Por Alicia Malumbres, psicóloga
¿Conoces a algún torero gordo? No digo fuerte, o rellenito, que ya es difícil, no: me refiero a un torero gordo, gordo de verdad.
Pero la intuición no sirvió para nada en el sangrante caso del torero gordo, que apoyado por su amorosa madre, luchó toda la vida por la no discriminación de los gordos en el arte del toreo.
Por más que su padre y su familia, menos su amorosa madre, incluso su tío el torero, le explicaron que no era cuestión de discriminación, no cejó en la lucha de ser torero y gordo. “Hijo… deja de comer donuts, que así no hay forma de que seas torero…” le decía el padre. Pero el torero gordo tuvo la suerte, o la desgracia, de vivir en la explosión de la igualdad de oportunidades, de la no discriminación, de la sociedad del bienestar. La era de las ideas verdaderas convertidas en eslóganes publicitarios o campañas electorales “no renuncies a nada”, “todos tenemos derecho a conseguir nuestros sueños”, “querer es poder”. Así que apoyado por su amorosa madre, se dejó confundir y luchó por cambiar lo de fuera, en vez de cambiar lo de dentro.
“¡Yo quiero ser torero tal como soy!”, fue su mantra. “¡Pero si también puedes ser delgado!, eso sí puedes, pero torero y gordo, ¡eso no!”, le decía su tío el torero. “Yo te entreno”, le ofrecía, ilusionado.
“¡Tengo derecho a ser torero!”, “¿cómo es posible que me obligues a seguir durísimos entrenamientos y una dieta medida hasta el milímetro?”, “¿por qué quieres cambiarme?”. El tío se hartó, susurró algo así como “a mí me da igual que seas gordo… yo ya fui lo que quise”. Y se marchó del pueblo antes de pasar la vergüenza de tener que defender, delante de sus amigos, las manifestaciones organizadas para apoyar los derechos del flamante y vanguardista aspirante a torero gordo, que consiguió impedir la celebración de varias corridas.
Si el talento es salirse con la suya, desde luego el torero gordo ¡tenía mucho!. ¿Seguro?… no lo tengo yo tan claro, porque al final no consiguió ser torero.
Si no sirve para hacer realidad los sueños, el talento es inútil.
La mayoría de las personas somos gente normal, capaces de hacer cosas extraordinarias. Solamente es necesario saber a qué renunciamos, planificar las renuncias, y el tiempo previsto hasta poder dar el siguiente paso.
El talento sin esfuerzo es ilusión ingenua… o genialidad: y genios hay muy pocos.
Personalmente, me gusta más la gente normal capaz de hacer cosas extraordinarias… Y quizá lo más extraordinario es saber quién queremos ser y qué donuts tenemos que, inevitablemente, dejar atrás. No es fácil. Pero sí posible.
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