lunes, 2 de marzo de 2009

Regalo de puro arte de Morante a Adrián

Burladero
Regalo de puro arte de Morante a Adrián

ZABALA DE LA SERNA MADRID/ ABC

La emoción incontenida y desatada bajó desde el corazón de los tendidos al centro del ruedo. Allí, Adrián Gómez se sentía querido y torero sobre su montura de acero. La ovación y sus compañeros lo arroparon. Las lágrimas resbalaron por las mejillas hasta la arena: Adrián agradecía con sus ojos el calor y la generosidad.
 
Retumbaba la cúpula del Palacio Vistalegre como trueno de justicia ante la injusticia de la vida.

Diego Ventura, Joselito, El Fundi -ole su entrega para con su soldado de plata-, Enrique Ponce, Morante de la Puebla, El Juli y el novillero Christian Escribano regalaron todo de sí mismos. Pero el regalo de arte de Morante se salió de las previsiones, del guión establecido, de la pauta de la normalidad. La personalidad del genio imanta. Su concepto emociona, conmociona, te agarra por dentro. El torete de La Campana no le permitió volar el capote y la imaginación. Las manos altas y cuidadosas, sabrosas pese a la imposibilidad de la verónica. El utrero se creció en banderillas. ¡Ah!, Morante con los palos en corto y por derecho, sacando los brazos desde abajo, asomándose al balcón (¡qué segundo par!) Resbaló en un recorte improvisado a una arrancada imprevista, y hubo revuelo de capotes y polvareda. Morante de la Puebla se levantó con agilidad -está visiblemente más delgado- y atacó por los adentros con más propósitos que tino ahora. Clamorosa fue la ovación. Precioso el brindis a Adrián en lanzamiento alado del sombrero. Barrocos los ayudados a dos manos barriendo el lomo, el mentón en las chorreras, la suerte cargada. El cambio de mano explosionó en un extraordinario arrebato de sentimiento. Se encajó Morante en los medios y ralentizó las lujosas embestidas con la derecha, ligadas las series de puro clasicismo. La banda ayudaba con «Nerva». Presentó José Antonio el de las Marismas la muleta muerta, como empapada de sal, en la izquierda, y dos naturales soberbios dibujaron surcos con los flecos; el viaje era más corto por ese pitón y el torero lo quiso aprovechar enfrontilado y a pies juntos. También por la derecha unió los botos, y el brazo contrario expresándose arriba. El cierre de adornos sonó a apoteosis de cuadro flamenco.
 
Estocada desprendidilla, tres descabellos rodilla en tierra y dos orejas con el sabor de lo distinto.

El doble trofeo se estableció casi como premio común. El ambiente que habían generado las figuras lo merecía. Sólo Enrique Ponce no pudo alcanzarlo con un novillete de su propia ganadería que ya salió pisando mal y se derrumbaba. Los exquisitos mimos de su amo lo sostuvieron e incluso por momentos lo hicieron despegar. La espada retardó la muerte. Tampoco puntuó doble el novillero Escribano, que destacó en afán, en una media enroscada y en los pases de pecho con un manejable novillo de Guadalmena.

Ponce y El Juli, éste con un ejemplar de Daniel Ruiz, se esmeraron tanto en la selección del material que se quedaron cortitos sin sifón a las puertas de Madrid.
 
Pelillos a la mar en día de alegría. Juli profundizó con la izquierda enganchando muy por delante para exprimir al noblón y medio rajado becerrote y terminar montado encima. La estocada fue la de la jornada. Con permiso de El Fundi, que pegó un puñetazo de los suyos recibiendo. Un Fundi que apostó por arriba con el rematado toro de El Ventorrillo, como si fuese adicto a las emociones fuertes. Siempre persiguió el maestro de Fuenlabrada el gusto y el temple, desde que se abrió de capa. No descolgaba del todo el ventorrillo, y a su altura lo entendió. Y sobre todo bordó los broches, la trincherilla, el ayudado, el toreo a dos manos.

Joselito -impecable vestido- se atalonó a la verónica, relajó la seda del capote y ligó los lances suaves y rítmicos. Parecía el de Victoriano del Río cumbre. Mentía.
 
En el principio genuflexo apuntó la guasa que escondía en el pitón izquierdo; por el derecho se desplazaba rebrincadete, mas obediente a la llamada de la muleta que tiró de él. Diego Ventura la había liado a caballo en los albores de la mañana. Feliz mañana. Y emotiva de verdad. Una lección de solidaridad.

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