Ante el segundo toro, un ejemplar mortecino que se echó tres veces durante la lidia a penas pudo dejar atisbos de su personal torería.
Alejandro Talavante lidió en tercer lugar el que había enlotado como sexto por lesión del titular. Ante ese toro demostró el momento en que se encuentra: fresco, improvisando, mandando. Series de mucha intensidad, de trazo largo, naturales inmensos rematados por bajo con adornos de mucho sabor. Otras series de media muleta por detrás de la espalda. En fin, ese barroquismo natural que es la paradoja del extremeño que se encuentra en plenitud.
El toro tardó en morir y por eso perdió la segunda oreja que hubiera merecido por la importancia de la faena. Al sexto de la tarde, de descompuesta embestida y que acabó cantando la gallina, solo le pudo ofrecer su firmeza para intentar acompañar a Manzanares por la puerta grande. No pudo ser.
Morante ¡ay Morante! Ante el primer toro, la plaza fría, el calor apretando, el toro pegajoso y gazapón, solo pudo regalarnos un manojo de verónicas y dos series al natural que quedan en la retina. Ante el cuarto, un sobrero de Gavira de vista cruzada, informal en su comportamiento y siempre con aviesas intenciones, tanto que su cuadrilla no pudo poner los cuatro palos reglamentarios. A pesar de lo cual, el presidente cambió de tercio. Morante no engaña, coge la muleta y la espada de verdad, se dobla por bajo tocándole los riñones al de Gavira y luego da un recital con la espada.
Hubo un tiempo en que se decía "bronca de figura del toreo". Pues eso, bronca que duró hasta el sexto toro cada vez que apareció en el ruedo. Y es que las máximas expectativas provocan las mayores decepciones.
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