lunes, 10 de noviembre de 2008

Ignacio Sánchez Mejias

Se presenta el documental en Sevilla sobre la emblemática figura de Ignacio Sánchez Mejias en el Teatro López de Vega el próximo Jueves 13 y enmarcado en los actos del Festival del Cine Europeo de Sevilla

La productora andaluza, La claqueta metálica ha realizado el documental Ignacio Sánchez Mejías. Más allá del toreo en coproducción con Canal Sur Televisión y con el apoyo al desarrollo y la producción de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Bajo la dirección de José Fco. Ortuño, con guión de Miguel Ángel Reina y la producción ejecutiva de Olmo Figueredo.

Se presenta el documental un día 13, vaya por Dios, Ignacio Sánchez Mejías.Curioso el personaje, poliédrica su historia, digna de estudio su fijación con José, Gallito, magnífica su aportación a la cultura del primer tercio del siglo, envidiable su capacidad de realizar y realizarse en diversas facetas, traer al toro a la cultura y llevar la fiesta a los salones de los ateneos y las universidades, sin complejos, de igual a igual, sin tópicos y sin chulerías.

Su muerte, otro que quería autoinmolarse (¡manda huevos!), causó conmoción en aquella España de la república, pero , y eso es lo que quedará siempre para los anales de la literatura, emocionó hasta el paroxismo a los poetas de la generación del 27 que, en un caso único en la historia de las corrientes literarias de cualquier país culto del mundo, tomaron conciencia de su singularidad e incluso de sus profundas divergencias en formación e intenciones en la finca sevillana del polifacético torero sevillano, donde los invitó a un sarao que pretendía conmemorar a Gongora. Hay quien querría morir en una plaza de toros para que Alberti, Hernández o Lorca escribiesen las rimas más sentidas del toreo.

Hijo de un médico que pretendió que el joven Ignacio siguiera sus pasos, a lo que se negó el aventurero, se coló de polizonte en un barco con destino a México, su amor al toro le hizo volver a aquella patria de entresiglos y enrolarse en la cuadrilla de Joselito, quería ser torero, vivir como un torero, hubiera matado por tener la ascendencia del gitano de Gelves, su acomodada infancia la consideraba poco taurina.

Mató al toro que mató a Joselito la tarde de Talavera, y quiso reaparecer la temporada en que lo hizo Juan Belmonte, el alter ego de su admirado cuñado, amigo, maestro, casi viudo, la foto con la cara del maestro de maestros en sus manos es dificilmente desrcriptible, murió como él de una cornada que le propinó un toro en una plaza manchega, en Manzanares, Su obsesión por la sangre torera de los Gallo le llevó a casarse con la hermana de José y Rafael, Lola, pero más allá de conformarse y luego de mil aventuras galantes, no pudo sustraerse al encanto de la “viuda no matrimoniada” con el poderoso Joselito, la Argentinita, cantaora, famosa, guapa, culta y con fuertes relaciones con la intelectualidad de la loca Madrid de los 20. Rehiletero fácil, muletero poderoso, le pegaron los toros desde el principio, banderillero de Juan de José y de Rafael, ¡que carrera!, chulo y arrogante, un ejemplar de macho ibérico, cazador empedernido de todo lo que llevaba falda, contradictorio, cultísimo, se peleó con el oligopolio empresarial taurino de entonces para cobrar más de 28.000 reales por tarde. Para no pagar a los revisteros sobrecogedores, llegó a escribir las crónicas de sus festejos. Además escribió ensayos, poesía, teatro, ejerció de señorito en Pino Montano con los escritores de Madrid, en su cuadrilla formó el genial portuense Alberti que lo cuenta así:
“Después...¡Oh! Cuando el primer cornúpeta, tremendo y deslumbrado se arrancó, pasando entre las tablas y mi pecho, comprendí la astronómica distancia que media entre un hombre sentado ante un soneto y otro de pie y y a cuerpo limpio bajo el sol, delante de ese mar, ciego rayo sin límite, que es un toro recién salido del chiquero. Menos mal que aquel público gallego no era de esos que piden ‘hule’, como el andaluz o el madrileño, y pude pasar desapercibido, dentro del callejón, durante toda la lidia. A la salida de la plaza me corté la coleta: quiero decir que di por terminada mi carrera taurina. Tan sólo había durado tres horas. También Ignacio
aquella tarde se retiró inesperadamente, de los toros, anticipándoselo a Cossío al brindarle el último que lidiara: ‘Te brindo este toro le dijo-, que será el último que mate’.

Fue en Pontevedra, donde debía torear al día siguiente de la cogida de Manzanares.

No cabría en un artículo, ni cupó en el libro de Amoros ni cabrá en el documental de Canal Sur y la Junta, donde Macarena Bazan nos invita como onubense y como taurina. No puede caber como no le cupo a Federico, que no cabe en la fosa ¡que trajín con los huesos del poeta en Nueva York!, a Federico no le basto un poema, ni dos, ni tres, ni una elegía, ni toda la vida le hubiera bastado para glosar la figura, el genio, el arte, la personalidad, la cultura del genial torero por eso desistió al cantar.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura.

Aquella mañana del día 11 sorteó él mismo sus toros, andaba sin coche y sin cuadrilla por mor de una avería, con cuadrilla de desavío, sorteó el 16 y el 52, cuatro veces trece, no tenía hotel, ni coche y en una mala fonda le dieron la habitación nº 13, había vivido 45 años, no es figura retórica, Ignacio “vivió” en plenitud murió de gangrena dos días después, un 13 que ¿casualidad?.

Y el toro se llamaba Granaino, como el sevillano guasón llamaría tantas veces a Lorca, y él no iba a matar la corrida, y su gente le decía que no fuera, y le contaron que los toros eran grandes y astifinos, y dijo que era torero para matar lo que le echasen y se lo había pedido Domingo Ortega y él no quiso fallarle a un compañero, y ya veis que es imposible ser breve con este torero de los pies a la cabeza que además fue presidente del Betis, conferenciante en Nueva York, amante de mil camas y…. Y….. siempre torero, hasta el momento en que quiso poner un par por lo adentros y saliendo desde el estribo, aún después siempre torero y culto y piloto de aviones, y generoso y altruista, pero siempre torero.
Y al final hay que darle la voz a Federico

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,

y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina los tendidos
y se vuelca sobre la pana
y el cuero de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un rio de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No. !Que no quiero verla!

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