se ha renovado, con la
grandeza de un antiguo modo, en el año
de más almas por los caminos de la historia, , con multitud de fieles, de
curiosos, de devotos, pero, ante todo, con un pueblo que repite el nombre, mantra ancestral, dicho de mil
formas, callado de un millón de silencios,” Rocio”, “Reina de las Marismas”, “Blanca
Paloma”, “Patrona de Almonte” “Madre de
Dios”… en la voz rota de un pueblo que sabe estar en la aldea, enseña a sacarla
de la ermita a ver las marismas, que se empeña en hacerse camino en los
Llanos y convertirse en anfitrión de su
propia madre en el Chaparral, donde la descubre y es espectador indispensable de la emoción de la
Virgen al ver a su gente en sus balcones, apostada la espera, con la esperanza
vieja de verla entrar por el Camino de
los Llanos otra vez. Viejas en los balcones, viejas que fueron niñas hace siete veces siete
traslados y que la vieron entrar con sus abuelas, que fueron niñas también y
que supieron compartir la fe dejada en herencia indeleble.
Quisiera saber contar tantas emociones, tanta verdad, tanta raíz,
tanta fe, tanta familia, tanta guirnalda engarzada con la genética de un pueblo, tanta realidad intangible quisiera contar en unas palabras que no se como me atrevo a
escribir. No aprenderé jamás a hablar de
una virgen andado caminos alfombrados de arena, de esa virgen que sale de la
aldea de todas las aldeas, a la hora justa de caer la noche por poniente, a paso medido, tras ser tapada en manto de sencilla tela, con
esas formas que solo pueden fijar los siglos, sin luna, entre sombras, con ese niño en los brazos que sólo puede
sostener el amor de madre. La madre a la que llama Almonte, a la que anuncian mil estruendosas veces con salvas de pueblo guerrero, con garganta rota de un pueblo que es suyo, antes que propietario eterno
de Ella, de la esperada con impaciencia.
Y que a partir de
hoy, sabrá ejercer el Almonte eterno, de
guardián y acompañante en su Iglesia., tras las emociones que se amalgaman con
el olor a azufre y pólvora, la visión del polvo celestial que no deja verla y
sin embargo la enseña, el sudor de los
hombres que riega la fe, el mismo sudor que riega los campos, la
presencia de los santeros, el andar cansado de las camaristas con la plata cana
y el cabello gris, el paso sin andas, la Virgen en traje de Pastora, los
almonteños en traje de faena, Almonte en
traje de gala. El mundo en traje de oración
Quisiera dictar los versos de un poeta para contarlo. Como
no se, cierro los ojos y quiero que los cierren conmigo, que se trasladen al
orgullo viejo de una gente recia pero entregada, de carácter áspero pero hospitalario, a una
noche de verano de comunión con la geografía sentimental de quien vive apegado
al terreno, de avemarías gritadas hacia dentro, de vivas rezados hacia afuera.
Quiero que sientan el sentimiento hondo de quien tiene ahora a la Virgen en su
casa, a metros de su trabajo, y a la que visitarán en los entreactos de la cotidianeidad.
Una ciudad que nace En Rocío, que resucita en Rocío, que emerge en Rocío mil veces centenario y muere en Almonte
Tengo miedo de traicionar mi mejor memoria y por eso quisiera
saber clavar con letras de marchamo hondo en este papel el sentimiento de la familia Naranjo
Diaz, paradigma de todas las gentes cabales de Almonte, la sencillez matriarcal
de su vieja abuela, la ilusión bullidora y entregada de sus niños que se
estrenan de costaleros o se confirman en madurez insólita con la miranda
brillante, la sencillez en el rito de los mayores de mirada entre la añoranza y
el futuro, la presencia ausente de un abuelo
de mirada eterna, la genética sabia de sus ancestros de mirada larga. El
traslado interior, de casa abierta y corazón emocionado de una familia almonteña de miembros sencillos,
que saben traer a la virgen como una parte más de su propia historia, que
riegan en cada recóndito lugar de la anatomía mística de la migración del pecho
al alma, del alma al corazón y del corazón al lado de su casa.
Ya duerme, la hemos dejado en su altar, en su otra casa después del medio día. ¿La hemos
dejado? Si, en plural solidario, por que este hombro que sostiene el brazo, que
alarga la mano que une los torpes dedos que pulsan el teclado, este hombro de
urbanita apátrida, ha sido capaz de meterse debajo de las trabajaderas, no me digan que sólo unos segundos, no, por que la eternidad nunca supo de tiempos. Me saltan lágrimas de los dedos,
por que al acercarme a la Señora, un
hombre de la virgen pregunta ¿Este quien es?,Mi hermano Juan Luis pudo decir un
hermano y no hubiera sido mentira, pudo decir un almonteño y me hubiera honrado
a mi a mi gente (¿vedad Manuel?) pero no lo dijo, cuando preguntaron ¿quien en
este que viene a llevar la virgen? Una voz dijo “ Es un rociero”, y el hombre de la
virgen me miro y me abrió el hueco de los rocieros.
Por esto, gracias Almonte por vuestra pureza recia, gracias
Naranjos por ser mi familia y gracias a la Reina de las Marismas por hacerme mejor
con tu mirada purificadora.
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