Después de la eclosión que supuso la temporada anterior, donde hubo proliferación de festejos en los que abundaron los triunfos, la siguiente campaña fue mucho más reducida tanto en el número de espectáculos anunciados como también en los momentos de satisfacción.
El número de festejos pasó de los doce celebrados a lo largo del año
Tres corridas de toros, junto a una novillada picada, otra de rejones y el cómico constituyeron el abono agosteño. La empresa había comprendido que los aficionados onubenses no daban para más espectáculos y, a fin de evitar lo acontecido el año anterior, redujo considerablemente el número de festejos. Aún así, el público no respondió en la medida esperada y la asistencia no fue la ansiada, viéndose demasiado cemento en la mayoría de las tardes en las que se celebraron los festejos.
Pero lo más llamativo de los mismos fue la ausencia del toro en los primeros festejos del ciclo colombino. La falta de trapío en la reses presentadas originó una fuerte polémica y una feroz crítica que se quiso cortar con una llamada de atención por parte de la autoridad gubernativa que pudo haber sido un verdadero escándalo si, finalmente, no se llega a solventar la situación con el remiendo de unas reses de Juan Pedro Domecq que completaron el encierro de El Madrigal en una jornada donde la corrida estuvo a punto de ser suspendida por falta de reses idóneas para la lidia. Cómo serían los animales para llegar a esta insólita situación en la plaza onubense, pero ya se había sobrepasado el listón mínimo de las exigencias respecto a lo que debe ser una res de lidia.
A esas alturas de la feria, los aficionados estaban hartos de comprobar como en los días anteriores habían salido los novillos de Luis Algarra y los toros de Eloy Jiménez Prieto. Animales de escasa presencia y de pocas fuerzas, que rodaban más por el albero que embestían entre la desesperación de todos. Por eso, el público estalló y reclamó un toro más digno que, cuando la autoridad quiso imponer, casi no lo encuentra entre los que se presentaban para su aprobación. Pero, finalmente, con más voluntad que aciertos, se solventó la situación y la feria se pudo celebrar en su integridad, aunque siempre quedará esa ausencia de toros con trapío que hizo que muchos aficionados desertaran de la plaza por algún tiempo ante la ausencia del principal elemento.
Por todas estas circunstancias, no fue una campaña que dejara muchas cosas para el recuerdo, pero sirvió para que muchas partes implicadas en el tema tomaran nota de los deseos de la afición onubense. Después de la experiencia de la primera temporada había que corregir muchos defectos que se habían presentado y era el momento más oportuno para que la empresa analizara todas las circunstancias para evitar que, en años posteriores, se repitiera esta desagradable experiencia vivida.
MIGUEL CONDE BORDÓ EL TOREO PERO NO MATÓ ( 6-Junio-1985)
Para abrir la temporada, en el día del Corpus, se organizó una novillada que, a pesar de los atractivos que ofrecía, no congregó a mucho público en los tendidos del coso. Y, la verdad es que los ausentes se perdieron un interesante festejo, en el que los tres actuantes pusieron sus máximos deseos y mejores cualidades para hacer disfrutar en esta ocasión a sus seguidores, que apenas cubrieron un cuarto de aforo.
Para la ocasión se eligieron reses de José Luis Pereda que, pese a la mansedumbre y escasa fijeza en los engaños, en general colaboraron para que los novilleros hubieran podido conseguir grandes triunfos pero, en esta ocasión, los aceros privaron a los actuantes de conseguir materializar ese éxito popular, aunque, eso sí, dejaron estela de sus buenas condiciones y, de ahí, que los espectadores salieran satisfechos con todo cuanto habían podido disfrutar a lo largo del festejo.
El onubense Miguel Conde volvía tras su triunfo en la temporada anterior y durante toda su actuación estuvo por encima de las condiciones de sus dos oponentes, haciendo un toreo de garra y entrega, con mucha calidad, llegando a entusiasmar a los espectadores, que gozaron con el quehacer del ya veterano diestro; sin embargo, a la hora de matar no estuvo afortunado tanto en el momento de colocar los aceros, especialmente el verduguillo, al no contar con la necesaria colaboración de su cuadrilla. Lo que pudo haber sido un triunfo apoteósico se quedó en dos grandes ovaciones tras oír los dos avisos en el que abrió plaza y ver como era devuelto el que salió en cuarto lugar tras los tres avisos reglamentarios. Pero todos los espectadores salieron muy satisfechos del toreo realizado por el novillero onubense, especialmente en el cuarto de la tarde.
Rafael Camino dejó estela de su buena concepción del toreo tanto con el capote como con la muleta aunque en algunas fases se mostrase demasiado frío y conformista en su quehacer muleteril. Estuvo mejor en el quinto de la tarde, por lo que, al finalizar su labor, paseó el anillo junto a su compañero Miguel Conde, a quien tuvo el detalle de brindarle la faena tras el mal rato pasado minutos antes. Se vio al novillero camero muy cuajado y con muchas ansias de triunfar.
Debutaba con picadores Francisco José Ruiz Espartaco Chico y, a lo largo de su actuación, hizo destacar la casta y entrega para tratar de alcanzar el triunfo. En su primero resultó volteado pero, a pesar de la merma de condiciones físicas, siguió ante el novillo hasta acabar con él. En la enfermería fue atendido de contusión en la región parietal derecha, con síntomas de conmoción cerebral. Pese a la recomendación de que no continuase la lidia, tan pronto se recuperó, retornó a la plaza para lidiar a su segundo, en el que volvió a poner todas sus ganas por triunfar. Falló a espadas y dio una vuelta al ruedo. Ya en el hotel, Espartaco Chico se resintió de la conmoción, por lo que, por indicación médica, tuvo que ser ingresado en el Hospital Manuel Lois, donde pasó la noche en observación, recibiendo el alta a la mañana siguiente.
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