miércoles, 11 de diciembre de 2013

La paciencia de José Tomás.

Sucedió en Huelva. Plaza de La Merced. 3 de Agosto de 2011. Patio de cuadrillas, siete y media de la tarde. Un auténtico ambientazo. Torea José Tomás con Emilio Silvera y Daniel Luque. La plaza ya está llena. Todo el que tiene habilidad, o un aliado que lo meta, está en ese patio de cuadrillas, que es el centro mundial del toreo en ese instante.

Llega el de Galapagar, armado de su capotillo de paseo, U traje de indefinible color verdeamarillento, ¿Aceituna? que le cae mal, le hace bolsas y no se ajusta. Muy flaco, demacrado. Místico y muy torero saluda a los picadores, que hacen la rueda calentando caballos y enfriando nervios. Luego a los dos matadores que le acompañan y a todos los hombres de plata. Uno a uno, sin énfasis, sin ceremonia, sin prisas.

Se apoya en la pared, enfrente de la capilla, como haciendo gala de su agnosticismo. Todos quieren una foto con el monstruo, él concede, ni posa, ni evita. Calla. Mirando hacia dentro, relajado el cuerpo,  extática la cara.

No diremos que hay silencio en el patio de cuadrillas. Pero alrededor de ese metro cuadrado todo era un aura de grandeza silente, paz, quietud. Un oasis de torería.

Y de repente, junto a lo sublime, lo ordinario.Entre la marabunta se aproxima un hombre, traje de mil rayas, corbata granate de grueso nudo, alcohol en la cara, guisquis en aliento, mariscos en los dedos. No es del todo ajeno al toro. Coge su teléfono móvil, se aposenta al lado del matador, se le pega, se refriega, le mete la cabeza en los pensamientos mismos de Tomás, se arrima tanto como  el torero se arrima siempre, estira el brazo derecho como en el derechazo más largo del mundo y deja caer su garra izquierda sobre el frágil hombro del que está en capilla, en la puerta de ella. 

Empieza a disparar fotos, selfies me entero hoy por Obama que se dice, pone caras, mira al objetivo, mira al héroe, al tendido, saluda a un compadre que pasa por allí... un minuto interminable. El tiempo corre lento, inmenso, por fin se separa de aquel del que la tecnología no separará ya nunca. 

Tomás respira.

Y entonces…, el agresor de la intimidad se erige en guardián de la intimidad. Se mete con movimientos forzados el teléfono en el bolsillo interior de la americana, respira hondo, engola la voz y espeta:

“A ver señores, circulen, no se me amontonen, dejen respirar al torero, que este hombre en media hora se está jugando las femorales delante del toro”

Bracea, mueve la cabeza con impaciencia, incluso zapatea cuando vuelve la mirada condescendiente a su protegido y sonríe pagado por sus propios dioses.


José Tomás calla, baja la mirada, parece que entiende. Lo cierto es que no reventó al energúmeno, ni una mirada agria, ni un gesto displicente.

Ergo… José Tomás tiene una paciencia infinita

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