Cuando di con él por los vericuetos del toro ya estaba curtido el
torero de Murcia. Tenía las muñecas partidas de torero bueno, el pecho lleno de
medallas al valor, canas de muchos colores en diversas partes de su menguado
cuerpo y las ilusiones intactas en su corazón de niño noble. Por eso cuando a
un mal escribidor de un pueblo chico se le ocurrió decirle que no había
apostado el 15 de Agosto en una plaza con medio callejón por un toro de Prieto
de la Cal la
sonrisa le surgió franca. No llamó a nadie, se miró el alma y se hizo de un
partidario más.
Luego
la vida no nos ha vuelto a unir más que en alguna entrevista, algún rato de
tentadero y poco más, Huelva y Murcia no son muy distintas, pero ¡Están tan
lejos!
Sabe
este torero de caer, de caer y quedar tocado, sabe del carácter necesario para
levantarse sin mirarse aunque quieras mirarte. Sabe de lo que supone que te
vuelvan a partir la jeta cuando aún casi levantas el despojo inane de tus
ansias de volver a ponerte en el sitio donde duelen las cornadas de la vida y
del toro. No habla el torero si no con la actitud, no se queja si no con
la mirada, no se quita, si no es para ponerse más cerca y esto lo hace más
héroe pero menos protagonista.
Es Rafael un tipo serio, tiene amigos, hijas, aficiones, vive lejos del glamour o de las portadas, cerca de los encastes duros, a los que no
se apunta nadie que pueda evitarlo, y que en ese sitio ha encontrado
refugió para ser torero y olimpo para ser dios. Entra en esos sitios que
son ninguneados, donde entran los que no pueden entrar en otras. Sus
argumentos: la actitud de siempre, el corazón torero y la capacidad de haberlo
prolongado en el tiempo: no hay un torero de más largo recorrido que Rafaelillo en este
circuito peligroso del toro que no pide nadie.
Toreó hace unos años miuras en Pamplona y cuenta que quedó
"vacío, tres días sin poder levantarme del sofá si no era para ir a la
cama, ni de la cama si no era para arrastrarme al sofá", ese vacío pleno
del que lo da todo y que se siente en las partes más dignas del corazón.
El domingo en Madrid le salió un toro de ese mismo hierro que
decidió embestir cuando vio que enfrente había un torero decidido a torearlo. A
ustedes no hay que explicar como es lo de torear, ponerse en el sitio, bajar la
mano, cogerlo alante, llevar la embestida cosida a la tela, partirse la cintura
para rematar muy atrás de la cadera y todo muy despacio, con remates gustosos, con compromiso máximo, sin mostrar la rabia
que sentía, las ausencias que le duelen, los ninguneos de cuando lo quitan y
hasta de cuando lo ponen.
Puede que al lector perdido de las redes no te gusten los toros,
ni los toreros, ni los héroes, ni los dioses, pero seguro que no hay mente
limpia que no admire la honestidad, la perseverancia, la verdad, la disposición
y la capacidad de sobreponerse a lo que los demás consideran un destino digno
para tus ansias, pero no es lo que tu esperas de la vida. La fiesta brava, la sociedad civil, serían mejores si las
cualidades que manejamos en el perfil de Rafaeillo fueran las inspiradoras de
nuestras fuerzas.
¿Quién no ha sido humillado en la
vida, en el toro, en el amor, en el curro, en la muerte incluso, con el
desprecio máximo del ninguneo, con la excusa burda y dolorosa del
"no me he acordado" "no ha sido ex profeso" o del
"no pasa nada, más adelante hay más"? Rafaelillo nos ha demostrado a
todos que el orgullo es un juego que se juega callado, que quien resiste gana,
que el que sirve, y sirve todo el que que cree que sirve, sólo tiene que seguir
apretando y esperar su momento. Y entonces, cuando llega "el momento"
demostrar que tú y sólo tú tenías la razón.
¿Y cual es el momento? Esa es tu libertad, esa es tu baza, tuya y del Dios del Infinito, tuya y de la suerte. El momento es exactamente cuando tu ves que es el momento.
Para llegar a ese momento, para
soportar el camino, hace falta fe, confianza en uno mismo, un corazón de acero,
un alma de niño y una torería de mandón. Eso es lo que tiene Rafa. Y dos
pinchazos de hombre no le van a quitar un ápice de gloría, aunque sea la
excusa para el presunto ninguneo.
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