Carlos Herrera pide un ejercicio de dialogo para salvar la fiesta
Carlos Herrera con nuestro fotógrafo estrella en "La MAESTRANZA" |
No pretendo con lo que me apresto a escribir dar ningún tipo de munición a la algarabía antitaurina española, tan variada y tan activa, tan vigilante y tan presente, pero una vez acabada la temporada en España la temporada de toros conviene hacer alguna reflexión preocupada y crítica sobre el estado de la fiesta española por excelencia. Son varios los empresarios taurinos, que son los que se juegan los cuartos, que han dado la voz de alarma sobre lo insostenible de algunos ciclos en determinadas plazas. Con los números de hoy es muy difícil que muchos festejos en algunas plazas sean viables.
La fiesta taurina es un espectáculo caro: los abonos de tendido, las barreras, los sillones y otros asientos postineros ponen a prueba el bolsillo y la afición de muchos y hacen que el aspecto de algunos cosos parezca una cabeza con muchas calvas. Resistir unas cuantas tardes el hachazo de la taquilla, más lo que suele llevar consigo una tarde de toros comida o cena o visita a la feria consecuente, es tarea hercúlea en tiempos de crisis. La alegría en la venta de entradas no es la que era y la culpa no está en la ausencia de afición, sino en otras cuestiones. Abrir una plaza como la de Sevilla, por ejemplo, vale muchos miles de euros, cientos, incluido en ellos el porcentaje que pagar a la propietaria del coso la Maestranza, el 21 por ciento del IVA, los sueldos de los trabajadores porteros, seguridad, areneros, médicos, músicos, enfermeros, etc. y las inclemencias varias. A ello hay que sumar el precio de los toros y los emolumentos de subalternos y toreros. Y ahora a ver si se llena. Para muchos aficionados pagar 250 euros por dos barreras es un esfuerzo notable, por lo cual muchas están vacías mientras la grada está llena, a un precio sensiblemente más económico. Como la sevillana, muchas otras plazas pueden convertirse en poco operativas de no mediar un pacto entre todos los sectores de la fiesta. Evidentemente hay más razones que retraen a los aficionados: los toros presentan una falta de casta anunciada desde varios años atrás; la ausencia de figuras atronadoras, de las que cambian el toreo, hace que muchos sientan un cierto aburrimiento; la acomodación de algunos primeros espadas no es baladí; y así…
Pero el argumento económico es indudablemente la primera causa de los vacíos en grandes tardes y en tardes modestas. El esfuerzo ha de ser conjunto, pero entendiendo algo: sin empresarios que arriesguen y abran las plazas directamente no hay toros. Si no hay beneficio, nadie está obligado a sacrificar su patrimonio para que tal ciudad celebre un festejo. Los ganaderos, que pasan lo suyo y que explican a quien quiera oírlos que una cabaña de bravo es una magnífica forma de arruinarse, tendrán que hacer algún gesto. Los subalternos también. Y evidentemente los toreros, en especial los que siguen pidiendo las mismas cantidades que cuando la crisis no campaba por sus respetos. O se plantean otros números o esto no funciona. Ya no hablo de negociar con la Administración la aplicación de un IVA más racional porque eso es un imposible y requiere, de momento, un portavoz único en nombre de toda la familia taurina, tan dispersa ella. Si el IVA cultural es devastador para teatros, conciertos, cines y demás ejemplos, también lo es para los toros. Sí hablo del punto común, intermedio, en el que con el esfuerzo y sacrificio de todos se permita la viabilidad.
La fiesta de los toros no acabará porque unos cuantos se opongan, de forma más o menos exaltada, a que se siga celebrando como ha ocurrido durante siglos; la fiesta de los toros puede extinguirse si se abandona a la vulgaridad, a la falta de emoción, al apaño, al engaño y, especialmente, a la dificultad de acceso de muchas capas sociales de aficionados imposibilitados por elementales cuestiones de presupuesto. Una generación particularmente ilusionante de novilleros promete buenos momentos para futuras temporadas; aunque solo sea por no desaprovechar esta sorprendente colección de esperanzas, vale la pena sentarse, echar números e intercambiar nuevas ideas. Y hasta marzo hay tiempo.
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