Algún día lo contaran en una tertulia de aficionados, o enseñaran a sus nietos en plan abuelo Cebolleta sus cicatrices y al llegar a la de la femoral, o a la de de la axila, o la de la rodilla operada, se pasaran el dedo por encima del labio de carne y sonreirán : " Estas son del día en que dos toros nos metieron a los tres para dentro"
Hoy fue ese día. El mismo día en que el mundo se hace mísero entre corrupciones y triquiñuelas de realidades virtuales y mentiras aceptadas, la verdad del toreo ha querido imponer su ley, la verdad de la vida y de la muerte, del triunfo y del riesgo, de los hombres y los toros, la vieja lucha de la eterna España.
La fiesta es más grande desde esta tarde. Tres hombres, de los de la clase media del escalafón, de los que no tienen la temporada hecha ni pueden hacer tours, ni anunciar sus treinta tardes por que no las tienen, tres matadores de toros por derecho propio hacían el paseillo en Las Ventas. Un paseíllo para resolverse sus miedos, para buscar el triunfo toreando, para poder seguir soñando.
Media hora después, dos toros después, los tres toreros habían traspasado una de las puertas grandes del toreo, la de la enfermería , la de los quirófanos, las bolsas de sangre y las placas que miran dentro.
A portagayola se fue David Mora, las rodillas clavadas en la arena, en la mirada el tranquilo refulgor de la determinación, el corazón a ritmo lento, la memoria fija en las capeas de los toros sin años de los pueblos de Madrid. No fue una locura, no fue una apuesta, no fue un gesto. David Mora decidió irse a la contraluz del toro para empezar a torear pronto. Él sólo quería torear, torear como los machos, poder al toro, dejar de torear en los despachos donde no es fuerte frente a muchas cosas. En esa puerta se encontró el golpe del toro que lo arrolló, y luego se ensañó, obligación de toro, de fiera. El torero, entre los pitones y en cada derrote era el pelele eterno, el David que acabará venciendo a Goliat, pero que sabe que es más débil, que debe esperar su momento.
El Goliat fiero y gigante se fue tras el capote valiente de Nazaré, segundo del cartel, el que debió coger la muleta de para lidiar el toro de Mora y que en un quite al segundo toro fue volteado y golpeado en la rodilla. esas lesiones que tanto temen los toreros, los huesos, los tendones, los ligamentos. Se fue por su pié el nazareno, llorando mudo la impotencia de no poder resolver.
Y ahí estaba el tercero de la partida, Fortés, que salió a torear al segundo, con un compañero en las manos del Doctor Padrós y el otro camino de la maquina de Rayos X. Dicen que los toreros se afligan con las cornadas de los compañeros, que no dan el paso, que se vienen abajo y la parte del encéfalo que trata de los miedos cervales les impide jugarse la vida. Serán otros toreros. Hasta tres veces le quitó los pies del suelo el toro de Los Chospes, corraleado y listo, a Fortés. Parsimonia, determinación y ganas de hacer el toreo bueno. A media faena ya sangraba por su piel abierta, en el momento cumbre de la estocada, el toro lo volvió a prender como cogen los toros cuando matan.
¿Tres toreros que tiraron la moneda? No, tres toreros que guardaron en la hucha de su torería, en la raja abierta de su cuerpo, las monedas de la verdad eterna, los salarios de un arte donde se gana de verdad, se vive de verdad y se muere de verdad,
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