Aparecido en El Periódico de Huelva, sin firma:
Decía don José Ortega y Gasset que es falso que en la vida decidan las circunstancias. Las circunstancias, apuntaba el gran pensador español, son el dilema, pero siempre nuevo, pero quien decide es nuestro carácter. Y, efectivamente, en la corrida de toros a la que asistí el pasado lunes 23 de abril, en la Maestranza, junto con un buen amigo, hubo circunstancias previsibles e imprevisibles, pero todo lo decidieron los protagonistas de la tarde, tanto los toreros y sus cuadrillas, como el presidente de la Plaza que es el representante de la autoridad. Probablemente, estén los que apunten al público que es, al fin y al cabo, quien otorga las orejas o la salida de los diestros por la Puerta del Príncipe. El otro día, y como circunstancia, escribía Antonio Lorca, en ‘El País’ “¡Qué pena de Maestranza, otrora sabia, incapaz de distinguir entre el toreo de calidad y la bisutería barata...!” En fin, la cosa es que me vi fuera de lugar ya que no tenía idea de lo que pintaba en el tendido dos, cercano a la Puerta del Príncipe, en una supuesta corrida de toros, pero sin toros. Eran parecidos a los toros, pero no lo eran, no tenían encaste alguno, me avergonzaba que aquello pudiera ocurrir en la Maestranza. Empecé a preguntarme si merecía la pena lo que veía y sentía a cambio exclusivamente de ver cuatro verónicas extraordinarias, ganando terreno en cada una de ellas, y que Cayetano a punto estuvo de convertirse, en esos intensos momentos de emoción que solamente puede dar el arte del toreo, en lo que nos cuentan los más veteranos aficionados de su abuelo, es decir, en la reencarnación del mítico Antonio Ordoñez. Fue breve, muy escaso el tiempo de esa pequeñísima faena de la que escribo y previa a la meritoria e impresionante larga cambiada que hizo y que si hubiera llegado toreando al centro del ruedo, como acertadísimamente escribía el crítico taurino Antonio Lorca, se hubiera caído la plaza. El problema, de ahí la cada vez mayor crisis en la fiesta nacional, es que seguirán contratando a ganaderías que no reunen un mínimo de calidad para estar en las plazas, pero con referencia a cualquier plaza de España, no solamente las de primera o segunda categoria. Con la experiencia vivida ya sería una excepción que pudiera algún día asistir a una corrida de toros con procedencia o encaste Domecq. Comparto con el crítico taurino Manuel Molés la nefasta labor que ha hecho ese encaste al toro que hoy vemos, casi con asiduidad, en las plazas. Hoy es un hecho las supuestas manipulaciones genéticas que, al parecer, vienen ejecutando cualquier ganadero bajo las indicaciones y las exigencias de figuras del toreo que han logrado un animal más parecido a los que se hallan en los ‘tiovivos’ de las ferias, pero incluso con más pinta de enfermizos, carente de la más mínima bravura y de casta, además de más hiératicos que los hechos con carton o madera de la atracción de feria. Lo que significa, que si no hay bravura no hay o no debería haber torero porque entonces sería o se convertiría en un bailarin de ballet, como cada vez se parece más una actual figura del toreo, de cuyo nombre no me acuerdo, pero si del artístico: Y no es eso, o mejor no debería serl.
Lo peor es que no se hace nada para corregir esas barbaridades que ayudan a que los toros se hagan pronto historia o leyenda. Parece que hay un interés en hacer desaparecer la fiesta más genuina que existe hoy en el mundo. El problema es que triunfó en España y no en el Reino Unido, porque si se hubiera afianzado en Londres, hoy en la Casa Blanca existiría una plaza de toros. Seguro que el genial Sigmund Freud lo concretaría al complejo de inferioridad: yo también.
Se oían gritos de ‘estafa’, y lo peor es que era una corrida de ‘sin billetes’ y los tendidos de sol medio vacío. Claro, la crisis económica es la mejor salida para justificar lo injustificable
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